EL MATRIMONIO EN EL PLAN DE DIOS.
Objetivo: Presentar el
Matrimonio como una alianza de personas en el amor, donde intervienen un
hombre, una mujer y Cristo, para dar responder a la necesidad de la Parroquia
de enriquecer el sentido de la Familia.
1.
El Matrimonio por la Iglesia es una Alianza.
La familia
arranca de la comunión conyugal que el Concilio Vaticano 11 (GS 48) califica
como “Alianza” por la que el hombre y la mujer se “entregan mutuamente, él a
ella y ella a él. Entrega entre dos voluntades que libre y conscientemente “deciden
ser unidad” y vivir el uno para el otro hasta que la muerte los separe.
El Catecismo
de la Iglesia nos dice: El Matrimonio es una “Alianza”, por la que el varón y
la mujer constituyen el consorcio ordenado por su misma índole natural al bien
de los cónyuges, a la procreación y educación de la prole, consorcio que es
para toda la vida (Catic 1601).
La familia
es una comunidad natural de vida, es una unidad viviente, entre los esposos,
entre los padres con los hijos y entre los mismos hermanos. Unidad que se
origina en el matrimonio. La Familia es la célula de la sociedad humana. Al ser
humano sólo le es posible comprenderlo, plenamente, dentro del contexto
familiar. Y por contexto familiar entendiendo un padre (hombre), una madre
(mujer), unos hijos y unos hermanos (perdón por tanta aclaración), pero en
estos tiempos y en estos temas hay que ser cada vez más específicos por
aquellos que de pronto crean sus “propias realidades”.
2.
Naturaleza del Matrimonio.
Hablemos del origen del Matrimonio. ¿Es o no querido por Dios? ¿Es
Dios su Autor, o es invento de la Iglesia Católica? La Revelación que Dios hace
de sí mismo y de su Misterio de Salvación nos dice que el Matrimonio hunde sus
raíces en la misma Voluntad del Creador. De un extremo a otro la Escritura
habla del matrimonio y de su “misterio”, de su institución y del sentido que Dios
le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de
la historia, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación en el
Señor (Gn 1 26- 27; Apoc 19, 7-9; 1 Cor 7, 39).
a)
Antiguo Testamento.
Ø “En el principio”, Dios dijo: “por eso deja el hombre a su Padre y
a su Madre y se une a su mujer” (Mt 19, 4- 7). Unidad de dos, es no sólo estar
juntos, sino vivir el uno para el otro.
Ø “No es bueno que el hombre esté sólo” (Gn 2, 18ss). El hombre no
fue creado para vivir en solitario, quien se aísla se muere. El hombre solo no
se realiza, está necesitado de ayuda. Dios no creó al hombre para la soledad,
pero tampoco para la poligamia.
Ø “Voy hacerle una ayuda adecuada”. La mujer es la ayuda adecuada
para el hombre y él lo es para la mujer; juntos lo son para su s hijos, y estos
lo son para sus padres.
Ø “De la costilla del hombre Dios formó a la mujer y la llevó ante
el hombre”. Hombre y mujer participan de una misma naturaleza; de una misma
dignidad: tienen un mismo valor fundamental.
Ø “Esta vez sí que es carne de mi carne y huesos de mis huesos”. Es
de mi misma naturaleza, es mi pariente más cercano: es mi prójima.
b)
Nuevo Testamento
En Jesucristo, por él y en él, Dios está
revelando una nueva dimensión del amor: La donación y la entrega de sí mismo a
los hombres (cf Jn 3, 16). Jesús viene a dar origen al nuevo Israel, el nuevo
Pueblo de Dios la Iglesia, familia de los hijos de Dios. Por Jesús el amor
conyugal adquiere un nuevo sentido al estar marcado por la caridad divina que
él viene a traer a la Humanidad (cf Jn 10, 10).
Para Jesucristo el amor entre los
esposos es una oportunidad de vivir la ley del amor en la perspectiva del
Reino: El esposo, la esposas, es el >>primer prójimo<<, a quien se
debe amar como a sí mismo (cf Mc 12, 31) Jesús al subordinar el amor de los
esposos al Reino de Dios, da un verdadero sentido al matrimonio, integrándolo a
un proyecto de vida total, donde el compromiso matrimonial encierra la
reciprocidad en el bien mutuo de ambos esposos: “vivir el uno para el otro. Varios
son los textos bíblicos que dan a pie a decir que Jesús es el Fundador del
Sacramento del Matrimonio.
Ø En las Bodas de Caná. Jesús asistiendo a la Boda de hijos del
pueblo de Israel reconoce el pleno valor de la vida conyugal y a la familia
humana (Jn 2, 1. 11).
Ø Jesús hace una defensa clara del matrimonio frente a los del grupo
de los saduceos y mostrando con nitidez el carácter original del Matrimonio
dentro del Plan de Dios: “El principio” era un hombre para una mujer y una
mujer para un hombre (Mt 19, 4- 7; Mc 10, 5)
Ø Jesús defiende la indisolubilidad del Matrimonio: “lo que Dios une
que no lo separe el hombre” (Mc 10, 9) Jesús excluye radicalmente del Plan de
Dios el divorcio físico y espiritual de los cónyuges que orienta a muchos a
buscarse un segundo frente.
Ø Jesús radicalmente dice no a la poligamia y no al adulterio, como
utilización instrumentalista e individualista que genera el vacío existencial
de los hogares.
No al divorcio, no adulterio, no a la separación espiritual de los
esposos, porque para la Iglesia la Familia es “imagen de la Trinidad”, y esto,
a la luz de los Padres, la Trinidad es el fundamento de la Familia (Gn 1, 26),
célula del Cuerpo Místico de Cristo.
c)
La doctrina de la Iglesia católica.
La Iglesia católica enseña que el Matrimonio, fundado por Dios
desde el comienzo de la Humanidad por el acto creador de Dios, fue elevado por
Cristo a la dignidad de sacramento el encuentro con unos novios en las Bodas de
Caná (cf Jn 2, 1-11). Esto significa que para los católicos el Matrimonio, no
es cualquier cosa, sino que en virtud de la acción de Dios es algo natural,
sagrado, misterio sacramenta, que manifiesta la gracia de ser el fundamento de
la familia cristiana y hace parte del plan de Dios.
El Matrimonio en el Señor es una Alianza sacramental por la que un
hombre y una mujer constituyen entre sí una “comunidad de amor y vida” hasta
que la “muerte los separe”. Alianza por su carácter natural al bien de los
esposos, así como a la generación, de los hijos. Alianza que fue elevado por
Jesucristo, Nuestro Señor a la dignidad de sacramento (Derecho Canónico # 1055,
1).
3.
Las Propiedades del Matrimonio.
Las propiedades esenciales del Matrimonio son la unidad y la
indisolubilidad, que en el Matrimonio cristiano alcanzan una particular firmeza
por razón del Sacramento (Catic # 1645- 1646). Hablemos de ellas por separado:
a)
La Unidad.
La pareja es libre de casarse o no
hacerlo, pero si lo hacen, están obligados por el compromiso conyugal a vivir
el Matrimonio de acuerdo al Plan de Dios, tal como lo revela el libro del
Génesis:
Ø Unidad entre un solo hombre y una sola mujer,
Ø Como adultos conscientes, capaces de comprometerse con
responsabilidad “deciden ser unidad”.
Ø Como personas maduras, capaces de desprenderse de gustos, amigos,
estilo de vida, familiares para formar una sola carne.
Ø Como personas conscientes de que casarse significa vivir en
comunidad de amor, es decir, caminar juntos en la vida hasta envejecer juntos en
exclusividad y en fidelidad.
Ø Estar dispuestos a trasmitir la vida de acuerdo con las
posibilidades reales de cada pareja. Una cosa es negarse a tener hijos, y otra
a no poder hacerlo debido a obstáculos existentes por enfermedad o esterilidad.
b)
La indisolubilidad.
Ø Que nadie separe lo que Dios ha unido (Mt 19, 6). Que nadie
destruya la unidad original.
Ø El Matrimonio es vocación y mandamiento; es don y respuesta. Exige,
ayudado por la Gracia de Dios, esfuerzos, renuncias y sacrificios, donación, entrega
y servicio mutuo. Ser fieles hasta el final.
Ø No hay lugar para el adulterio ni para el divorcio que llegan a
ser una verdadera grieta de escape de los valores de la Familia, y a la vez,
una puerta de entrada a presencias extrañas al Matrimonio: como son el
alcoholismo, prostitución, drogadicción, triunfalismo, activismo, etc. en una
palabra. El divorcio es fuente de futuras neurosis y de sufrimiento, tanto para
padres como para hijos, a la vez que es escándalo para la sociedad.
No nos engañemos el divorcio ha sido, es y será contrario a la
voluntad de Dios al poner en peligro y en juego la relación con Él, con la
familia y a vez, pone en peligro, la realización personal, de los cónyuges como
de los hijos.
4.
La finalidad del Matrimonio.
Pueden existe muchas y variadas razones por las que los hombres se
casan, desde la de tener una seguridad, tener sirvienta, tener con quien
desahogar los instintos o los impulsos, recibir amor, tener hijos, etc.,
razones que no dan una respuesta válida. La persona se ha de casarse no con
miras a recibir, sino a dar. Me caso para dar amor, para amar a una persona
como es y ayudarla a ser feliz, a realizare como lo que es, persona única e
irrepetible. Lo que no está dentro de esta realidad desemboca en
“instrumentalismo”.
Para la doctrina de la Iglesia, la finalidad del Matrimonio es la
de formar una “Comunidad de vida y de amor” (GS # 48). Comunidad que tenga como
sujetos a ambos cónyuges y como meta buscar el bien mutuo de los dos; la
procreación de los hijos, la educación de la prole.
El hombre de hoy empapado por medios de comunicación social y por
la basura de la pornografía vive sumergido en la preocupación de aprender
técnicas sexuales para realizar el acto sexual de manera que pueda
proporcionarle placer, no se da cuenta que lo único que logra con sus técnicas
es deshumanizar el sexo e instrumentalizar a su pareja. El camino, no son las
técnicas sexuales, sino el cariño, la ternura y el amor que se le ponga a la
relación sexual (Frankl)
5.
Matrimonio
como vocación
Dios nos llamó primero
a la existencia, luego a ser sus hijos y miembros de la Iglesia por el
Bautismo. Dios nos llama también a vivir una vocación concreta y específica
como miembros que somos de la sociedad, de la familia y de la Iglesia. A unos
los llama al sacerdocio, a otros al matrimonio o a una vida célibe. Vocación
que exige una respuesta de parte del hombre a vivir una relación sana y
responsable, una relación de amor mutuo a la luz del Plan de salvación.
La vocación al
matrimonio es una verdadera vocación de parte de Dios, se inscribe en la
naturaleza misma del hombre y la mujer que salieron de las manos de su Creador
con una misión, con un destino, con una tarea: “Vivir dándose y entregándose
mutuamente el uno al otro, como esposos, y como padres, a los hijos y a los
demás. “Hombre y Mujer los creó” (Gn 1, 27). El hombre es para la mujer y la
mujer es para el hombre, un complemento, una ayuda adecuada (Gn 2, 18).
El hombre es por
naturaleza en ser en relación, necesita de los demás y los demás necesitan de
él. El hombre no fue creado para vivir en solitario, encerrado en sí mismo a
alejado de su realidad, por eso Dios inventó el Matrimonio uniendo al hombre
con la Mujer y dándoles una doble bendición: “Crezcan, multiplíquense y sean
los dueños, amos y señores de la tierra”.
Con cuánta razón Pablo
lo dejó dicho en la Sagrada Escritura: “Me pongo de rodillas delante del Padre,
de quien recibe su nombre toda familia, tanto, en el cielo como en la tierra”
(Ef 3, 14). Es el mismo Dios, Autor del Matrimonio quien ha dicho:
Crezcan, en cantidad y crezcan en
calidad.
6.
El
Matrimonio en el Señor
Hablemos del momento
fundacional, ¿Qué es lo que se funda? Una Familia que hunde sus raíces en el
momento en el que dos bautizados, hijos del Pueblo de Dios al que se unieron por
el sacramento del Bautismo, deciden, libre y conscientemente unirse en el Señor
para vivir su matrimonio con la ayuda de la gracia de Cristo.
Para los católicos
casarse en el Señor significa que el matrimonio entre bautizados es un
verdadero signo de la Nueva Alianza (Catic 1617) “Una alianza de amor para toda
la vida”. Amor que puede madurar, ser custodiado y profundizado solamente por
el Amor. Aquel amor derramado en los corazones de los esposos el día que se
encontraron sus voluntades, sus amores, para donarse mutuamente. Es el Amor de
Dios, el guardián del amor humano.
El Matrimonio
cristiano, es pues, un pacto sagrado celebrado entre un hombre y una mujer ante
el Ministro de Cristo y de la Iglesia. Para los cristianos, Cristo elevó la
unión del hombre y la mujer a la dignidad de Sacramento. De manera que el pacto
es sagrado; una imagen de la unión de Cristo con la Iglesia y fuente de gracia
especial. Los recién casados llevan la invitación de parte de Cristo de
dejarse llevar por la corriente de la
Gracia para que puedan vivir el amor como él mismo lo vivió: “Dándose,
donándose, entregándose, gastándose por la Familia.
7.
La
Familia y su identidad
La familia
no es sólo un conjunto de personas a las que les “tocó” nacer bajo el mismo
techo (cuando han tenido la mejor de las suertes). La familia es mucho,
muchísimo más que ver nacer, crecer, reproducirse y morir a una serie de
personas con rasgos físicos y de personalidad a veces semejantes. Si bien es
cierto que la familia no se escoge, es menester optar por ella y aceptarla con
un acto de voluntad y amor.
La familia
es una comunidad natural de vida, es una unidad viviente, de los padres con los
hijos, que se origina en el matrimonio. Es la célula de la sociedad humana. Al
ser humano sólo le es posible comprenderlo dentro del contexto familiar. Y por
contexto familiar entendiendo un padre (hombre), una madre (mujer) y los
hermanos (perdón por tanta aclaración, pero en estos tiempos y en estos temas
hay que ser cada vez más específicos por aquellos que de pronto crean sus
“propias realidades”.
La “identidad conyugal
o matrimonial”, o familiar, no se compra y no se
vende, es el Don que Dios en Cristo da a los esposos en el mismo momento que
ellos se donan mutuamente para toda la vida (la Gracia conyugal). Identidad que
no se acaba con la luna de miel, sino, que se prolonga a lo largo de la vida de
los esposos para que realicen juntos el sentido del Matrimonio viviendo él para
ella, y, ella para él, y juntos para sus hijos. Cuando se pierde la identidad familiar, lo que único que queda es el vacío
y la frustración familiar.,
8.
La
fidelidad del amor conyugal
La infidelidad puede
llevar a la pérdida de la identidad familiar y al vacío existencial. “La unión
íntima, en cuanto donación mutua de dos personas, así como el bien de los hijos,
exigen la fidelidad de los cónyuges urgen “cultivar y proteger los valores familiares” y su
indisoluble unidad” (cf Gn 2, 15; Catic 1646; GS # 48,1).
La Familia es por
excelencia el lugar para vivir el Mandamiento regio: “Ámense unos a los otros
como yo os he amado” (Jn 13, 34), razón por la que Pablo exhorta a toda familia
a “crecer en el amor” de unos para con otros y para con todos (1 Ts 3, 12). El
cultivo del amor conyugal pide a los esposos ser fieles a las promesas que se
hicieron frente al altar del Señor: ser fieles en lo próspero y en lo adverso,
en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la abundancia. Recordando
siempre la exhortación de Pablo: “Esposos amad a vuestras mujeres como Cristo
amó a la Iglesia y dio su vida por ella” Así deben amarse los esposos, con amor
recíproco y con amor de inmolación (cf Ef 5, 25).
9.
Dios
ha querido que la familia sea el santuario de la vida.
(Los Obispos de México: Mons. Luis
Morales Reyes. Arzobispo de San Luis Potosí, Presidente de la CEM y Mons. Abelardo Alvarado Alcántara, Obispo Auxiliar
de México. Secretario General de la CEM) Nos han
dicho: A los esposos toca la decisión del número y
espaciamiento de sus hijos, de manera responsable. Es grave que tantos esposos
y quienes no lo son, recurran a medios anticonceptivos, llegando incluso a
esterilizarse para evitar el embarazo o, lo que es peor, recurrir al aborto. No
se puede ser católico y promover el “derecho” al aborto. Exhortamos al
conocimiento sin prejuicios de los métodos naturales de regulación de la
fecundidad y a la educación para ejercer la paternidad responsable.
Los
hijos, fruto y signo del amor de los esposos, son un don de Dios. No pueden ser
considerados como un “derecho” y recurrir a la procreación asistida por medios
inmorales como la “fecundación in vitro” (FIVET). Por otro lado, nos parece
injusto que tantos niños sean abandonados a causa del divorcio y queden como
huérfanos de padres vivos.
Dios
ha dado al hombre la capacidad de transformar la naturaleza. Los avances de la
ciencia y la biotecnología, orientados éticamente, benefician a la familia.
Respetando el estatuto y la integridad del embrión humano y rechazando la
clonación humana, la ciencia se mantiene al servicio de la dignidad del hombre
y no se frena en su avance. Por eso, lamentamos la existencia de embriones
humanos congelados, como si fueran sólo “cosas” a disposición de otros, siendo
verdaderos seres humanos.
Oremos al Autor de la Familia que podamos ser capaces de Amar, cultivar y proteger
nuestra Familia, ya que después de Dios lo más hermoso e importante es lo que
tenemos.
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