EL LLAMADO A SERVIR ES PARA TODOS
El hombre, creado por Dios recibe
una doble bendición: “Creced y multiplicaos” (cf Gn 1, 27ss). El hombre es un
ser en proyección, se está haciendo, crece en calidad y en cantidad, se hace
responsable, libre y capaz de amar en comunión en el encuentro con los demás:
“No es bueno que el hombre esté sólo, démosle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18) El
hombre es un ser en relación y en comunión con otros se realiza y ayuda a otros a ser lo que todos
debemos ser: personas plenas, fértiles y fecundas; ser una tierra fértil con
frutos sabrosos. Dios no nos llama a ser estériles. El hombre, todo hombre es
invitado por Dios a trabajar y a cuidar del “paraíso” (cf Gn 2, 15), de la
“familia”, de la “comunidad” y de la “propia personalidad”. Para el cultivo de
la tierra o del corazón (cf Jer 3, 4) Dios ha dado a los hombres talentos y
facultades que ha dado para nuestra realización de los demás. Cultiva y
comparte los frutos de la cosecha. ¿Por qué y para qué? La respuesta la
encontramos en la lógica de la misma Sagrada Escritura: Dios creó todo para
todos; todos tienen el derecho a participar de la creación de Dios para vivir
con dignidad y quiere que todos seamos protagonistas de nuestra propia historia
y destino.
No te apropies y no arrebates de lo
que otros necesitan; aprende a compartir y a trabajar con otros. Recordemos el
principio filosófico “que nadie puede dar lo que no tiene” “Nadie nace
enseñado” “Caminante, no hay camino, el camino se hace al caminar”. Por lo
mismo, “el hombre se hace trabajando; amar se aprende amando y a servir se
aprende a sirviendo”. A la luz de lo anterior reconocemos la importancia de la
“educación para servir” Es el camino para realizarse con otros y para otros.
Cuando no realizamos nuestra personalidad, o la realizamos mal, nos podemos
quedar con personalidades inmaduras, sin amor, sin fortaleza y sin domino
propio (cf 2 Tim 1, 7) El apóstol Pablo nos diría: “El que no trabaje que no
coma” (cf 2 Ts 3, 10) Trabajar en el cultivo de nuestra mente, de nuestra
voluntad y de nuestro corazón. La unidad de los tres nos regala lo que es
conocido como “Conciencia Moral”, sin la cual podemos perder el rumbo de
nuestra vida y caer en el vacío existencial y en la frustración de la vida.
Como buscador que todo hombre es,
buscamos razones para sentirnos bien, en el fondo lo que buscamos es la
felicidad, y más allá, como lo digo Blas Pascal, lo que buscamos es a Dios.
Pensadores como Víktor Frankl ha dicho que la felicidad no se busca, se
encuentra en la realización de nuestra persona. Feliz es aquella persona que se
proyecta en la vida, orientada hacia lo que todavía no es, pero, que puede
llegar a ser, una “plenitud de persona” viviendo de encuentro interpersonales
con los otros, con lo otro y con el Otro. Para entrar en esa Plenitud que es
Cristo (cf Col 2, 9) hay que despojarse del hombre viejo y revestirse del
hombre nuevo (cf Ef 4, 23- 24) Jesucristo inaugura su predicación diciendo:
“Convertíos y creed en el Evangelio para que entren el reino de Dios” (cf Mc 1,
15)
Cuatro lugares para trabajar y
cuidar: La mente, el corazón, la voluntad y el camino (Cf Ef 4, 17- 22) Una
mente embotada, un corazón endurecido, una voluntad sin moral y una vida
arrastrada, nos llevan a la pérdida del sentido de la vida, al pozo de la
muerte. Todo lo anterior nos “lleva al divorcio entre fe y vida; al divorcio
entre mente y voluntad”. Sin comunión, sin armonía, sin libertad y sin amor.
San Pablo diría: “Me siento como vendido al poder del pecado, ¡¡¡ Pobre de mí,
siempre hago lo que no quiero, y lo que quiero no lo hago!!! (cf Rom 7, 14-
24). Todo lo que había en mí antes de conocer a Cristo eran buenos deseos y
buenas promesas que nunca pude realizar. ¿Por qué? La experiencia me ha dado la
respuesta; no conocía la Palabra de Dios, no había sido evangelizado y no tenía
una Comunidad que me enseñara a orar, a leer la Biblia y me enseñara el arte de
vivir en comunión; el arte de amar y servir a Dios y a los demás.
El encuentro con Cristo.
Yo no lo encontré a Él, como
tampoco lo buscaba. Yo buscaba la felicidad en el dinero, en la parranda, en la
droga, en el sexo… Pero, Él como buen pastor buscaba a esta oveja perdida: Y la
buscó hasta encontrarme” (cf Lc 15, 4) “Y me dejé encontrar” “Me llevó a su Iglesia
para lavar y sanar mis heridas ante la mirada de muchos, y para aprender su
pedagogía de lavarme los pies y lavarme las heridas de un corazón caótico. Está
experiencia es inolvidable y nunca he encontrado las palabras para decirlo, ha
sido una experiencia espiritual, religiosa con Cristo, con su Iglesia y conmigo
mismo. De ese “encuentro” puedo decir que nació este servidor. Y ¿ahora qué?
“Levántate, toma tu camilla y vete a casa”, dijo el Señor Jesús a alguien que
estaba paralítico ((cf Mc 2, 11) A otro le dijo: “Ponte en medio de la
asamblea” para luego preguntar a los asistentes de ese día en el culto: ¿Qué está bien en el día sábado, hacer el
bien o hacer el mal, salvar una vida o perderla? Frente al silencio de todos,
le dijo al enfermo: “Extiende tu mano” y el hombre de la mano tullida extendió
su mano sobre la asamblea (Mc 3,1-6). Extender la mano, es poner el don o los
dones que Dios nos ha regalado para nuestra bien y para la realización de los
demás. Extender la mano es compartir, es servir, es ayudar a otros a levantarse
(cf Mc 16, 18; Mc 1, 10- 42).
Jesús viene a buscar a los
pecadores para liberarlos, reconciliarlos, transformarlos y para promoverlos.
Cristo me sanó de la esclavitud del mal, de los apegos de las cosas y de las
personas, pero de manera bella me ha liberando de la esclavitud de la Ley para
hacerme su discípulo. Con la ayuda del Señor, “El Espíritu Santo,” y con mis
esfuerzos puedo renunciar a mis apegos para apropiarme de una “voluntad firme,
férrea y fuerte de una voluntad para amar”. Don y tarea, don y conquista, no
estoy hecho, me estoy haciendo (cf Flp 3, 12) Lo hermoso es que con Cristo se
puede caminar. Cuando he caído, ahí está él para levantarme y seguir mi camino
de realización, y aún más hermoso, que no voy sólo, camino con otros, con
muchos, que vivimos la experiencia de conocer a Cristo y experimentar el poder
de su resurrección. El servidor de Cristo ha de vivir de encuentros con su
Señor y con su Comunidad, todos como miembros de un mismo cuerpo, nos ayudamos
mutuamente como hermanos a vivir en Comunión fraterna y en la construcción de
la Comunidad cristiana, animada por la Caridad que aprendemos a que sea en nosotros,
sincera, alegre y hospitalaria (cf Rom 12, 10ss)
La Opción fundamental por Jesucristo.
“Conmigo o contra mí, el que no recoge
conmigo, desparrama” (Mt 12, 30) La opción fundamental por Jesucristo es la
firme determinación de creer y seguir a Cristo. “La Opción” encierra dos
llamadas de Jesús a los suyos: “Ámame y Sígueme”. La primera llamada, el Ámame
es la invitación a “guarda los Mandamientos (Jn 14, 21) con la segunda llamada
es la invitación amorosa de “ponernos
detrás de Jesús” para que aprendamos el “arte de servir” (cf Jn 12, 26)Nunca olvidemos la recomendación
del Maestro: “No se puede servir a dos señores con alguno de ellos se quedaría
mal” (cf Mt 6, 24) Lo anterior me lleva a decirme a mí mismo y a los demás: O
nos enamoramos de Jesucristo o nos vamos a enamorar de una cuenta bancaria, de
un vehículo de lujo, o de lo que hay debajo de las faldas, es decir, vamos a
caer en la idolatría, llamada actualmente la “inversión de valores” madre del
“vacío existencial y por ende de la frustración”. El servicio a Dios y a
los hombres está animado por la Caridad, por el Amor. Tres cosas nos recuerda
el libro del Eclesiástico: “Ofrecer un sacrificio de comunión, un sacrificio de
alabanza y un sacrificio de reparación.” Lo que me presenta las tres
condiciones para servir a Dios y a los hombres: Guardar los Mandamientos de la
Ley de Dios; practicar la caridad o las Obras de Misericordia y despojase del
hombre viejo para revestirse de Cristo y ser capaz de guardar el Mandamiento
nuevo: “Ámense los unos a los otros, como, yo los he amado” (Jn 13, 34). Este
es el Camino de la fe: servir lavando los pies, siempre por primero Amar y
servir al Señor nos haya lavado los pies a nosotros (cf Jn 13, 13ss) para que
nosotros lavemos los pies a nuestros hermanos. Lavar pies es servir, es
compartir, es darse a los demás.
Por el camino del desierto.
De la misma manera que el Espíritu
Santo llevó al desierto a Moisés, a Elías, a Jesucristo, hoy lleva a todo
hombre y mujer que tome la decisión de servir a Cristo. La sabiduría de la
Biblia lo ha establecido: “Hijo mío, te has decidido a servir al Señor,
prepárate para la prueba” (Eclo 2, 1- 2) La prueba es el lugar de la
purificación de nuestras motivaciones,
dimensiones y de nuestro ídolos. El Apóstol Pedro la designa como el
“horno de fuego” que quema, pero, no destruye (cf 1 Pe 1, 6-7) El desierto como
un lugar geográfico es inhabitable, para la Biblia es el lugar de la victoria de Dios. Para la literatura
rabínica, el desierto es el lugar donde habitan los demonios. La finalidad del
desierto es cambiar la manera de pensar de esclavos para llegar a tener mente
de puebloy de hijos de Dios y de hermanos con la disponibilidad de servir. Es
por lo mismo, una etapa de preparación para una misión, al final de esta etapa
se toma la determinación, libre y consiente de seguir a Cristo. La experiencia
del Desierto nos deja el discernimiento entre lo que realmente ayuda a tener
rostro de profetas como discípulos de Cristo. Sólo a partir del desierto Jesús
se fue a Galilea para iniciar su Apostolado (Lc 4, 14) y liberar a los
oprimidos por el diablo (cf (Hech 10, 38)
La Iglesia existe para servir, y lo
hacemos con alegría y con amor para poder vivir las “Bienaventuranzas”;
“Dichosos, Felices, Bienaventurados los que escuchan mi Palabra y la obedecen”
(Lc 11, 28). Hay mas felicidad en dar que en recibir (Hech 20, 35). La belleza
de darse, donarse y entregarse es el camino de la realización humana que nos
trae la felicidad por añadidura. La puerta de la felicidad se abre hacia afuera
para salir del egoísmo, del individualismo, y del servilismo para vivir de
encuentros interpersonales e intercambiar los dones de Dios entre nosotros para
vivir con otros, vivir para otros y también vivir de ellos, El amor ha de ser
recíproco para servir con otros, en favor de otros. Otros me necesitan y yo
necesito de ellos, nadie se realiza solo (cf Jn 13, 34). El que se encierra en
sí mismo, en su propio mole se asfixia. El grito de la fe es el mismo hoy que
en los días de Abraham: Escucha la Palabra, levántate, sal fuera y ponte en
camino de éxodo para ir a la tierra que mana leche y miel, es decir paz y
dulzura espiritual (cf Gn 12, 1-5).
En camino hacia la Pascua.
El camino de la Pascua es el
seguimiento a Cristo que nos ha elegido para dar fruto en abundancia (cf Jn 6,
70) El discípulo ha de responder con libertad y alegría al llamado de seguir a
Cristo, nuestro Hermano y nuestro Modelo, según las palabras del Apóstol: “pues
conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se
hizo pobres por ustedes, para enriquecerlos con su pobreza” (2 Cor 8, 9) El
camino de la cruz nos lleva a la pobreza que nos hace ricos (cf Flp 2, 6-11) La
condición incondicional del discípulo de Cristo es la Cruz: “El que quiera ser
mi discípulo que tome su cruz cada día y me siga” (cf Lc 9, 23) El camino de la
cruz nos lleva a la Pascua, a la Resurrección. La Pascua es el lugar para
permanecer en el amor de Cristo (Jn 15, 9- 10) Es el lugar para permanecer en
la Cruz (Gál 5, 24) Es el lugar para lograr la experiencia del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo en nuestra vida; es el lugar para lograr la armonía de la
fe, la esperanza y la caridad en nuestro corazón (cf Rom 5, 1-5; 1Ts 1, 3; 5,
24) Permanecer en la Pascua nos garantiza la posesión de una “Conciencia Moral”
como lugar donde Dios nos habla y desde
nos guía.
Conclusión. Del encuentro con Cristo al servicio, con otros, para
ayudar a otros a ser más personas y mejores personas. Para salir de situaciones
inhumanas a situaciones humanas, y por ende a situaciones cristianas, como
personas plenas, fértiles y fructíferas. Por este medio quiero dar un servicio
gratuito para todos los que lo necesiten. Dios los bendiga. Soy su hermano el
padre Uriel. Un servidor de Ustedes, para eso he sido llamado y elegido para ser
desde la Iglesia un servidor de todos.
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