Llamados
a encarnar la espiritualidad del
“El Buen Samaritano”.
Objetivo:
Mostrar
la necesidad de vivir una espiritualidad cristiana en el servicio y en la
entrega a los demás, especialmente, a los más necesitados, para que nuestra fe
sea sincera y pueda dar frutos de vida eterna.
“Por
qué me dicen: Señor, Señor, y no hacen lo que yo les digo”
(Lc 6,46).
1. El relato bíblico
Se levantó un
legista y dijo para ponerlo a prueba: Maestro, “¿Qué he de hacer para tener
vida eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?” Respondió:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus
fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Díjole entonces:
“bien has respondido. Haz eso y vivirás”. Pero él queriendo justificarse dijo a
Jesús: “Y ¿Quién es mi prójimo?”
Jesús respondió:
“Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos en manos de
salteadores, que, después de despojarlo y golpearlo, se fueron dejándolo medio
muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo dio un
rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio lo vio y dio un
rodeo.
Pero un
samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verlo tuvo compasión; y
acercándose, vendó sus heridas, echando aceite y vino; y montándole sobre su
propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente,
sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo; Cuida de él y, si gastas
algo más, te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Quién
de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los
salteadores? Él dijo: “El que practicó la misericordia con él”. Díjole Jesús: “Vete
y haz tu lo mismo”. (Lc 10, 23- 42).
2.
El Buen
Samaritano.
Los Padres de la
Iglesia, de los primeros siglos, están de acuerdo en decir que Jesús es el Buen
Samaritano que se ha acercado a una humanidad herida por el pecado. A una
humanidad que se encuentra al borde del camino, sin rumbo y sin esperanza, al
margen de su realización humana. Se ha acercado a una humanidad que se
encuentra en proceso de deshumanización y descomposición social. A esta
humanidad herida por el pecado Jesús le dice: “Vengo para que tengas vida y la
tengas en abundancia” (Jn 10, 10). Y la unge con el vino del Consuelo y el
aceite de la Esperanza.
Jesús ha venido
a destruir las obras del diablo (Hech 10, 38), a sacarnos de la esclavitud de
la ley y a traernos al Espíritu Santo que clama en nuestro interior: “Abba
Padre” (Gál 4, 4- 6) Lucas pone en la boca de Jesús estas palabras: “He venido
a arrojar un fuego sobre la tierra, y como ardo en deseos de que ya estuviera
ardiendo” (Lc 12, 49). ¿De qué fuego se trata? Podemos decir que se trata del fuego
de la Evangelización, del Amor y del fuego del Espíritu Santo. Fuego que quema pero
no destruye, sólo purifica de toda escoria para que podamos participar de la Plenitud
de Cristo (cf Col 2, 9)
3. Jesús realiza la obra del Padre.
¿Qué hace Jesús para
rescatar a la humanidad en estado de descomposición? “Lleno de compasión se
dona y se entrega; se gasta amando a los suyos hasta la muerte de cruz” (Jn 13,
1). Para Lucas Jesús es el Buen Pastor que busca a la oveja perdida y la busca
hasta encontrarla, y cuando la encuentra la pone sus hombros y la lleva al
redil de las ovejas (Lc 15, 1-4) La busca, la encuentra, la cura, la lleva al
redil… el redil es la Iglesia… la posada es la Iglesia, es la Comunidad
Cristiana. Marcos dice que encontró a la muchedumbre que andaba como ovejas sin
pastor y lleno de compasión se puso a enseñarles muchas cosas y al final del
día les da de comer (cfr Mc 6, 30ss).
4. La enseñanza de Jesús.
¿Qué enseña Jesús?
Jesús, Maestro de Maestros, enseña el arte de vivir en comunión con Dios,
consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. En comunión con Dios como
hijos, y con los demás como hermanos. Jesús nos enseña el arte de ser
misericordiosos y compasivos: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial
es misericordioso” (Lc 6, 36) Jesús nos enseña el arte de amar hasta dar la
vida, no sólo por los amigos, sino, también por los enemigos: “Amen a sus
enemigos, hagan el bien…” (Lc 7, 27ss)
¿Cómo enseña Jesús? El
Maestro de Nazaret enseña con sus palabras, con sus milagros, con sus
exorcismos y con su estilo de vida. En Jesús palabras y acciones son
inseparables. Dice lo que es, hace lo que dice. En Él no hay divorcio entre su
ser, su decir y su actuar. Nosotros en cambio, por un lado creemos y por otro
lado actuamos. Realidad que nos divide, nos grieta y nos vacía del buen olor de
Cristo para dar lugar a otros olores.
5. Las dimensiones del amor.
Un jurista le pregunta
a Jesús sobre la vida eterna. En Mateo la pregunta es sobre cuál es el
Mandamiento más importante. Ambos contextos nos refieren al encuentro de Jesús
con el joven rico que también pregunta. “Maestro, ¿Qué he de hacer para tener
vida eterna?” La respuesta es la misma: “Guarda los Mandamientos” (cfr Lc 10,
28). El fin de ellos es el amor a Dios y el amor y al prójimo. Amor que se
expresa en el servicio, en la donación y en la entrega. Cuatro son las dimensiones del amor que nos
enseñan que en el amor no hay límites: dimensión hacia arriba, hacia abajo,
hacia fuera y hacia adentro: Amor a Dios, a los demás, a uno mismo y a la
Creación. De las cuatro sólo dos son Mandamientos: Amar a Dios y a los demás.
6. El contexto histórico.
Entre samaritanos y
judíos existe un odio de generaciones. Los judíos habían profanado el
templo de Garitzín y mutuamente entre ellos se llamaban herejes, idólatras,
paganos… Recordemos el pasaje de Jesús con la mujer llamada la samaritana:
“Mujer dame de beber”. La respuesta fue negativa: ¿Por qué me pides de beber?
¿Qué no sabes que ustedes y nosotros somos enemigos? (Jn 4, 1ss) Para Jesús
ellos no son enemigos, son hermanos, hijos de su Padre, por eso se hace el
encontradizo, para llevarlos a la Verdad que los hará libres (Jn 8, 32). Jesús
quiere enseñar al jurista que una religión vacía de misericordia nos es grata a
Dios. Para esto elige a un samaritano para mostrar el vacío de la religión y de
los ritos del Templo.
7. Los personajes del relato.
El
herido. Un hombre, sin más. No se dice su nombre. No
sabemos de donde era, que religión tenía, si era pobre o rico, judío o pagano,
esclavo o libre, inteligente o tonto, si tiene o no seguro de gastos médicos,
con familia o sin ella… un hombre que pertenece a la raza humana… es entonces
de la familia, no nos debe ser extraño, nos pertenece.
Los
ladrones: Los amantes de lo ajeno. Los que quieren tener o
vivir bien a costa de los demás han existido siempre. Qué otros trabajen, el
ladrón en su momento se aprovecha de la debilidad o de una situación de
inferioridad de fuerzas y despoja a su semejante de lo que necesita para vivir.
No sabemos si roban por necesidad o para tener ventajas económicas, el
resultado es el mismo: hacen daño a otras personas.
El
Levita: un hombre al servicio de Dios en el templo de
Jerusalén, educado en la Ley de Moisés que pedía cumplir 613 preceptos para
poder agradar a Dios, hace lo mismo que el sacerdote: da un rodeo, evita
involucrare en situaciones difíciles. Para él no hay tiempo para perder, los
servicios del Templo exigen ser puntuales.
Los dos hombres, el
sacerdote y el levita, no quiere decir que sean malos funcionarios, sino que la
observancia legal, para ellos estaba primero que la práctica de la
misericordia. Primero el culto que la persona; primero el qué dirán que la
persona… inversión que descubre la ausencia de amor fraterno.
El
Samaritano: Lo que no hicieron los hombres
encargados de la religión, lo hace un extranjero que era considerado pagano,
ateo, un enemigo de los judíos. Con esto Jesús pone a un hereje como
protagonista de una buena acción, y a la vez desenmascara lo estéril de una
religión sin obras de misericordia.
El
posadero está al servicio de la posada. Le prometen una
recompensa y le hacen un pago por cuidar al herido. ¿Es un asalariado? O
¿alguien que trabaja con alegría y hace suyo el trabajo que se le ha confiado?
Alguien ha dicho que
todos estos personajes están dentro de nosotros: podemos ser, tanto, el
sacerdote, como el levita, el herido como el posadero, el buen samaritano, o ser
como los ladrones. Algunas veces hacemos el bien con alegría, otras a la fuerza
o de mala gana. Otras veces, vemos, pero le hacemos al ciego. Oímos, pero le
hacemos al sordo. En nuestro interior llevamos la capacidad para elegir entre
hacer el bien y hacer el mal. Podemos decir con San Pablo: “No siempre hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”
(cfr Rom 7, 14ss).
8. La nueva justicia.
Jesús alerta a sus
discípulos diciéndoles: “Si vuestra
justicia no supera la justicia de los fariseos, no entraréis en el Reino de
Dios”. (Mt 5, 20) Los fariseos ayunaban dos veces a la semana; hacían
oración cuatro veces diarias, pagaban diezmo de manera estricta, pero Jesús
tiene algo contra ellos: No tenían misericordia ni amor a su prójimo. Dos
realidades que deben ser inseparables amar a Dios y amar al prójimo.
·
Se
acercó y lo vio.
Los ciegos y cortos de
vista son personas atrofiadas por el pecado, desnudas y desprovistas de los
dones de Dios (cfr 2 Pe 1, 8s). Muchas veces le hacemos al ciego para evitar
perder nuestro valioso tiempo o para evitar el compromiso. Unos más podrán
decir: no puedo meter las manos porque me pueden culpar, le sacamos al parche.
El miedo es un enemigo que paraliza, no nos permite manifestar el amor a los
pobres, a los enfermos, a los que sufren.
Tener la mirada de la
fe, es tener la mirada de Jesús, de Dios, para vernos a nosotros mismos y a los
demás como Dios los mira: con amor, compasión, misericordia. El cristiano que
tiene la mirada de Dios, también tiene la mente, la voz y las manos del Señor.
El hombre de Dios nunca dice: “Pobrecito, Dios que lo bendiga”. La lástima no
es lo nuestro, lo nuestro es la compasión. El grito del espíritu cristiano
sería: “¿En qué puedo ayudar? ¿De a cómo nos toca? Ver las necesidades del
otro; sus preocupaciones y penas. Ver también significa: descubrir la voluntad
de Dios para la persona que Él ha puesto en mi camino.
·
Tuvo
compasión.
Es el llamado a la
compasión; un llamado a tener los mismos sentimientos de Cristo (Fil 2,7). La compasión significa: Padecer con; sufrir
con el que sufre; es hacerse solidario, meterse en los zapatos del otros; hacer
nuestro su problema y su necesidad para responderle con lazos fraternos. Es el
llamado que Jesús hace a sus discípulos a ser misericordiosos: “Sed misericordiosos como vuestro Padre
celestial es misericordioso” (Lc 6, 36).
Pongamos los pies sobre
la tierra: para ser misericordiosos, es necesario desprendernos del traje de
tinieblas como la hipocresía que envuelve nuestro corazón y revestirnos con las
armas de luz que nos propone san Pablo: “La
noche va pasando el día se acerca ya, despojaos, pues del traje de tinieblas y
revestíos con la armadura de Dios” (Rom 13, 11s). La compasión no crece en
la soberbia, en la envidia, en la avaricia. Será por eso que san Pedro nos
recomienda: “Huyan de la corrupción para
que puedan participar de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4) No podemos
llenarnos de Dios si antes no vaciamos el corazón de todo aquello que es
incompatible con la Gracia de Dios. Volviendo a san Pablo encontramos una
exhortación que nos ayuda a entender nuestro mensaje: “Huyan de las relaciones sexuales impuras” (1 Cor 6, 18). El
experto de Tarso dice a la comunidad de Efeso: “Fortaleceos en el Señor, con la energía de su poder, para que podáis
resistir el día malo” (Ef 6, 10ss) Nadie que viva en la mentira, en el
odio, en la injusticia podrá ver la Gloria de Dios.
La misericordia y la
compasión necesitan de un corazón reconciliado, perdonado y renovado; que haya,
y esté padeciendo la acción del Espíritu para que pueda ser pobre, humilde, manso
y casto, para que pueda nacer y crecer en él, “el amor que Dios derrama en
nuestros corazones con el Espíritu Santo que Él nos ha dado” (cfr Rom 5, 5).
Para el autor de primera carta de Juan, la condición mínima es romper con el
pecado y guardar los Mandamientos del Señor (1 Jn1, 8ss; 1, Jn 2,1ss).
En su Evangelio Juan
nos dice: “El que conoce mis Mandamientos
y los guarda, ese es el que me ama, y a ese, lo amo yo y lo ama mi Padre y
vendremos y nos manifestamos en él” (Jn 14, 18- 21) El Señor se manifiesta
enseñándonos a ser misericordiosos y compasivos. Dios es Misericordia y habita
en el corazón que guarda sus palabras (cfr Jn 14, 23). Estas palabras son las
Bienaventuranzas: “Limpios de corazón
para poder ser misericordiosos” (Mt 5, 3ss) El amor sólo puede brotar de un
corazón limpio, de una fe sincera y de una recta intención (cfr 1 Tim 1, 15)
·
Se
acercó.
Acercarse para hacerse
prójimo, amigo, hermano, compañero de camino. Quisiera recordar aquí el texto
del libro del Éxodo: “He visto la
opresión de mi pueblo; he escuchado el clamor de mi pueblo; he bajado para
liberar a mi pueblo” (Ex. 3, 7) Acercarse exige levantarse, salir fuera,
para ir al encuentro del pobre, del enfermo, de los hombres que están tirados
al borde del camino, al margen de su realización. Es buscar la oveja perdida
para invitarla a volver al camino que nos lleva a la casa del Padre. Esta
acción, cuando es movida por la caridad exige romper con el conformismo, con la
dulce vida, con la vida fácil. Veces hay que interrumpir el sueño, el descanso,
abandonar la televisión, etc.
Las experiencias de los
misioneros de los enfermos son muchísimas, y muy hermosas. Regresan a la
Parroquia con carretadas llenas de enfermos, de leprosos, de cojos y
paralíticos. Ancianos abandonados, sin la más mínima ayuda, viviendo en
situaciones de miseria, algunos sin los sacramentos, otros católicos, pero que
por su enfermedad y soledad se habían retirado de la Iglesia.
La caridad pastoral nos
da la triple disponibilidad: para hacer la voluntad del Padre, para acercarnos
a una persona concreta para iluminarla con la luz del Evangelio y
disponibilidad para dar la vida por realizar los dos objetivos anteriores. La
exigencia es salir fuera movidos por el amor. No perdamos de vista que el alma
de la pastoral es el amor a Cristo, a su Iglesia, a las almas, a los pobres.
·
Vendó
las heridas.
Es trabajo solo para
experienciados: aquellos que antes se han dejado curar y que ahora son
terapeutas heridos. “Echó vino y aceite
en las heridas de aquel hombre”. El vino del consuelo y el aceite de la
ternura. Teológicamente sabemos que se trata del don del Espíritu Santo, el
Consuelo que Dios nos ha dado para que nosotros consolemos a los que sufren y
padecen cualquier tipo de opresión (cfr 2 Cor 4,1ss). Gracias a la presencia
del Espíritu Santo en nuestros corazones, movidos por la compasión tenemos
palabras que animan, motivan, exhortan, consuelan, alivian y dan vida a quienes
las escuchan. Para consolar a los que sufren hemos de aprender a escuchar los
problemas, las angustias, el dolor de los otros. Lavamos y vendamos heridas
cuando damos amor, paz y alegría. Cuando tratamos a los que sufren como
personas, como hijos de Dios; como seres valiosos, importantes y dignos.
·
Llevó
a la Posada y Pagó por los servicios.
“Lo
puso sobre su cabalgadura y lo llevó a la posada”. El herido es un ser humano creado a la imagen
y semejanza de Dios; no me debe ser extraño;
no es un extranjero ni un forastero, me pertenece, es de mi familia.
Sólo entonces puedo entender al Espíritu Santo que se mueve en mi corazón
pidiendo: “carga con sus debilidades”
(Rom 15, 1). El herido es un “don de Dios”, y Yo, soy un “don de Dios para él”.
El que ama no tiene miedo a manifestar su amor cargando las debilidades de los
demás. La acción de cargar con los pobres pide tener un corazón libre de
apegos, de esclavitudes, de miedos para darse y entregarse en servicio a los
que sufren.
El Buen Samaritano lo
puso sobre sus hombros antes de ponerlo sobre su cabalgadura. Lo abrazó y se
dejó abrazar. No hubo miedo de hacerse impuro. Recordemos a Jesús que se dejo
tocar y abrazar por el leproso que le pidió que lo curara. Jesús extendió su
mano, lo toca con su poder y le dice: “Quiero
queda sano” (Mc 1, 40). Nos recuerda al Buen Pastor que pone a la oveja que
antes estaba perdida sobre sus hombros y regresa con ella al redil (Lc 15, 4)
Los hombros de Jesús son los hombros de Dios, es el poder de su Espíritu que
hace volver a los pecadores a la Iglesia. Ahí, en el redil, frente a la mirada
curiosa de los presentes, Jesús cura y venda las heridas de los enfermos para
que los que están mirando, aprendan la pedagogía del Médico de almas y de
cuerpos para sanar a los enfermos.
Llevarlo a la posada
significa no dejarlo en el camino en que se le encontró; significa no
abandonarlo, sino buscar la ayuda adecuada, profesional, de otros. Algunas
veces esta acción pide ir y buscar la ayuda a los hermanos de la comunidad para
compartir responsabilidades. “Vengan encontré a un anciano abandonado”.
“Encontré a una viuda con sus huérfanos sumergidos en la miseria”. “Encontré a
una familia y quieren que le llevemos la Palabra, la oración, el amor de
Dios”. Cargar con el herido es poner en
práctica el Mandamiento Nuevo que toca y llega hasta lo económico, hasta la
cartera y nos invita hacernos responsables de los gastos médicos y aún a
desprendernos de nuestro tiempo y de lo que podemos necesitar. Hagamos las
cosas como hombres de Dios, movidos por la compasión, y no, como hombres
mundanos y paganos buscando la vanagloria. Sin anhelar salir en la foto.
·
El
Buen Samaritano dio al posadero dos denarios.
Los Padres de la
Iglesia ven en este gesto el don de la Palabra y de los Sacramentos que el
Señor Jesús dio a su Iglesia como medios para sanar los corazones enfermos por
el pecado. “No los dejaré huérfanos,
regresaré para estar con ustedes”. (Jn 14, 18) Soy testigo de la presencia
de Cristo en el Sacramento de la Reconciliación y del poder sanador que hay en
este sacramento. Para nosotros se trata de tener la disponibilidad de compartir
lo económico hasta que nos duela.
·
Se
Comprometió a volver.
“A
mi regreso, si, es necesario te pagaré”. Se trata de acompañar al enfermo hasta su plena
recuperación. No basta con darles el pescado a los pobres, hay que enseñarlos a
pescar sin crear dependencias, y ayudarles, a tener su propia caña de pescar.
Hay un momento de
búsqueda, otro de acogida, y uno más de acompañamiento. La sanación se va dando
en el proceso que no siempre es fácil, porque muchos tienen mente servil, de
esclavos y un vestido de miseria. Pero, para el testigo del Evangelio, Dios
tiene poder para darnos lo que necesitamos y mucho más. Pablo nos diría: “Todo
lo puedo en Cristo Jesús que me fortalece” (Flp 4, 13). Jesús no sólo es
nuestra fuerza, es también nuestra Fuente de motivaciones: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5, 14), es
decir, nos anima y nos motiva. El
acompañamiento es necesario para que el enfermo se convierta en sujeto de su
propio tratamiento, en agente de pastoral, en dueño de su propio destino y en
protagonista de su propia historia.
·
Cuidar.
Es
pastorear, es acompañar, es ayudar a crecer en la fe, la esperanza y la
caridad. Cuidar es dar de comer el alimento espiritual.
“Pastos de conocimiento y pastos de discernimiento” (Jer 4, 15). Es ayudar para
que aprenda a distinguir entre lo bueno y lo malo. Aprender a discernir la
voluntad de Dios es una urgencia del momento presente (Ef 6, 10). Cuidar es
estar con él en sus primeras luchas y en sus primeras pruebas para animarlo y
explicarle de que se trata. “Hijito mío
te has decido a servir al Señor prepárate para la prueba” (Eclo 2, 2) Que no
será mayor que tus fuerzas (cfr 1 Cor 10, 12-13), pero ánimo, esa es la señal
de que Dios está contigo y tú estás con él. Cuidar es enseñar a dar los
primeros pasos del crecimiento, de la misma manera que Jesús lo hizo con cada
uno de nosotros, terapeutas heridos, ahora al servicio del cuidado de los
enfermos: “Cuando Israel era niño, yo lo
amé; a Efraín yo lo enseñé a caminar; lo atraía hacia mí con cuerdas de ternura
y con lazos de misericordia” (Os. 11, 1-5).
10.Conclusión.
El Encuentro personal
con Jesús divide la vida del cristiano en dos: antes de conocer a Cristo y
después de conocerlo. ¿Cómo era nuestro antes? Pablo nos diría: “ustedes antes eran tinieblas, más ahora sois luz en
el Señor” (Ef 5, 8). Cristo nos invita a realizar sus obras y a proclamar
sus palabras: “Hagan esto en memoria mía”
(cfr Lc 22, 19). De la misma manera que Él se ha fraccionado en la presencia de
Dios; se ha inmolado por los hombres, Jesús quiere que sus discípulos hagamos
su mismo gesto: nos fraccionemos, nos inmolemos con Él, a favor de la
humanidad.
Salimos de las manos de
Cristo como regalo de Él para los demás; somos portadores del amor de Cristo,
por donde caminemos vamos esparciendo “el buen olor de Cristo” y nos vamos
haciendo “prójimos” de todos aquellos que necesitan del “consuelo de Dios”. Con
la gracia de Dios y nuestros esfuerzos nos trasformamos en “buenos samaritanos”
que compartimos la “casa”, el “pan” y nuestro “tiempo” con aquellas personas
que Dios ponga en nuestro caminar cada día, sin hacer acepción de personas, sin
prejuicios y sin complejos (cf Mt 25, 31- 46).
La Iglesia necesita de
servidores que recorran las calles de nuestras ciudades llevando en sus manos
una cubeta de agua y una toalla en la otra, buscando a quien lavarle los pies (Jn
13, 12- 15). Esta es la revolución del servicio, la única capaz de cambiar el
mundo y de dar sentido a nuestras vidas. Los hombres nos realizamos amando, y
el amor, se expresa en el servicio libre, consciente y responsable. En el Reino
de Dios el que no sirve, no sirve para nada: “Porque ninguno de nosotros vive
para sí mismo; tanto en la vida como en la muerte somos del Señor” (Rom 14, 7).
Digamos
con María: “He aquí la
humilde esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra” (Lc 1, 38). Ella
es la “Virgen oyente que aceptó ser madre siendo virgen por amor a su Pueblo y
la Humanidad. María, Mujer solidaria con prontitud se puso en camino para ir a
servir a la anciana Isabel en casa de Zacarías (cf Lc 1, 39), y años más tarde,
solidaria con una joven pareja de esposos inexpertos intercede por ellos ante
su Hijo: “No tienen vino” (Jn 2, 1ss). Pidamos al Señor que nos ayude a
encarnar las actitudes del Buen Samaritano para que podamos ser discípulos
misioneros de Jesús en el mundo de hoy. Que la mano de María nuestra Madre nos
guíe y nos enseñe a ser misericordiosos y compasivos como su Hijo.
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