El hombre: un ser trascendente
Objetivo:
enfatizar en la importancia de pensar al hombre como un ser trascendente,
lanzado hacía lo que todavía no es pero que está llamado a ser: una plenitud de
persona, para que no se ancle, ni ante el pasado ni ante las cosas.
1. La persona como ser en proyección.
La persona es tal en la
medida que se proyecte hacia el encuentro con la totalidad, a quien debe
abrirse y acoger en un abrazo de intercambio de experiencias vitales que
configuran su dimensión de apertura y cambio, con posibilidad de ser lo que todavía
no es. Hombre trascendente es aquel que está en proyección; no se ata ni se
esclaviza a las cosas, ni a las personas; el pasado ya pasó, por eso cierra
ciclos, da vuelta a la página y siempre está dispuesto a comenzar el próximo
capítulo.
Zubirí define al hombre
como un ser de realidades, las cuales descubre y realiza en una línea
ascendente de superación. La existencia, no es pues estatismo, sino fluidez,
apertura, que está haciéndose continuamente influenciado, en mayor o menor
grado por la realidad, siempre orientada más allá de las cosas y de las personas,
donde el hombre se afirma como un ser mutable con carácter dinámico y
modificable. El hombre trascendente, tiene como horizonte cuatro tipos de
mundo: El personal o propio, el mundo de lo social o de los otros, el mundo de
las cosas o de lo otro y el mundo sobrenatural o del Otro.
Desde la complementaridad
de todas sus dimensiones que constituyen su esencia personal, se puede afirmar
que éstas, en su todo integral, están cimentadas en dos bases que dan
consistencia al Yo integral: La
singularidad como unicidad y la alteridad como otridad. Sólo en la complementaridad de ambas se hace
el ser personal, un ser que no está hecho sino haciéndose, con la meta de ser
“sí mismo”, un Yo holístico, responsable
que es dueño de sí mismo, porque se posee y,libre y conscientemente,se dona y
entrega al servicio desinteresadode los demás.
2. La singularidad como unicidad.
El hombre como unidad
en sí mismo no admite particiones, como tampoco dispersiones, es unidad, capaz
de mostrarse como lo que es. La singularidad como esencia constitutiva del
existente lo impulsa hacia el afuera, hacia la relación con la otridad,
para luego atraerlo hacia el adentro donde se repite el encuentro que armoniza
la integración del hombre.
a)
El lugar del encuentro: El lugar
donde se armoniza la dimensionalidad del hombre es el “Ego”, que no es un componente
más del organismo humano, como tampoco es el resultado de la amalgama de toda
su dimensionalidad que configura al hombre integral, sino el núcleo más íntimo
del hombre, centro donde convergen y se unifican la singularidad como dimensión
esencial de la persona humana y la alteridad como totalidad externa a él; pero
además, puede decirse que el Yo es el centro frontal de donde emanan los
valores del hombre, como también las decisiones libres de la voluntad;
allí está configurada toda su potencialidad
en forma de germen[1].
b) El hombre frente a sí mismo:
Que el hombre le sea posible comprender cuando choca con otras realidades
ajenas a él, es una verdad parcializada; porque el hombre, además, tiene la
exigencia primigenia de relacionarse consigo mismo, para poder dar desde sí, la
respuesta a la pregunta: ¿Hombre quién eres tú?; respuesta que ha de ser dada a
la luz del análisis existencial de alguien que se sabe y se dispone a sí mismo
como ser humano; sujeto yoico, poseedor de un “Ego” que se enfrenta a otro
“Ego” objeto[2].
c) El hombre sujeto-objeto:
Al situarse frente a sí mismo como un todo integral, el hombre toma consciencia
de su mismidad ubicándose en el mundo como un ser concreto y particular,
inmerso en el cosmos y en la historia como alguien, que al relacionarse consigo
mismo, se descubre como centro unificador de su experiencia[3].
En un segundo momento
de autoanálisis, el hombre se hace consciente de la necesidad de separarse de
todo lo que no es él: cosas del entorno, entre los que se sentía una cosa más,
incluso de otros hombres, para comenzar a saborear la soledad interior, tan
temida en otras épocas, pero que ahora se ha convertido en su mejor aliada para
encontrarse en la intimidad de su adentro como un “sí mismo” poseedor de una
experiencia de integración como ser único e irrepetible[4].
El hombre es un ser
“Original”, una maravilla, no hay dos como él. Porque es original es un ser
único e irrepetible. Como sujeto único, el hombre no puede ser sustituido o
reemplazado por nadie, como tampoco puede ser él mismo reemplazo de alguien
más. Reconocerse como unidad, conlleva en sí el sentido de la responsabilidad
por la propia existencia. Es el momento de dejar de culpabilizar al pasado, al destino
y a otros por los fracasos en la vida, al no alcanzar las metas deseadas. El
hombre de frente a sí mismo, se siente el único responsable de sus entradas y
salidas; y el único que puede hablar de sí mismo como lo que es: Un ser en
devenir, con la fuerza que le impulsa a buscar la plenitud personal fuera de
él, en la realización con los demás. El desplegamiento que lleva al encuentro
es el único camino para vencer la soledad interior.
Como sujeto irrepetible:
El hombre al autoanalizarse descubre la belleza de su rostro oculto bajo las
máscaras que esconden la deformación de su negación. Al hacerse consciente de
su irrepetibilidad, el hombre se experimenta distinto a los otros y a las
cosas. Como irrepetible el hombre tiene rostro y nombre propio, se sabe un fin
en sí mismo con una misión en sus manos que no puede ser postergada ni
realizada por alguien más. Su puesto dentro del universo y de la historia le
pertenecen como don de la vida; es una realidad, y él mismo está envuelto en
ella como pensador y como pensado, como cognoscente y como conocido; nunca
ajeno a su interioridad, sino, de frente a ella, al estar fundamentada en su
propia dignidad.
El hombre en
proyección, como peregrino, que busca alcanzar la meta de frente a su rostro,
se da cuenta, al no estar solo en la vida que no es fruto del azar, sino del
encuentro amoroso de sus progenitores; nació de alguien, mamó los pechos de
alguien, y alguien le enseñó caminando con él a vivir las experiencias más o
menos profundas en los primeros años de su vida. Al tomar en serio su
existencia, pensando autorealizarse, el hombre irrepetible sabe que no podrá
hacerlo solo, requiere de la complementaridad con las cosas y con los demás,
necesita de toda clase de hombres, buenos y malos, amigos y enemigos, con quienes
debe aprender a interrelacionarse.
3. La alteridad como otridad.
El hombre sólo se
convierte en hombre, entre otros hombres: para que sea lo que debe ser: un ser
para los demás y con los demás; tiene que convertirse en varios, en comunidad,
aunque, sin llegar al colectivismo masivo, conservando siempre su interioridad
o particularidad.
La relación con los
demás, sólo puede ser comprendida desde el hombre trascendente, que dando un
salto cualitativo sale de sí para unirse a otros y ser pluralidad; con ellos
puede compartir puntos de vista, intercambiar ideas y conocer la mentalidad de
otros hombres, de quienes puede aprender su lenguaje y su cultura. Es dentro de
la pluralidad donde el hombre se hace lo que debe ser: PERSONA PLENA. Sólo en
la convivencia humana el hombre se comprende y se realiza; ya que por
naturaleza es parte de una sociedad de hombres, de la cual surge y en la cual
crece y se adapta, como ser social, participando de sus costumbres y de su
riqueza cultural; y aportando desde sus posibilidades a favor de los otros, que
le ayudan a desarrollar el máximo de sus potencialidades. El hombre pluralidad
co-existe con otros con quienes comparte un mismo espacio y terreno en el mundo
dentro de una época concreta[5].
a)
¿Quién
es el otro? El otro, es todo hombre sin importar
color, credo religioso o posición social. El otro es el hombre, que desde su
situación concreta de pobreza o miseria expresa en la desnudez de su rostro la
necesidad de que alguien se preocupe por él y le ayude a salir de las campos de
la deshumanización y le descubran los medios disponibles para conocer y liberar
sus valores, con los cuales puede desde su pobreza enriquecer a muchos.
b)
El
otro es también el rico que todo lo posee, desde enormes
cuentas bancarias, hasta un posible vacío de Ser; en él su riqueza humana puede
está siendo opacada por la negatividad y por el individualismo.
c)
El
otro, es aquel, que creyéndose mejor que los demás,
se aísla, para no perderse con ellos; una especie de pseudo santo capaz de
condenar a todo aquel que no piense y crea como él, a todo el que no pertenezca
a su secta; refugiado cree realizarse en una religión legalista que lo
caracteriza por la no tolerancia a los otros
d)
El
otro es todo aquel que tiene rostro humano,
independientemente de que él esté concientizado o no; viva en ricas mansiones o
en tugurios con fachadas de cartón; sea drogadicto, prostituta, sicario,
político o profesional. El otro es el más cercano, pero también el que está
lejos, el otro es el hombre.
e)
El
otro como súplica y oferta al Yo: El hombre no está
hecho para vivir en el aislamiento, al menos en el sentido prolongado, sino que
progresivamente va alcanzando su sentido de plenitud al entrar en comunicación;
en primer lugar consigo mismo, para en un segundo momento encontrarse con el
otro, que interrumpe y se impone como reto que interpela y confronta al hombre
a reconocer su rostro en el cara a cara con él.
f)
El
otro no existe como invento de una mente fantasiosa.
Se afirma así mismo como existente; interpela y exige con su presencia lo que
por derecho le pertenece: ser tratado como alguien, poseedor de una dignidad
que iguala en valor a la de cualquier otro ser humano. Su presencia es súplica
y oferta. Se sabe sujeto y objeto: La realización personal de ambos depende de
la aceptación o de la repulsa que se le haga. Progreso o estancamiento,
plenitud de sentido o frustración existencial, son posibilidades de elección
del Yo frente al otro, que como objeto se deja contemplar para que lo reconozcan
como un fin en sí mismo[6].
1.
El
Yo frente al Tu.
En el encuentro entre
dos sujetos, que en el cara a cara se reconocen como tales, se da en ambos una
diversidad de actitudes que pueden presentar estados de inseguridad y
desconcierto; por ser, tanto, el Yo como el Tú enigma y misterio. Toda la
pluralidad de maneras específicas de comportarse, pueden ser resumidas en
cuatro aspectos[7].
1.
El
Yo sujeto que se enmascara tras las apariencias para
impresionar al Tú; también se presenta como un Yo ideal que esconde un complejo
de inferioridad, por lo tanto muestra lo que no es y lo que no puede ser; otras
veces el Yo se muestra como sujeto utilitarista que valora al Tú por lo que
tiene y por lo que sabe hacer; finalmente, el Yo con una característica de
autenticidad, al acercarse al Tú lo ve como lo es: Sujeto personal, único e
irrepetible; un valor en sí mismo.
2.
El
Yo frente al nosotros: El término nosotros, pareciera ser
nuevo en la sociedad moderna tan marcada por el yoismo: Yo tengo, yo puedo, yo
ordeno, yo sé, etc., como término nuevo sería el mayor descubrimiento de
nuestro tiempo. El nosotros es una yuxtaposición del Yo y del Tú como suma de
dos unidades, que permanecen ajenas una a la otra. El nosotros es el fruto de
la mutua reciprocidad que se da en el empeño mutuo del Tú y del Yo en conformarse
unidad.
Según el concepto
Sartreano la reciprocidad es una ilusión utópica e irrealizable, que nace en
las mentes débiles y fantasiosas que manifiestan lo absurdo de la vida[8]. Contrario
al planteamiento de Sartre, creo que la reciprocidad, como tendencia natural
del hombre orientado al encuentro con los demás, se fundamenta en la capacidad
de amar, inherente al hombre como esencia constitutiva; por lo tanto, conlleva
la participación de ambos; teniendo la verdad, como punto de partida; la verdad
lleva al hombre al encuentro solidario con los otros; es decir, el amor siempre
toma la iniciativa para ayudar al otro a existir, a ser él, a desarrollar sus
más grandiosas potencialidades: darse, amando recíprocamente, puede ser visto
como algo utópico, pero, realizable.
El proceso es lento y
penoso, pero a la vez progresivo y dinámico que lleva al Yo y al Tú hacia una
perspectiva de madurez a través de saltos cualitativos, que se van realizando
en los sentidos situacionales que engendran y generan el “apoderamiento de lo
real”; usando palabras de Zubirí, tienen como condición la vivencia de algunos
valores vivenciales, como el respeto, la libertad, la solidaridad, el amor,
etc.
3.
El
Yo frente a la familia: El nosotros formado por la
multiplicidad del Yo y del Tú, es el fruto de la reciprocidad entre dos
personas que se aman. Es el primogénito de la donación que lleva en sí la
necesidad de apertura, más allá de los límites del Tú y del Nosotros con
quienes al impulso trascendente se multiplican sucesivamente hasta formar un
super nosotros con dimensiones universales que tienen una relación especial con
la familia como primera comunidad de amor y núcleo fundamental de la sociedad.
Es cierto que en la
modernidad la familia se ha dejado imbuir por el espíritu consumista y
pragmático donde los yoes y los túes tienen una función de instrumentalidad
sometida al principio de úsalo y vótalo; principio que da al matrimonio de la
sociedad actual un aire temporal y por lo mismo expuesto a la desechabilidad;
más que una comunidad, parece empresa; dando como resultado una familia enferma
o incompleta que condiciona la transformación de la sociedad.
4.
La
familia frente a la comunidad: El nosotros fruto de
la conjunción entre el Yo y el Tú, alcanza su manifestación más plena en la
familia. La familia como un nosotros existencial, no es la suma de dos
unidades, sino la complementaridad de lo que es propio, para a su vez,
participar de lo que no se posee por sí solo; además, no es una realidad dada
de una vez por todas, sino que es una unidad en devenir orientada hacia la
comunión existencial con otros que han desarrollado cierto grado de madurez. El
encuentro entre estas dos o más existencias sólo encuentra solidez en el plano
de lo auténticamente personal, entre personas conscientes de su Yo, que
libremente buscan relacionarse para vivir con otros y para otros, haciendo una
comunidad trascendente, cimentada siempre en la verdad, el amor y la vida[9].
La comunidad aparece
hoy día como necesidad y respuesta, única vía por la cual el hombre puede salir
del individualismo y del totalitarismo, del conformismo y del consumismo,
causantes del vacío existencial. La comunidad aparece como signo de respuesta a
situaciones concretas de miseria espiritual y material, por lo que no es un
grupo social más, unido por los vínculos de las fuerzas productivas o
políticas, aunque, de hecho pueda darse en ella. En la comunidad existencial lo
esencial es la persona; sujeto particular necesitado de comunión.
5. Características de la Comunidad.
Solamente en el plano de la práctica pueden
conocerse las manifestaciones que develan en parte la solidez de una verdadera
comunidad existente. En ella puede darse pluralidad de aspectos, debido a la
diversidad de sus miembros; sin embargo, la comunidad como familia está cimentada
prácticamente en tres bases: la igualdad, la comunión y el diálogo.
a)
La
igualdad fundamental y esencial: El término igualdad no
significa que todos los miembros de la comunidad busquen ser iguales o
igualados unos a otros; una especie de colectivismo sin rostro. La igualdad esencial
significa que todos poseen la misma “Dignidad”; igualdad entendida como
libertad para todos y no solo para algunos[10].
La persona libre es
siempre distinta a los otros; piensa y actúa según su propia personalidad; lo
opuesto llevaría a ser copias unos de los otros, donde se pudiera aplicar el
principio de “a mas igualdad menos libertad”; que todos los hombres son iguales
significa, que todos deben tener las mismas oportunidades de desarrollar su
potencialidad. La igualdad de cara a la dignidad humana concede a cada ser
humano el derecho natural a la participación del patrimonio social; y en éste
caso, a los bienes compartidos de la comunidad.
En toda comunidad
existencial, por el hecho de estar conformada por seres humanos, puede darse el
peligro que los más hábiles, fuertes y mejor dotados tengan el camino abierto a
la posesión y dominio de la comunidad, llegando ésta a caer en una situación de
dependencia extrema bajo normas de opresión y de explotación[11],
situación en la cual la igualdad sería privilegio de unos pocos.
b)
La
comunión o elcompartir: La donación a la comunidad, jamás
podrá compararse a alguien que va de paso; ha de irse dando progresivamente a
impulsos de un vitalismo intrínseco que va dejando huella, y alcanzando un
desarrollo armónico.
El hombre de hoy piensa
que tal actitud de apertura es utópica e imposible. Solamente la aventura de
arriesgarlo todo por alguien que se ama, sobre todo por los oprimidos, a
ejemplo de la madre Teresa de Calcuta, entre otros muchos ejemplos, puede
llegar a mostrarse lo que parecía utopía se puede convertir en “topía”, de
fantasía en experiencia real. La donación que libera del conformismo y de la
mediocridad exige quemar las naves al igual que Cortés, para compartirlo todo:
lo que se tiene, lo que se sabe y lo que es[12].
·
Lo
que se tiene: La aventura comunitaria no se presenta
con un carácter mesiánico que va a solucionar los problemas del mundo y a
acabar con las necesidades de todos los pobres; sólo se puede hacer responsable
de lo que está en sus manos; pero sí se puede afirmar que tal aventura
compromete al hombre hasta sus raíces sacándolo del individualismo egoísta para
que comparta lo poco o lo mucho; es la mejor vía para alcanzar la liberación de
sí y de las cosas.
Los bienes materiales,
ya sea en el bolsillo o en las cuentas bancarias, sólo alcanzan a tener un
sentido relativo, y a veces, al quedar en el encerramiento, éste mismo se ve
truncado; sólo al ponerlo al servicio de los demás llega a tener su sentido
último e infinito: todo fue creado para todos.
El compartir lo que se
posee no sólo es una condición de la comunión, sino que además, constituye la
esencia íntima del Yo, de la familia y de la misma comunidad; en la que el todo
se considera nuestro y donde el aporte de cada uno es el medio que el otro
necesita para realizarse. Esto se convierte en realidad cuando el Yo
existencial ha comprendido que el ser sí mismo implica el cambio profundo que
lleva al desprendimiento de lo que esclaviza: los bienes, cuando por miedo a compartir
se quedan encerrados en el puño de la mano.
·
Lo
que se sabe: El mundo está lleno de sabios y de
estudiosos encargados de saberes teóricos y especulativos que al no llegar a la
práctica se convierten en sabiondos que esperan al mejor postor que les ofrezca
un jugoso salario por sus conocimientos. Son técnicos y profesionales que al
vender sus conocimientos se convierten en asalariados: hombres sedientos de oro
que viven el eterno lamento: la vida, si no hay dinero, no tiene sentido; es
decir, no encuentran qué hacer con ella y con sus saberes. Mientras que dentro
de una comunidad, cuando es auténtica, lo que se sabe está en estrecha relación
con lo que se hace.
Poner al servicio común
los conocimientos personales implica el compromiso responsable de beneficiar, a
quien lo necesite, como medio de realización humana en cualquier situación
particular. El saber solo encuentra su sentido pleno en el hacer comunitario,
donde cada uno aporta lo propio: conocimientos, cualidades y experiencias,
enriqueciéndose mutuamente y convirtiéndose en creador y transformador de un
mundo más humano. El conocimiento orientado hacia el bien común, tiene como
finalidad última mostrar a la comunidad caminos de liberación y de superación
que llevan a la emancipación humana. Afortunadamente son multitud los
voluntarios con profesión o sin ella, que se aventuran libremente a servir a
comunidades pobres que sin más intereses que ayudarles a salir de la enfermedad
y del analfabetismo, consecuencia y causa de la miseria humana.
·
Lo
que se es: Es una realidad que nadie puede transmitir su vida
a otra persona concreta; pero, sí puede afirmarse que el hombre libre es capaz
de darse hasta los últimos extremos, entregándose hasta la totalidad a una
causa o a alguien. Una entrega totalitaria a la comunidad es la más clara
manifestación de armonía entre el pensamiento, la palabra, el deseo y la acción
del hombre. Sólo esta clase de entrega en sentido estricto, puede transformar y
vencer los residuos del egoísmo en un poder vital erradicador de los sofismas y
de los reduccionismos que entretienen la perspectiva de realización humana. Es
el poder de la convicción que genera el testimonio al que hacía referencia San
Agustín, al decir: “Las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran”. (“Verbum
movit sed exemplumtradit”).
La donación del ser
tiene su consistencia en la disponibilidad interior de afrontar las
dificultades y el desánimo frente a la incomprensión y al rechazo, para llegar
hasta lo imposible: La disponibilidad de perder la vida por el nosotros. La
humanidad conoció en el siglo XX a un hombre, Mahatma Gandhi, que a la edad de
37 años, teniendo una joven y bella esposa, abrazó voluntariamente el celibato,
en mutuo acuerdo con ella, para poder dedicar hasta la última gota de aliento por
la liberación de su país[13].
c)
El
diálogo: El diálogo es el medio más auténtico y primitivo de
que el hombre dispone para acercarse al otro, presente, como sujeto que llama a
la comunicación liberadora de asperezas de los residuos de un individualismo
caracterizado por el no diálogo. La comunicación dice Monier, es el más sutil y
más frágil que la belleza y la felicidad, debido a la misma tendencia que hay
en el ser humano a la no reciprocidad. Luis Jorge González en su libro “Diálogo
liberador”, implícitamente, define la existencia del hombre como diálogo.
Existir es dialogar[14].
Es el intercambio
recíproco mediante el cual el hombre descubre su interioridad. Se da a conocer
revelando libremente sus secretos y abriéndose a las necesidades de liberación
del otro.El diálogo comunitario exige hacer un tiempo para los demás y
preocuparse por su crecimiento personal.
El diálogo es la
apertura entre dos o más dignidades que se reconocen iguales en dignidad; se da
en el cara a cara entre personas que buscan llegar a un acuerdo. El diálogo
auténtico es posible cuando todos los miembros de la comunidad tienen la misma
oportunidad de expresión, siempre de frente a alguien que brinda confianza y
aceptación, aún a pesar de la diferencia generacional y de la diversidad de
pensamientos.
El diálogo, sin ser una
conversación monologada, puede, en un primer momento producir enfrentamientos y
crisis, al no querer ceder ninguna de las partes que buscan tan sólo afirmar su
verdad; la dimensión de apertura dialogada exige la perseverancia para poder
llegar a la comprensión y al entendimiento.
6.Divergencias
entre comunidad y sociedad
La actual sociedad masiva puede aparecer como
un monstruo de siete cabezas, devorador de familias y comunidades que no han
sabido detectar los peligros de la masificación, convirtiéndose en entes
numerables. Como ejemplo se puede usar el río que se pierde al adentrarse en la
inmensidad del mar, deja de ser río para ser océano; este ejemplo se puede
trasladar al hombre que al imbuirse en la masa, se pierde en la negatividad,
enajenándose de su particularidad. En una sociedad masificada donde los individuos
dejan de ser personas para ser tratados como simples números o cosas al
servicio de la agrupación, se tiene como fundamento el principio objetivo que
determina el valor humano por las cualidades y por el sentido de utilidad:
“Cuánto tienes, cuánto vales”. Si tú estás bien, los demás allá ellos. En
cambio, en la comunidad, no se ve al hombre en orden a su funcionalidad, sino
que se trata como un valor en sí mismo: Como persona humana[15].
La vida en la sociedad
aparece como un permanente enfrentamiento social: El pez más grande busca
devorar al más pequeño. Teniendo como alternativa la creación de normas y leyes
jurídicas para propiciar cierta seguridad que afirme los derechos y los deberes
de los ciudadanos; desgraciadamente, los derechos aparecen como privilegios
para los más favorecidos, mientras que los deberes se imponen a los menos
privilegiados, olvidando que la base del derecho es el deber cumplido. La
comunidad en cambio se rige por las normas o derechos que por naturaleza cada
hombre posee como dote de la vida humana: El amor y la comprensión[16].
Influencias: La
influencia, sea negativa o positiva, entre sociedad y comunidad, es siempre
recíproca; pudiendo llevar a ambas partes a cambios radicales de mentalidad y
costumbres. Es común escuchar que en el mundo, y de manera especial en América
Latina hay un gran vacío de modelos auténticos que ejerzan un influjo positivo
sobre las generaciones jóvenes tan sedientos de ideales.
Toda influencia, o está
al servicio del hombre o está en contra de él; en el segundo caso sería
considerada como influencia tiránica, mientras que en el primero sería una
influencia liberadora.
La influencia tiránica
obra por la vía de la propaganda, de la presión y del miedo. Su esencia es la
ilegitimidad al desconocer los derechos del hombre y forzarlo a hacer lo que va
contra su esencia personal[17].
La influencia
liberadora nace del hombre existente, y está orientada al servicio del hombre.
Es el testimonio fruto de la convicción, que entra por los ojos, haciendo
sentir al otro el deseo de superación y de libertad, como medio al servicio del
hombre; se manifiesta como signo que interpela la existencia de los otros, y
les ayuda a descubrir el vacío de ser. La influencia liberadora no obliga, no
infunde miedo y no mata; se caracteriza por el respeto a la libertad y al ritmo
de crecimiento de los demás. Es ejercida apenas por una minoría compuesta por
hombres humanitarios, aunque, con la apariencia de estar fracasando, tiene un
objetivo prefijado: Influir en la situación social, para que al tomar cada
hombre su destino en sus manos, comience a generarse el cambio socio-político;
objetivo que se ve siempre amenazado por la imperiosa ambición de poseer y
someter, que hace del otro necesariamente esclavo o amo; blanco o negro; bueno
o malo; creándose entonces la necesidad de una influencia profética, ejercida
como la voz del hombre libre, que en una actitud de responsabilidad se
solidariza con el débil y con el desposeído.
En el mundo actual se
escuchan voces proféticas que anuncian y denuncian situaciones de injusticia y
miseria; pero al no tener como fin último al hombre, sino intereses ideológicos
e individuales, no nacen de la libertad, por lo tanto son ineficaces. El
auténtico profeta está siempre al servicio de la verdad y del hombre; por lo
tanto su misión exige una capacitacióngeneral sobre la problemática humana en
orden a detectar la sutileza de los sofismas que se presentan con rostro
mesiánico, y a la vez descubrir caminos de liberación.
a)
El
profeta.El profeta como modelo de hombre liberador lleva en
sí la fuerza de la convicción que nace de la responsabilidad y de la libertad. Su
tarea es denunciar las injusticias y anunciar caminos de liberación. El profeta
se sabe y entiende como un ser limitado, por lo mismo, es el hombre para la
renuncia frente a la verdad y el bien de los demás.
No es el paternalista
bonachón cómplice de situaciones inhumanas que pueden darse entre sus
defendidos como la pereza, los vicios y el conformismo; así como denuncia la
violación de los derechos de los débiles, también los interpela a
responsabilizarse por sus deberes y por el sentido de sus vidas. El hacerse
cómplice de las injusticias sociales, lo hace aparecer como uno más de los
pseudo profetas que pululan en los partidos políticos y en las ideologías en
busca de adeptos que sustenten y edifiquen su imagen.
La comunidad
existencial es semillero de voces proféticas; es el lugar donde nace y crece el
hombre guía que lleva a su comunidad al encuentro con otras comunidades
y con la sociedad; no sólo para beneficiarse recíprocamente con la pluralidad
de servicios; sino además, para generar nuevos nosotros dentro de la
misma sociedad; siempre, buscando acortar distancias, tanto entre los hombres
como entre los pueblos.
b)
El
gran peligro. Dice el refrán popular: “El que mucho
abarca, poco aprieta”. Abarcar mucho equivale a exteriorizar hasta gastarse.
Es el otro extremo del
quedarse en sí mismo; al ser todo extremo vicioso, la exteriorización aparece
como un peligro patente que significa absolutismo en un polo e individualismo
en el otro. Toda persona que en su afán de humanizar la sociedad se adentra en
la masa social sin detenerse a contemplar las posibles divergencias y
limitaciones, está condenada a ser absorbida y devorada por la influencia del monstruo
de siete cabezas: Una sociedad masificada y masificadora, consumista y
derrochadora.
La historia humana
muestra a hombres que en su afán de dominio absoluto sobre el mundo se ahogaron
en su intento totalitarista; entre ellos puede mencionarse a Hitler, Napoleón,
Alejandro Magno, entre otros, pero también ha habido líderes comprometidos con
sus pueblos, hombres convencidos que lucharon por causas nobles a favor de los
más oprimidos, y al final, alguien puso precio a sus ideales y convicciones,
terminando por ser entes numerables. La causa fundamental: El vacío de fuerzas
o desgaste físico, psíquico y espiritual que abre el camino a la masificación
que frustra los éxitos y esperanzas ganadas.
Tanto el hombre como la
comunidad existencial si desean sobrevivir al peligro amenazante de la excesiva
exteriorización, deben tener la disponibilidad de volver a centrarse, en la
interiorización para evitar caer en la prisión de las cosas o en el deterioro
del activismo; centrarse es volverse sobre sí para mirarse y concentrar fuerzas
para luego volver a salir en actitud del despliegue trascendente para hacer la
aportación personal al proceso
histórico. La actitud de recogimiento no indica el abandono de la lucha
personal sino auto-afirmación y análisis de metas y de medios[18].
Quien puede negar hoy día que frente a la realización como personas, el peor
enemigo es el individualismo que encierra al hombre en su propia concha
impidiéndole el despliegue hacia su realización histórica.
Ante la viciosidad dada
por los extremismos el hombre existencial, al buscar demasiado descanso
interior vuelve a caer en el individualismo egocentrista, o en el deteriorismo
de su particularidad al ser arrastrado por la corriente de la exteriorización
que desemboca en un colectivismo sin rostro.
7. El hombre frente a la naturaleza
Pensar al hombre frente
a la naturaleza es hacerlo responsable de ella y en relación inseparable del
mundo. Cualquier alejamiento entre ellos equivaldría a despojarlos de su
posibilidad de humanización.
El hombre nace y se
cría en el mundo, está en él, pero no como una cosa más, sino como alguien
distinto a las cosas del mundo; el hombre es persona, capaz de vivir y
adaptarse a cualquier medio o lugar; por su dimensión de apertura es un ser en
relación con el mundo, abierto a todo y capaz de someterlo todo al alcance de
su mano[19].
En un primer momento el
hombre de frente a la naturaleza descubre su primera realidad: Está inmerso en la
naturaleza y depende de ella, está frente a él como una madre que orienta e
impone un ritmo exigente e incontrolable que, en cierto modo determina su
conducta, e impone un modelo de relaciones, que el hombre trascendente está en
la capacidad de transformar mediante la creación de experiencia agradables y
desagradables, pero que son el camino del aprendizaje que le enseña a sacar los
medio de subsistencia a la naturaleza y a construir su propio hábitat. De aquí
se deduce que no pueda pensarse al hombre sin el mundo ni a éste sin aquel. Es
la tierra donde el hombre se siente en casa y las cosas al ser incorporadas a
su existencia encuentran su verdadero sentido[20].
En un segundo momento a
partir de la modernidad con el advenimiento del progreso técnico-científico se
da un vuelco en las relaciones entre naturaleza y hombre. Ella pasa, de
soberana a ser objeto de conquista por parte de él. Con el perfeccionamiento de
los medios de producción se da el distanciamiento entre el hombre y las cosas;
estos aparecen ante él como objetos escudriñables sometidos a su inteligencia y
dominio; es el fin del culto y de la socialización de las fuerzas del cosmos
que pasa a ser sometido al imperio ascendente de la técnica industrializada.
El proceso racional y
racionalizante del dominio del discípulo sobre la maestra no se hace por la vía
teórica o contemplativa; sino por la vía del esfuerzo inteligible y de la
experiencia. El hombre aprende a iluminar las tinieblas con el fuego, y muchos
siglos después con la luz eléctrica; en un principio acorta las distancias con
la invención del carruaje tirado por la fuerza equina, que más tarde se
convierte en monstruo del transporte y en naves espaciales capaces de dar la
vuelta a la tierra en minutos y realizar viajes interplanetarios.
Es la época del
cientificismo en la cual el hombre se comprende como centro y dueño absoluto
del cosmos; no es éste quien le impone sus límites, sino que éstos dependen del
proceso científico y del desarrollo técnico. Es la época del culto idolátrico a
la ciencia y a la técnica a cambio de hacer del hombre el gran conquistador de
la naturaleza, un sofisma desenmascarado por el mismo proceso ascendente y
dominante del hombre sobre ésta, que muestra a aquel como un pseudo
conquistador, un ente automatizado reducido a condición de siervo por la
técnica científica, usado para explotar
y destruir los recursos naturales que tenían la apariencia de ser ilimitados.
Se vive en una época en
que nadie duda de la capacidad destructiva del hombre. El mismo hombre capaz de
construir la silla eléctrica y las más deprimentes mazmorras, tiene ahora en
mente destruir la vida del planeta. Son incontables las maneras como está
logrando su objetivo, desde la anegación de mares y ríos con miles de toneladas
de desechos químicos industriales, derrames petroleros en las zonas costeras,
la tala y quema de zonas forestales por manos irresponsables, hasta la
explotación desmedida de los recursos naturales.
a)
Consecuencias
dramáticas: La naturaleza lanza gritos de alarma, como si
tuviera dolores de parto: Si me siguen destruyendo ya no podré darles los
medios de supervivencia; mis recursos son limitados; no toda transformación,
sirve al proceso de mi humanización; si me siguen destruyendo estarán cavando
su propia tumba.
Su voz de alarma puede
escucharse en la escasez de productos agrícolas, en la mortandad de aves y
peces al ser envenenadas las aguas por los productos químicos, en la polución
ambiental que hace inhóspitas las macro ciudades; algunas enfermedades
incurables consecuencias de experimentos de armas químicas y nucleares, fruto
de la inteligencia humana puesta al servicio militar y expansionista de las
potencias mundiales, que en últimas son los responsables y causantes de aires,
mar y tierra envenenados. Tales armas al ser volcadas sobre la humanidad, nadie
lo duda, exterminarían cualquier síntoma de vida sobre el planeta. No es
suficiente reconocer la eminente amenaza; si el ritmo destructivo continúa su
alocada carrera no serán muchas las posibilidades de que las futuras
generaciones dispongan de un lugar propicio para vivir.
El Club de Roma apoyado
en círculos del MIT, lanza un grito de alarma contra el dominio explotador
ilimitado de los recursos de la madre naturaleza. Según cálculos se prevé un
colapso mundial para el año 2100[21].
La naturaleza, madre,
maestra y sierva dominada por el progreso científico, exige que sus hijos,
discípulos y dominadores se responsabilicen y defiendan en actitud profética la
única fuente de alimentos y el único medio y lugar de realización del hombre.
b)
El
fin último de las cosas: El hombre existencial tiene en sus
manos la misión histórica de orientar las cosas hacia un sentido absoluto que
equivale a su humanización; es decir, el hombre humaniza la naturaleza
transformándola para adaptarla a las necesidades específicas de todo hombre.
El sentido último y
absoluto de las cosas está en el beneficio y en el uso generalizado de los
bienes de la naturaleza. Por ejemplo, si un hombre posee un bien material para
sí mismo, y aún sin tener necesidad de él, se niega a compartirlo, a ese bien
material sólo se le está dando un valor muy relativo, mientras que al ponerlo a
la disponibilidad y beneficio de todos, estaría encontrando y realizando su
sentido total y último; todas las cosas fueron creadas con un sentido trascendente
y son ofrecidas por la naturaleza para todos: Todo lo otro para todos los
otros.
El hombre trascendente
no se queda en las cosas, ni en los otros, como tampoco se queda en sí mismo;
es cierto que en algunos momentos de su etapa procesal se daba la media vuelta
para volver a la fuente, esto era sólo para beber energías y brincar hacia
adelante, dando saltos cualitativos con la fuerza vital que lo sitúa de frente
al Trascendente. Como se dice en el Oriente de Venezuela, y con mucho sentido:
“Para atrás, ni para tomar impulso”, “hay que ser personas echadas para
adelante”.
8. El hombre frente a la
Trascendencia
El hombre existencial
por su dimensión de apertura no sólo puede religarse consigo mismo, con los
otros y con las cosas, sino que además tiene la capacidad de trascender los
límites de su temporalidad y materialidad, desde el mismo momento que se
arriesga a salir de su mundo cerrado y autosuficiente para lanzarse a la
búsqueda de realidades inmateriales e inmanentes que perfeccionan sus conocimientos,
y llenan el vacío de satisfacción que le habían dejado los entes finitos. La
meta a la que se orienta no es la vida, ni siquiera el saber cómo vivir, sino
que saliendo de los límites que le demarcan las realidades situacionales, y
siempre orientado por su conciencia moral, perfila su existencia hacia el
encuentro con lo Sobrenatural, que se presenta al hombre como Misterio: Verdad
oscura y escondida que no significa lo misterioso ni lo ilusorio, sino lo
indemostrable a partir de criterios humanos cimentados en demostraciones
científicas y experimentales. Todo lo que la ciencia haga para explicar el
Misterio tiene apariencia de blasfemia y profanación; puesto que el hombre sólo
puede aprehender cosas finitas; lo que pertenece a la esfera de las realidades
infinitas y absolutas es inabarcable para el hombre que debe inclinarse en
actitud reverente y fascinantes ante el Misterio que se devela a la razón
humana en el mito, la poesía, en la cultura y, de manera especial, en la
religiosidad vivenciada con alguien capaz de satisfacer sus necesidades
interiores[22].
1)
Actitud
del hombre frente al Misterio: Al contemplar las
maravillas del universo y de la existencia, el hombre, puede, a la luz de una
honesta y sana razón, comprender y descubrir razones válidas de la existencia
real del Misterio; en la casualidad y perfección de las creaturas, como en su
belleza y en su ordenación que manifiestan la mano de un Ser Supremo, que al
obrar en sí mismo, no debe su existencia a nada ni a nadie; por lo tanto, lo
que es tan sólo comprensible para el entendimiento, es a la misma vez
indemostrable para él mismo.
El hombre, fascinado
por la de-velación del Misterio en la historia de la humanidad, ha tomado
diversidad de actitudes ante él, desde la reverencia y el temor, hasta el estupor
y el miedo para quienes afirman su existencia, o la indiferencia ante él para
quienes dudan de ella o la niegan. El hombre tan acostumbrado a racionalizar y
a conceptualizar las cosas y las experiencias que palpa, ha designado al
Misterio con una pluralidad de nombres
que hoy en la mayoría de filósofos y teólogos simplemente llaman DIOS; pero que
para muchos hombres, fascinados por su grandiosidad en actitud reverente lo
designan como el sin nombre; el Innombrable.
2)
El
lugar del encuentro: El hombre es un ser religioso por
naturaleza, nace con la factibilidad de serlo; mejor dicho, la religiosidad,
como hecho religioso es objetivo y no inherente a él, y por lo tanto, debe
adquirirlo a lo largo de su historia personal.
Todo hombre nace con la
tendencia que lo religa con la Trascendencia, pero la tendencia o religación
como posibilidad, no es todavía religión; ésta aparece después como la
respuesta apasionada del hombre al sentido de la vida, puesto que vivir
apersonalmente desliga de la religión tanto como de la Trascendencia[23].
El lugar del encuentro es el núcleo más íntimo y profundo del hombre; donde
converge sus entradas, y de donde emanan
sus decisiones; el lugar al que muchos llaman la Conciencia religiosa, mientras
otros se contentan con llamarlo simplemente: El Yo sujeto personal.
Es el lugar desde el
hombre religioso puede vivenciar al Misterio como persona y no como cosa o como
idea. Para el hombre existencial la religión no es una neurosis guiada por
impulsos instintivos o espirituales provenientes de un inconsciente repleto de
arquetipos de Dios, sino que es una realidad trascendente que nace de una
actitud intencional; es decir, nace del hombre, como ser de decisiones; que se
decide a creer y aceptar el Misterio; para él, los argumentos y las
demostraciones de Dios son innecesarias; por eso, prefiere callar ante lo que
no se puede hablar, prefiere vivir en la experiencia del Misterio[24].
3)
El Misterio: Trascendencia e Inmanencia:
Se dijo antes que el Misterio es inabarcable, pero, a la vez envuelve y
permanece; está ahí, pero, no está al alcance de la curiosidad y de la acción
manipuladora del hombre. Es el gran distante que llama y que atrae pero no se
deja tocar. Es el totalmente distinto y diferente a todo por ser perfecto en sí
mismo: El totalmente Otro, distinto a mí y a otros, pero que está allí, como el
Tú primigenio y original que reta y relativiza al tú trascendente a descubrir
su inmanencia en la alteridad, en el encuentro interpersonal con los otros[25].
El Misterio, sin perder
su trascendencia se hace inmanencia; ajeno a condicionamientos externos; se
hace presenciabilidadfundamentadora y sustentadora de las entradas y salidas
del hombre existencial como de todos los seres y de cada ser: Actúa en el
interior y en el entorno del hombre; interpela sus actos al provocar en él
opciones y respuestas que comprometen su existencia, aunque, sin alterar su
fiscicidad y respetando su dimensión personal. La inmanencia de Dios no se
muestra en la superficialidad o en la charlatanería, sino que se des-vela como
profundidad de la existencia humana; por lo tanto, aparece para el hombre como
fundamento: Principio y necesidad primigenia que no se puede suprimir, tan sólo
descubrir como presencia de un Dios vivo entre los hombres.
El hombre al asomarse a
su existencia lleno de asombro y de estupor descubre que él mismo es existencia
sin fondo, cimentada en el Inmanente que lo llama a la profundidad; a la
búsqueda de lo que no es y debe llegar a ser: Plenitud de sentido.
Ante el conocimiento
vivencial del Misterio, la razón humana debe inclinarse reverente y ceder el
paso a la sabiduría del corazón, usando palabras de Pascal; es ésta la que
explica las razones incomprensibles del entendimiento humano. Esta sabiduría
está al alcance del hombre ordinario, que se deja poseer con el Misterio en
cada situación concreta de la vida y que al reconocer su grandeza y miseria,
agradecido, exclama con San Agustín: “Yo no te buscara, sino te hubiera ya
encontrado”[26].
[1]
González, Luis Jorge, La Traspersonalidad y su Horizonte, pág. 40.
[2]
Frankl, Victor, La voluntad de Sentido, Ed, Herder, Pág. 112.
[3]
González, Luis, Jorge, La traspersonalidad y su horizonte, pág. 139.
[4]
IBID, pág. 139
[5]Mounier,
Emmanuel, El Personalismo, pág 70.
[6]Gevaert,
Joseph, El problema del Hombre, pág. 31.
[7]
Hortelano, Antonio, Ed. Sígueme, Problemas actuales de Teología Moral, pág. 323
[8]
IBID pág. 319.
[9]
Gutiérrez, Augusto, El concubinato y la estabilidad familiar en Venezuela, pág.
22.
[10]
Hortelano, Antonio, Ed. Sígueme, Problemas actuales de Teología moral, pág.
329.
[11]Kriele,
Martín, Liberación e Ilustración, pág. 56.
[12]
IBID, pág 57.
[13]
Hortelano, Antonio, Problemas actuales de Teología Moral, pág. 338.
[14]
González, Luis Jorge, El Secreto de Gandhi, pág. 156.
[15]Mounier,
Emmanuel, El Personalismo, pág. 57.
[16]
Hortelano, Antonio, Problemas Actuales de Teología Moral, pág. 338.
[17]Alvarez,
González, Luis José, ética Latino Americana, pág. 82.
[18]
IBID, pág. 128
[19]Mounier,
Emmanuel, ElPersonalismo, pág. 73.
[20]Libanio,
J. B. , Formación de la conciencia crítica, pag. 35.
[21]Panillo,
Bada José y otros, El hombre, pág. 58.
[22]Libanio,
J.B. , Formación de la conciencia Crítica., pág. 77.
[23]Velez,
Correa, Jaime, Al Encuentro de Dios, pág. 66.
[24]
IBID pág. 68.
[25]
Frankl, Víctor, La presencia ignorada de Dios, pág. 80.
[26]
González, Luis Jorge, La Traspersonalidad y su horizonte, pág. 153.
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