El Proyecto de
Jesús
“Ahora yo voy a hacer nuevas todas las
cosas” (Apoc 21,5)
Jesús vino del Cielo, el lugar
donde vive Dios, a instaurar en la tierra el Reino de los Cielos o Reino de su
Padre o Reino de Dios. En primer lugar aclaremos que la Palabra Reino no se
refiere a ningún territorio concreto, sino y mas bien, Jesús se refiere al
poderío de la acción divina en este mundo que va trasformando lo viejo en
nuevo, lo injusto en justo y lo enfermo en sano, y seguirá siendo así hasta que
llegue a cumplirse su voluntad en todas las cosas. El Reino de Dios no es algo
estático, ya hecho, sino algo dinámico,
que está sucediendo y que crece con fuerza (Mc. 9,1-2)
1.
Si conocieras el don de Dios.
Jesús de Nazaret, es un buscador de perlas preciosas, de corazones rotos,
de vidas destruidas. Es también Aquel que se deja encontrar, se hace el
encontradizo. El Evangelio de Juan nos habla de su encuentro con una mujer
conocida como la samaritana, mujer que había ido de hombre en hombre, de
experiencia en experiencia en búsqueda de la felicidad. El Señor, sentado en brocal del pozo de
Jacob, la espera, le dirige su palabra, le hace una petición: “Dame de beber”.
Ella se niega y le recuerda que la enemistad que existe entre judíos y samaritanos.
Jesús no se da por vencido y vuelve a decirle: “Si conocieras el don de Dios y
quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”
(Jn 4, 1ss). El don de Jesús es el Agua Viva, el don de su Espíritu. A eso ha
venido de junto al Padre, a traernos al Espíritu Santo, o como dijo el Papa
Benedicto XVI: “Ha venido a traernos a Dios”[1].
El Espíritu Santo que Dios nos da en Cristo y por Cristo, es infundido en
nuestros corazones para que podamos comprender las palabras de Jesús; nos
consuela en los momentos difíciles; nos defiende en la lucha contra los
adversarios; nos da las palabras acertadas en los momentos de prueba; nos
capacita para discernir entre lo bueno y lo malo; nos guía por los caminos de
Dios; nos enseña a vivir en comunidad fraterna; nos capacita para toda obra
buena y nos configura con Jesús el Señor para que lleguemos a tener sus mismos
sentimientos de acuerdo a las palabras del Apóstol (Flp 2, 5).
Podemos decir que sin el Espíritu Santo, somos, sencillamente, un cadáver y
nuestra vida será estéril e infecunda, sin los frutos de la fe, llamados
también frutos del Espíritu (Gál 5, 22) Gracias a la presencia del Santo
Espíritu en nuestra vida se actualiza hoy día en nosotros la “Obra Redentora de
Cristo Jesús”, nos apropiamos de los Frutos de la Redención y podemos guardar
el Mandamiento de la Ley de Cristo, que es la ley del Amor.
2.
El Mandamiento Regio.
Jesús de Nazaret, hombre que se pasó la vida haciendo el bien, curando a
los enfermos, sanando a los oprimidos y enseñando el camino de la verdad y del
amor; defendió a las mujeres, jugó con los niños, se sentó a la mesa con pecadores, se hizo amigo de
publicanos y de prostitutas; en los últimos días de su vida quiso dejar a sus
amigos y discípulos el estilo de vida que había vivido al recorrer los caminos
de Galilea y de Judea. “Llegado el momento, después de haber amado a los suyos,
los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1); sentado
a la mesa con ellos y después de haberles lavado los pies les dijo:
“Ustedes me llaman maestro y
señor, y en verdad lo soy; y dicen bien. Pues yo que soy maestro y señor les he
lavado los pies, ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado
ejemplo para que hagan ustedes lo mismo” (Jn 13, 13- 15)
Lavar pies significa ayudar a otros a crecer en la fe y ayudarles a vivir
una vida más digna. Podemos afirmar que lavar pies es amar con humildad y
sencillez; es amar haciéndose como niños. Para un creyente que quiera vivir su
fe de manera sincera y auténtica, lavar pies significa servir al estilo de
Jesús: por amor hasta las últimas consecuencias. Para el cristiano servir es
amar, es dar vida. Cristiano es el que es portador del amor de Cristo. Sin amor
nadie debería atreverse a llamarse cristiano. Jesús ha venido a Jerusalén para
graduarse como el Siervo de Dios; como el Cordero de Dios que quita los pecados
del mundo. Al hacerlo, invita a los suyos a graduarse con él: “Hagan ustedes lo
mismo”. Los constituye servidores de la Humanidad; ministros de la Nueva
Alianza.
Antes de terminar la cena, después de que Jesús había anunciado la traición
de uno de los suyos, Judas salió del cenáculo, entonces Jesús dijo: “Ahora ha
sido glorificado el Hijo del Hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios
ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo
glorificará. El Señor Jesús con su corazón lleno de ternura y compasión dice a
los suyos: “Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes”. Mirando a cada uno de
sus discípulos les dejó su “legado”: “Les
doy un mandamiento nuevo: ´que se amen los unos a los otros, como yo los he
amado´; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos” (Jn
13, 31- 35).
Para creer en las palabras de Jesús y ser capaces de ponerlas en práctica
es necesario tener un corazón de pobre. Pobre es aquel que reconoce sus
debilidades y pecados para acercarse a Dios con un corazón abatido y contrito
para confesar sus culpas y recibir la misericordia del Señor. Pobre es aquel
que nada tiene, por eso puede poner su confianza en Dios y amar desde su pobreza al compartir sus bienes
porque no se considera amo y señor, sino siervo y administrador de la
multiforme gracia de Dios. Recordando las palabras del Obispo Dom Cámara decimos: nadie es tan suficientemente rico
que no necesite de los demás y nadie es tan suficientemente pobre que no tenga
algo para compartir con otros.
3.
Las manifestaciones del reino de Dios en los discípulos.
“Si yo expulso a los demonios por el “dedo de Dios” significa que el Reino
ha llegado a Ustedes”[2].
Demonio se entiende como toda realidad que impide que la persona se realice
como lo que es, y, también lo que impide que el Reino crezca en el corazón de
los hombres y de las culturas. La liberación acontece, cuando, por el poder del
Espíritu Santo, nos hacemos humildes, pobres, reconocemos que todo lo bueno que
poseemos es un don de Dios para compartirlo con los necesitados[3].Solo
a la luz de lo anterior podemos comenzar a ver y experimentar los frutos de la
acción del Espíritu que nos lleva a los terrenos de la Responsabilidad y de la
Libertad para ver los frutos de la Nueva vida:
·
Una
de las manifestaciones claras de la presencia del Reino es el desprendimiento y
desapego de lo que se consideraba valioso para el compartirlo. El compartir es
el primero de los valores del Reino que estamos llamados a cultivar. Es la
señal que se ha pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad[4].
·
Otra
manifestación es la dignidad humana compartida por todos los seres humanos. La
luz del Reino nos da una mirada para ver a los otros como iguales en dignidad.
La dignidad en cada persona es un valor intrínseco cimentado en la razón y en
la voluntad, dos valores recibidos de Dios y que son la expresión de que cada
ser humano es una manifestación del Amor de Dios.
·
Una
de las manifestaciones más claras del Reino es la solidaridad humana. Solidario
es el hombre que se mete en los zapatos del otro, del pobre, del necesitado;
hace propio el sufrimiento y el dolor de los demás, a quienes ve como hermanos.
·
Otra
manifestación es la humildad que se manifiesta en la donación, la entrega y en
el servicio[5].
Sólo los humildes sirven con entusiasmo, fortaleza y amor.
·
La
sencillez de vida que nos impide complicar la vida a los demás y que nos lleva
a la transparencia que nos arrebata la
máscara de la hipocresía para llevarnos a ser hombres sinceros, honestos e
íntegros.
Para Jesús el Reino de Dios es Buena Noticia, especialmente, para los
pobres. Hablar del Reino es hablar del amor, la paz y la justicia. Justicia a
Dios y justicia a los hombres. Hacemos justicia a Dios cuando guardamos sus
Mandamientos que no tienen otro sentido que el amor y el servicio a los
hombres, pero, también hacemos justicia a Dios cuando elegimos el camino que Él
nos propone. Este camino es Jesucristo: Camino, Verdad y Vida. Le hacemos
justicia a Jesucristo cuando elegimos el camino que nos propone: El Amor, que
es dar vida, es entregarse, es donarse a los otros para que vivan con dignidad.
Le hacemos justicia a los demás cuando los reconocemos, aceptamos y respetamos
como personas llega a ser “justicia económica”, llega a tocar los bolsillos
para compartir con los más necesitados. Les ayudamos a remover los obstáculos
que impiden su realización personal y ponemos los medios que te poseemos a su
disposición.
4.
El Reino de Dios es para los pobres.
“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios” (Mt
5, 3) Jesús predicó su Evangelio a un pueblo que vivía de las ideas y
tradiciones del Antiguo Testamento. Cada uno a su modo, todos esperaban el
Reino de Dios: los fariseos en la fiel observancia de la Ley; los esenios, en
el retiro del desierto; los zelotes, por la observancia revolucionaria con
intereses políticos. Por otro lado existen los pobres de Yahvé, ellos deseaban
la venida de un rey, que por fin implantaría en la tierra el ideal de la
verdadera justicia (Is 11, 3-5; 32, 1-3) Los pobres esperaban una liberación
espiritual que sólo podría venir de Dios. La justicia de este rey esperado
consistiría en ser voz de los que no tienen voz; en defender a los que no
pueden defenderse por sí mismos. Así lo había dicho el Salmista: “Qué él
defienda a los humildes de su pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante
al explotador…El librará al pobre que pide auxilio, al afligido que no tiene
protección; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los
pobres; él vengará la vida de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos”
(Sal 72,4.12-14)
Cuando Jesús dice que ya llega el Reino de Dios quiere decir que por fin se
va a implantar la situación anhelada por los marginados y despreciados de este
mundo: por fin se va a realizar la justicia según Dios para los desheredados,
los oprimidos, los débiles los indefensos, los pequeños, los pobres (Mt 5, 19;
Mc. 10, 14; Lc. 6, 20). Cuando Jesús dice que el Reino de Dios que se acerca es
sobre todo para los pecadores y no para los justos, se convierte en causa de
escándalo (Mt. 6, 11), no está excluyendo a los justos, sino que éstos, están
llamados a perder terreno, a dejar de creerse buenos y mejores que los demás;
dejar su soberbia y hacerse humildes para reconocerse pecadores como el
publicano del Evangelio y llegar a ser como niños; haciéndose así candidatos
para que en ellos se manifieste el poder redentor del Cristo de Dios por el
camino del “Nuevo Nacimiento”, del cual le habla Jesús a Nicodemo (Jn 3, 1-
5).
Al decir Jesús que ha sido ungido para evangelizar a los pobres (Lc 4, 18),
Él quiere dar una esperanza a los que nunca la tuvieron, por ser pobres y
marginados. Las palabras del Señor Jesús al estar llenas de esperanza hacen que
los pobres se sientan amados por Dios. Él, Jesús hace presente el Reino de Dios
entre los hombres y lo siembra en sus corazones. ¿Cómo lo hace? Movido por el
amor y la compasión:
·
En
primer lugar anunciando la Buena Nueva: predicación y enseñanza. Jesús siembra
la semilla del Reino: “La Palabra de Dios”. Por medio de su Palabra Jesús
denuncia la injusticia y siembra “una esperanza en quienes lo escuchan y
acogen”.
·
En
segundo lugar Jesús ejercitó una actividad liberadora por medio de sus milagros
y de sus exorcismos. Ellos son la señal que el reino de Dios ha llegado (Mt 12,
28) Son obras a favor de quien está necesitado y son a la vez la señal de que
el fin del reinado del mal ha llegado a su término.
·
En
tercer lugar Jesús promueve la solidaridad entre los hombres. Él, no sólo
enseña con Palabras, sino y de manera especial, con su propio estilo de vida:
se sienta a la mesa con pecadores, marginados y oprimidos por lo sociedad, come
y dialoga con ellos, para enseñarnos que también ellos son invitados a sentarse
a la “Mesa con el Padre Celestial”.
·
En
cuarto lugar Jesús denuncia toda acción, actitud o estructura que mantenga a
los hombres divididos en lobos y en corderos, en “orgullosos” y en
“despreciados”. Jesús llama necio al rico agricultor (Lc. 12, 16-18); condena
al rico Epulón (Lc. 6, 19-319; llama malditos a los que no ayudan a los pobres
(Mt 25, 41-45).
·
Por
último Jesús vive y propone la práctica del amor como ley de vida en el Reino.
El Reino se construye en la medida en que vivimos en el amor fraterno;
amándonos como hermanos nos sabemos amados por Dios mismo. Vivir según Dios es
vivir amándonos porque Dios es amor. (1 de Jn 4,7).
El Reino de Dios es pues, reino de
justicia, de amor, de paz, de vida y de verdad. (cfrRom 14, 17). Por eso, la
novedad del Anuncio de Jesús consiste: en que los pobres vuelven a la vida, a
la justicia, a la verdad, a la libertad, a la dignidad del amor fraterno. Los
que estaban lejos ahora están cerca; los que no eran familia, ahora son
familia; los excluidos, ahora son con-ciudadanos del Reino de Dios (cfrEf 2,
11ss). El deseo de Jesús es que todos los hombres sean parte de Reino que no
haya marginados o excluidos.
5.
¿Cómo entrar al Reino de Dios?
“Convertíos y creed en la buena Nueva”[6]. Estas
palabras con las que comenzó Jesús de Nazareth su predicación, en algún lugar
de Cafarnaun, tienen realmente un significado profético y mesiánico: “Entrar en
la Nueva Alianza” prometida por Dios a los profetas y en ellos a toda la
Humanidad[7].
La Nueva alianza que será sellada con la sangre del Cordero de Dios, el que
quita los pecados del Mundo[8].
Entrar en la Nueva Alianza es entrar al “reino de Dios”; la “Puerta es Cristo
Jesús” (Jn 10, 7); Quien entra por Él, se apropia de los frutos de la Redención:
el perdón y la paz, la resurrección y el don del Espíritu, de acuerdo a las
palabras del profeta Ezequiel: “Yo mismo abriré vuestras tumbas, os sacaré de
vuestras tumbas y os llevaré a vuestro suelo e infundiré en vosotros mi
Espíritu” (Ez. 37 12ss).
Entrar en la Nueva Alianza exige creer en Jesús y convertirse a Él.Se ha de
cambiar de vida, es decir, cambiar el modo de pensar y de actuar para poder
creer en la Buena Noticia. Pues según el modo de pensar del mundo es imposible
aceptar los valores del reino. Es necesario un cambio profundo de mente y corazón
para poder entender al Dios verdadero, el Dios de Jesús. Convertirse es, pues,
volverse al Dios vivo y verdadero, al estilo como lo hizo el hijo pródigo[9],
para conocerlo, amarlo y servirlo (cfr 1 Ts 1, 9) Pero, hemos de decir que no
hay conversión sin encuentro con Jesús, con su Palabra. Sólo la experiencia de
encuentro con el Señor nos pone en el camino que nos lleva a la “Casa del
Padre”. Fe y conversión son dos realidades inseparables que se interrelacionan
mutuamente para forjar la experiencia cristiana.
6.
¿Qué es el Reino de Dios?
Jesús habló constantemente del Reino, pero, pero nunca explicó directamente
en qué consistía[10].
La esencia del mensaje de Jesús, no es sólo amor, compasión y justicia. Jesús
no presentó simplemente una nueva moral o un nuevo código de conducta. Jesús
profetizó la venida de un Reino en el que el amor, la compasión y la justicia y
todos los valores de Dios serían concreta y totalmente realizados. Profetizó un
Mundo en el que Dios sería el Supremo Señor[11].
El Reino de Dios que conocemos por la divina
revelación no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia. El Reino de
Dios no es un concepto, una doctrina o un programa de vida sujeto a la libre
elaboración, sino que es ante todo una Persona que tiene el rostro y el nombre
de Jesús de Nazareth, imagen de Dios invisible. Quien se atreva a separar el
Reino de Dios de la persona de Jesús está distorsionando el verdadero sentido
del Reino para transformarlo en una simple ideología.
Así mismo, el Reino no puede ser separado de
la Iglesia. No obstante, que ella no es un fin en sí misma, ya que está
orientada al Reino de Dios, del cual es germen e instrumento, sin embargo, al
estar la Iglesia, indisolublemente unida a Cristo por ser su Cuerpo; el
Espíritu Santo mora en ella, la santifica y la renueva sin cesar.
Al haber recibido la Iglesia del mismo Cristo, la misión de anunciar e
instaurar el Reino hasta los confines de la tierra, existe un vínculo profundo
entre Cristo, la Iglesia y la Evangelización. Así la Iglesia es toda de Cristo,
en Cristo y para Cristo: la continuadora de su obra redentora, y toda
igualmente de los hombres, entre los hombres y para los hombres (Pablo VI).
La Iglesia reconoce que la realidad incipiente
del Reino puede hallarse también fuera de sus confines visibles, en la
humanidad entera, siempre que ésta, viva los "valores evangélicos y esté
abierta a la acción del Espíritu Santo que sopla donde quiere y como quiere (Jn
3, 8).
7. La Espiritualidad del Reino.
De la
misma manera podemos afirmar que solo hay vida espiritual ahí donde alguien es
movido por el Espíritu Santo que nos lleva a “vivir la espiritualidad del
Reino”[12].
Del Reino de Dios en el que Jesucristo es “Jefe y Capitán”, “Dueño y Señor”. En
el Reino de Dios nadie vive para sí mismo, y nadie considera suyo lo que
realmente pertenece a todos. Pensar, sentir y vivir en función del Reino de
Dios nos pide ser dóciles al Espíritu que Dios da sin medida a los que creen,
aman y siguen al Señor Jesús para gloria de Dios Padre. Muchos son los que sólo
actúan sólo cuando se les dice lo que deben hacer, eso, no puede ser así,
porque apaga y sofoca al Espíritu que da
Libertad.
El modo
propio de vivir en el Reino de Dios es amando y siendo amados. Amor que se expresa
en el servicio, en la donación y en la entrega a la “Causa de Jesús”. Según las
palabras del mismo Señor que nos dijo: “No he venido a ser servido, sino a
servir” (Mc 10, 45). En el jueves santo, después de haber instituido la
Eucaristía, el Señor nos mostró como debemos vivir sus discípulos: “Ustedes me
llaman a mí Maestro y Señor, y dicen bien. Pero si yo que soy Maestro y Señor,
les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,
14-15).
La Meta
del Reino, no es la búsqueda de grandezas, de bienes materiales, como tampoco
ser famosos, importantes, como tampoco lo es el quedar bien o el que tengamos
muchos éxitos según el mundo en que vivimos. Nos puede ir bien y podemos quedar
bien pero no lo buscamos. Buscamos primero el Reino de Dios y sabemos por qué
Él nos lo ha revelado, que lo demás nos vendrá por añadidura. ¿Qué es entonces
lo que buscamos? ¿Cuál es nuestra meta? La respuesta es iluminada por la
Escritura: “Les aseguro que el sirviente no es más que su señor, ni el enviado
más que el que lo envía” (Jn 13, 16). La Meta es, sencillamente, “Ser como Él”,
el Hijo obediente hasta la muerte, el Servidor de todos, el Hermano de los
pobres y despojados.
En el
Reino de Dios existe una igualdad fundamental entre todos y cada uno de los que
han entrado que son realmente una “familia” en la cual todos entre ellos
hermanos y por lo tanto, hijos de un mismo Padre. En ésta familia, “el que
quiera ser el primero que sea el último” (Mc 9, 35), y “el que quiera ser
grande que sea el servidor de los demás”.
8.
Las exigencias del Reino
a) Tener los sentimientos
de Cristo. El Reino está
destinado a todos los hombres, dado que todos están llamados a la salvación, no
obstante, Jesús al principio de su Evangelio manifiesta la predilección por
aquellos que están al margen de la sociedad:
· Los pobres: "Ha sido enviado a anunciar
la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18). Ellos encabezan la lista de las
Bienaventuranzas (Lc 6, 20). Jesús se sienta a comer con ellos (Lc 5, 30; 15,
2), los trata como a iguales y amigos (Lc 7, 34),
· Jesús manifiesta la inmensa ternura de Dios
hacia los necesitados y los pecadores (Lc 15, 15, 1-32).
· Dos gestos que alcanzan a toda la persona humana,
tanto física como espiritualmente, caracterizan la misión de Jesús: curar y
perdonar, expresiones de ternura y compasión para con los enfermos y los
pecadores.
· Cuando Jesús cura invita a la fe, a la
conversión y al deseo de perdón. Recibida la fe, la curación invita a ir más
lejos: introduce en la salvación y en la libertad de los hijos de Dios (Lc 18,
42-43).
b) Guardar el Mandamiento Regio de Jesús. El Reino tiende a transformar las relaciones
humanas y se realiza progresivamente en la medida que todos los hombres
aprenden a amarse, a perdonarse, y a servirse mutuamente, tal como lo confirma
el "Mandamiento Regio del
Amor"(Jn 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado a los suyos,
encuentra su plena expresión en el don de la vida por los hombres (Jn 15, 13).
Al dar su vida, Jesús manifiesta el amor del Padre por todos los seres humanos.
Por tanto, la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos
entre sí y con Dios.
c) Entregarse a la obra de Jesús. Trabajar por el Reino significa reconocer y favorecer
la acción liberadora de Dios en el mundo y en la historia. Construir el Reino
significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. De manera que
un trabajador del Reino tenga claridad que su misión es la de Jesús[13]:
destruir el mal en el mundo e instaurar el Reino de Dios. Erradicar el mal del
corazón de los hombres e impregnarlos con el amor de Dios, ha de ser la misión
de los discípulos por encima de cualquier otro objetivo.
Durante su vida terrena Jesús es el profeta del
Reino, es el vencedor del Maligno y del Mundo. Con su muerte y resurrección
vence la muerte e inaugura definitivamente el Reino de Dios en la tierra.
Después de su Pascua los discípulos descubren que el Reino está presente en la
persona de Jesús y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo
en la medida de la unión con él.
9.
¿Cómo lograr esta clase de conversión?
Con la Gracia de Dios y nuestro esfuerzo es posible llegar a poseer una
voluntad, firme, férrea y fuerte para amar. Lo primero es dejarse encontrar por
Jesús. Él es el Buen Pastor que sale en busca de las ovejas perdidas, y las
busca hasta encontrarlas[14].
En el encuentro con Jesús nos encontramos, no solo con nuestra propia miseria,
sino también con la ternura y la bondad del Pastor. El encuentro es el punto de
partida de toda auténtica conversión. En segundo lugar “hay que hacerse violencia dentro, en el
corazón (Mt 11, 12) “Forcejeen para abrirse paso por la puerta estrecha” (Lc.
13, 24). En este esfuerzo nunca estamos solos: la Gracia de Dios, el Espíritu
Santo, nos acompaña y fortalece nuestra debilidad (Rom. 8, 26). Quien no se
esfuerce por negarse a sí mismo y cargar la cruz de Jesús no es digno del Reino
(Mt. 10, 38) Para entrar y permanecer en el Reino hay que aprender a pensar y
actuar según Dios. Nos salen al paso algunas exigencias: vencer algunas crisis
reales para poder decidirse por Jesús y su Reino (Lc. 17, 21); hay que estar
dispuestos a perderlo todo para adquirir la Perla preciosa (Mt. 13, 45-46); hay
que buscar el Reino de Dios y su justicia, siempre y en primer lugar, lo demás
viene por añadidura.
10.
¿Dónde se construye el reino de Dios?
El Reino de Dios se construye en una
sociedad nueva, ésta es la Meta del Reino, el destino de la raza humana[15].
Un acontecimiento futuro que ya está presente y en medio de nosotros. Jesús quiere
renovar la mente y el corazón de los hombres para que el Reino crezca en todos:
“El vino nuevo en odres nuevos” (Mc 2, 22). El reino de Dios busca la
construcción de una sociedad digna del hombre, pues sólo así será digna del
Padre y de todo el hombre: una sociedad en camino hacia la nueva fraternidad,
la igualdad y la solidaridad entre todos ha de estar libre de la vieja
levadura. El sistema actual se basa en la competitividad, en la lucha del más
fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene
poder (Mc 10, 42). Frente a esto Jesús proclama que Dios es Padre de todos por
igual, y por ello, todos han de ser hermanos, con la misma dignidad y los
mismos derechos; sociedad en la que se debe privilegiar al menos favorecido, al
enfermo, al indefenso y al pobre. Esta nueva sociedad es la “Comunidad de
Jesús”, la Iglesia, en la cual nadie debe ser excluido.
11. ¿Cómo realizar esta
utopía?
Éste es el ideal del Reino de Dios predicado por Jesús.
Este proyecto no se puede implantar por la fuerza tiene que realizarse poco a
poco mediante la conversión de la mente y los corazones. El reino de los Cielos
se va construyendo donde haya hombres y mujeres que cambien radicalmente su propia
mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por el
dinero, el poder y el prestigio por los valores y criterios del Reino de Dios.
El Reino es como una pequeña semilla que se va desarrollando poco a poco, pero
con firmeza (Mc 4,30-35); semilla buena que por ahora crece junto a la mala
yerba pero que puede llegar a convertirse en arbusto grande. El reino de Dios
no empieza grande y portentoso, en medio de aplausos y de ostentación, todo lo
contrario, necesita de un terreno pobre sencillo y humilde para que pueda
implantarse en nuestro corazón y en medio de nosotros.
Pero también, hemos de reconocer que hay mucha gente que
llama reino de Dios a lo que nada tiene
que ver con él o hasta hacer proyectos
contrarios al reino. Por eso, más que
hablar del reino de Dios, debemos hablar del “Reinado de Dios”, tal cual lo
presenta Jesús, no es el resultado de aplicar y vivir al pie de la letra la ley
religiosa de Israel. Como tampoco es el resultado de una práctica fiel y
observante de obras religiosas como serían el culto, la piedad, los
sacrificios. Creo, que por esa razón Jesús defraudó a muchos hombres de su pueblo y de su época. Jesús no
creó comunidades de puros santurrones, sino de creyentes, conscientes de su
pecado y del amor sin límites del Padre de los Cielos que luego se abrían en
donación, entrega y servicio a los demás, especialmente, a los más pobres.
Pecadores redimidos que expresan en una nueva mentalidad y actitudes sinceras
la presencia del Reino de Dios en sus vidas. Nada de actitudes perfeccionistas,
rigoristas o legalistas, eso es fariseísmo. Los opresores, los orgullosos, los
ricos egoístas no sirven para el Reino. En Israel muchos de ellos se
consideraban justos ante Dios y sin embargo Jesús dice a sus discípulos: “si vuestra
justicia no supera la justicia de los fariseos no entrareis al Reino de Dios” (Mt
5, 20).
12.
Es un Reino de amor y de justicia.
El Reino que predica Jesús no es un reino de poder.
Cuando el Diablo le ofreció el poder terreno, Él lo rehusó enseguida (Mt. 4,
8-10). Cuando el pueblo quiso nombrarlo Rey, Él huyó al monte (Jn 6, 15).
Cuando Pilatos le preguntó si Él era Rey, Jesús le contestó: “Yo no soy rey de
este mundo, como ustedes piensan (Jn. 18, 36); el poder de Jesús es diferente:
No es como el de este mundo corrompido: En este mundo no se respeta a la
persona porque sea persona, se le respeta por su dinero, por supuesto, porque
usa uniforme o lleva condecoraciones, o por el color de su piel, por la marca
de carro, de la ropa que usa, etc. No así para Jesús, cuando alguien le
pregunta sobre quién era el más importante; Jesús abrazando a un niño oloroso y
sucio, dijo: “Este” (Lc. 9, 46-48)
A lo largo de toda su vida Jesús sufrió la tentación del poder (Lc. 4,
1-13). La tentación consistía en reducir la idea de reinado universal y total
de Dios. Reducir el reino a una forma de dominación política: la tentación en
el cerro desde donde el Diablo le muestra los reinos de este mundo; o reducir
el reino al poder religioso: la tentación en el pináculo del Templo; o reducirlo a la satisfacción de las
necesidades fundamentales del hombre: La tentación de trasformar las piedras en
pan. Eran tres tentaciones de poder que correspondían al modelo del reino que
esperaba la gente de entonces. Jesús fue tentado, pero, no vencido. Se negó a
dejarse manipular por los hombres de su época, como también se negó a manipular
la voluntad de los hombres y a quitarles la responsabilidad de construir un
mundo justo donde vivieran como hermanos. Algo que Jesús nunca haría es manipular
o dejarse manipular.
Jesús el Hijo de Dios se negó rotundamente a encarnar un reino de poder;
éste está cimentado en la mentira. Él encarna el amor y no el poder de Dios en
el mundo: Hace visible el poder propio del amor de Dios, que consiste en dar la
vida para que se construya una sociedad más humana: un mundo lleno del amor
fraterno sin tener que forzar a nadie y sin quitarle a nadie su responsabilidad. Jesús rechaza
todo poder dominador como algo propio del Diablo. El reinado de Dios predicado
por Jesús no coincidió con las ideas nacionalistas que tenían algunos judíos,
como los zelotes. Podemos decir entonces que nadie podrá, jamás, comparar el
reinado de Dios con una situación socio-política determinada. Ningún partido político podrá llamarse cristiano,
pues el proyecto del reinado de Dios es mucho más grande y sublime que todos
los proyectos de los hombres. No existe proyecto político que se iguale al
ideal predicado por Jesús
Por lógica, podemos añadir, que es absolutamente imposible implantar el
reinado de Dios por la fuerza de las armas o por el poderío de los ejércitos.
El reinado de Dios predicado por Jesús nada tiene que ver con los golpes de
Estado. “Mi Reino no es de este mundo” quiere decir que no se identifica con
“el sistema establecido”. Nada tiene que ver, ni con los fines ni los intereses
de este mundo: mundo de mentira, de explotación e injusticia. El reino de Dios,
es el reino de la verdad, de la
justicia, de la libertad y del amor, mientras que los reinos de este mundo se
miden con cuentas bancarias, con títulos de propiedad, con carros lujosos o con
ropas elegantes; son irreales, inhumanos,
sin amor y totalmente falsos[16]; el
reino de Dios se manifiesta en la debilidad y en la sencillez de los
corazones.
13.
Las Leyes del Reino[17].
El Reino crece en el mundo de acuerdo a un dinamismo establecido por el
mismo Dios. Todo el que se integre en el Reino y quiera participar en su
desarrollo ha de respetar y acoger sus leyes internas que Jesús explica a
través de sus parábolas:
1)Ley de la gratuidad. No se
compra ni se vende; todo es don de Dios a los hombres a quienes ama y se
entrega. El reino crece por su propia fuerza. Hay que tener confianza absoluta
en que la semilla fructificará por sí sola. Basta sembrarla con valor,
paciencia y perseverancia (cf Mc 4, 26- 29).
2) La Ley de la acogida. La
Palabra de Dios no da fruto automático, ya que éste depende también de la
respuesta del hombre. El reino de Dios como todos los dones de Dios a los
hombres pueden ser aceptados o rechazados, descuidados y destruidos. Dios no
nos violenta o nos obliga para que nos dejemos amar por Él. La Verdad no se
impone, entra cuando se le abre la puerta; existe un respeto incondicional a la
libertad del hombre (cfr Mc 4, 19.13- 20).
3) Ley de la gradualidad. El
reino de Dios nunca empieza grande y de forma portentosa, sino de forma
sencilla y humilde, para después, siguiendo su ritmo, obscuro, pero creciente
de maduración, alcanzar unos resultados inesperados (cfr Mc 4, 30- 32). No hay
que escandalizarse, hay que cultivar el barbecho del corazón, respetar los
ritmos del crecimiento y esperar con paciencia y esperanza los frutos de la
cosecha.
4) Ley de la contradicción. El Reino será juzgado por muchos como impiedad,
subversión o locura, y, por eso, será llevado a la cruz. Sólo si es capaz de
aceptar la crisis, la oposición y la muerte, brotará como realidad nueva (cfrJn
12, 23- 28).
14. Las Manifestaciones del Reino de Dios.
Para Jesús el reino de Dios tiene sus manifestaciones propias y por lo
tanto inconfundibles: el amor, la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo (Rom 14,17). Su Ley por lo tanto es el amor:
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que como yo os
he amado, así os améis vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34- 35). El mandamiento
de la Ley de Cristo exige, para poder guardarlo tres exigencias fundamentales:
·
la primera estar en comunión con Cristo: ser creatura nueva (2Cor 5,17). Jesús nos los había
dicho: “Solamente unidos a mi podéis dar fruto sin mi nada podéis hacer” (Jn
15,5).
·
La segunda exigencia es guardar los mandamientos[18], todos, los 10 Mandamientos, quien este rompiendo uno de
ellos no puede guardar el Mandamiento nuevo, por lo mismo la Ley de Cristo nos
pide salir del pecado, cualquiera que éste sea.
·
En tercer lugar para guardar el Mandamiento nuevo los hombres y la sociedad de hoy hemos de poseer
el “don del Espíritu Santo”.
15. Yo
soy el que hace las cosas nuevas.
El Apóstol Pablo nos ha legado un Mensaje lleno de esperanza, de consuelo y
de alivio: “Todo el que está en Cristo es una creatura nueva, lo viejo ha
pasado, lo que ahora hay es nuevo (cfr 1 Cor 5, 17) ¿Qué fue lo viejo? ¿Qué es
lo nuevo? La respuesta es personal, brota de la experiencia de encuentro con
Cristo. La novedad del Reino es Jesús, es el Espíritu Santo, es el hombre
nuevo, es la comunidad fraterna. La Palabra de Dios en el libro del Apocalipsis
nos descubre la presencia del Reino que
se aproxima al hombre, de tal manera que presente y futuro están unidos
íntimamente entre sí:
“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y
una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían
desaparecido y el mar ya no existía. También vi que descendía del cielo, desde
donde esta Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una
novia, que va a desposarse con su prometido. Oí una gran voz que venía del
cielo, que decía: “Ésta es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos
como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios les enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni
llantos, porque ya todo lo antiguo terminó”. Entonces el que estaba sentado en
el trono, dijo: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”(Apoc 21, 1- 5).
Hombre nuevo es aquel que ha sido justificado, reconciliado, renovado,
capaz de poner los pies sobre la tierra, es decir, con dominio propio, capaz de
caminar con dignidad como “regalo” para la humanidad. Hombres y mujeres que
están en lucha contra todo lo que atente contra la dignidad humana.
16.
Hacia una Nueva Humanidad
Lo que da sentido a la vida del hombre no es su situación actual, sino lo
que está llamado a ser: Hombre nuevo, solidario y fiel a los principios y a los
valores del Reino que son el fundamento
de una Comunidad fraterna, solidaria y misionera. Digamos con toda claridad que
el hombre de fe no vive instalado en un presente que no cambia y temeroso de un
futuro incierto. El creyente en Jesús está siempre en actitud de apertura hacia
el futuro, viviendo el presente en actitud confiada, sabiendo que el futuro
pertenece a Dios.
La razón se encuentra en la actitud de Jesús en el pasado de los pecadores:
es de poco interés. El no condena a nadie, solo le interesa las posibilidades
del futuro que la conversión tiene en el presente. San Lucas nos describe la
señal que nos ayuda a descubrir la presencia del Reino de Dios entre nosotros:
“Si los demonios empiezan a ser expulsados, es que el Reino de Dios ha llagado
a ustedes” (Lc 11, 20). Los demonios estorban al crecimiento del Reino entre
nosotros. Los más destacados son el individualismo, el relativismo, la mentira,
la corrupción, el fraude, consumismo, alcoholismo, drogadicción,la apatía por
la superación humana y otros muchos más. Mientras que la fe en Cristo
resucitado se convierte en el Camino para hacer las cosas nuevas. Una manera de pensar, de sentir y de actuar
que nos identifica con Jesús el Hermano de todos, el Sembrador del Reino que en
los últimos momentos de su vida gritó: “Padre en tus manos me abandono” (Lc 23,
46), para invitarnos a creer en la
Resurrección y a no tener miedo al futuro. Así nos lo había dicho desde
antes:
“No andéis preocupados
diciendo: que vamos a comer, que vamos a beber, con que vamos a vestirnos que
por todas estas cosas se afanan los gentiles: pues ya sabe Vuestro Padre
celestial que tenéis necesidad de todo esto, buscad primero su Reino, y su
justicia, y todas esas cosas se les dará por añadidura. Así que nos os
preocupéis por el mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene
bastante con su propio mal” (Mt 6, 31-34).
Una señal evidente de que el Reino de Dios quedará siempre al descubierto será:
cuando seamos hombres “Abiertos a la Verdad”. La verdad que nos libera de la
mentira para llevarnos al Amor, la Verdad y la Vida, columnas y fundamento de
la Nueva humanidad.
“La verdad os hará libres” (Jn 8, 33). “Para ser libres os libertó Cristo”
(Gál 5,1). Esta liberación será siempre del pecado y sus consecuencias. Cristo
Redentor, Salvador y Liberador del hombre nos libera de la esclavitud del Mal,
de la esclavitud de las cosas y de las personas, pero también nos libera de la
esclavitud de la ley. Cristo nos libera para ser servidores comprometidos con
otros, a favor de otros, para todos juntos ser más y mejores personas. Él
instauró en la tierra la única revolución capaz de cambiar al mundo: La Revolución
del servicio:”Ustedes me llaman maestro y señor, y lo soy; y, siendo, maestro y
señor os he lavado los pies, hagan ustedes los mismo” (Jn 13, 13 ).
Todo servidor público, en la Iglesia o fuera de ella, ya sea religioso,
político o educador, debe tener presente que para construir una sociedad en la
cual crezca la “Civilización del Amor”, que tiene como fundamento los valores
del Reino: La Verdad, la Justicia, la Libertad y el Amor, en Ella, todos somos
esencialmente iguales, valiosos, importantes y dignos; todo debe estar al
servicio de todos, ya que Dios creó todo para todos. En el Reino de Dios, según
el proyecto de Jesús, nadie pude vivir para sí mismo: Ahí no hay hermanos
separados, nadie debe ser extraño a los
demás, los otros son un regalo y los más fuertes deben cargar con las
debilidades de los más débiles (Rom 15, 1).
17. Cristo hace presente el Reino de Dios.
Jesús, entiende el Reino de Dios de manera
distinta al sentir general del judaísmo de su época. El Reino viene cuando se
dirige a los hombres la "Palabra de Dios" como semilla que debe de
crecer por su propio poder, hasta
convertirse en un gran árbol en medio del mundo, donde anidan las aves del
cielo (Mc 4, 26-29). El Reino de Dios y de Cristo acogerá en su seno a todas
las naciones, pues, no está ligado a ninguna de ellas, ni siquiera a Israel.
Cristo es la encarnación y la revelación de la
misericordia del Padre. Él es el Revelador del Padre (Jn 14, 7). La salvación
consiste en creer y en acoger el Misterio de Dios y de su amor que se
manifiesta y se da en Jesús mediante su Espíritu. En Jesús de Nazareth Dios da
cumplimiento a su Plan de salvación. Después de haber recibido en el bautismo
el Espíritu Santo, Jesús manifiesta su vocación mesiánica: recorre Galilea
predicando la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino
está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 14, 15; Mt 4, 17;
Lc 4, 43).
18. Jesús, Predicador del Reino de Dios
El objeto de la misión de Jesús es la
proclamación y la instauración del Reino, Él mismo lo afirma al aplicarse las
palabras del profeta Isaías: "Para eso he sido enviado" (Lc 4,
16-18). Jesús instaura el Reino de Dios en el corazón de los hombres mediante
la predicación de la Buena Nueva, los milagros, la expulsión de demonios y su estilo
de vida. A la acción de Jesús el hombre responde con la fe en la persona y en
el Mensaje de Jesús, el Liberador del hombre (Mt 12, 28).
Cristo se identifica con la Buena Nueva del
Padre. Existe plena identidad entre Mensaje y Mensajero, entre el decir, el
actuar y el ser de Jesús. La fuerza de su predicación está en la armonía entre
Mensaje y Mensajero: Jesús proclama la Buena Nueva no sólo con lo que dice,
sino también, con lo que hace y con lo que es.
19. La llegada del Reino pone fin al reinado del Mal.
La obsesión de Jesús es establecer el Reino de
su Padre en el corazón de los hombres para así poner fin al reinado del Mal, de
la opresión y de las esclavitudes. "El Reino de Dios está cerca". Se
ora para que venga: “Venga a nosotros tu reino” (Mt 6, 10). Por la fe se le
descubre presente y operante en las palabras, milagros, exorcismos (Mt 11,4-5; 12, 25-28) y en el
testimonio de vida de Jesús.
Jesús inaugura el Reino de Dios entre los
hombres, y a la misma vez, revela el rostro de Dios a quien llama
"ABBA" (Mc 14, 36). El Dios de las parábolas de Jesús es un Padre
amoroso y lleno de compasión, que perdona y concede gratuitamente las gracias
pedidas. Acoger a Jesús como la manifestación amorosa del Padre, y orientar la
vida a Dios en la intimidad de la oración con la confianza de encontrarse con
un Padre que escucha, ama y perdona es la expresión fundamental de la presencia
del Reino en el corazón del creyente. El esfuerzo por cumplir su voluntad del
Padre genera una conciencia filial y permite el crecimiento del Reino en el
corazón de los hombres (Lc 11, 2; Mt 7, 21).
20. Las exigencias del Reino
a) Tener los sentimientos
de Cristo[19].
El Reino está
destinado a todos los hombres, dado que todos están llamados a la salvación, no
obstante, Jesús al principio de su Evangelio manifiesta la predilección por
aquellos que están al margen de la sociedad:
· Los pobres: "Ha sido enviado a anunciar
la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18). Ellos encabezan la lista de las
Bienaventuranzas (Lc 6, 20). Jesús se sienta a comer con ellos (Lc 5, 30; 15,
2), los trata como a iguales y amigos (Lc 7, 34),
· Jesús manifiesta la inmensa ternura de Dios
hacia los necesitados y los pecadores (Lc 15, 15, 1-32).
· Los enfermos. Dos gestos que alcanzan a toda
la persona humana, tanto física como espiritualmente, caracterizan la misión de
Jesús: curar y perdonar, expresiones de ternura y compasión para con los
enfermos y los pecadores.
· Cuando Jesús cura invita a la fe, a la
conversión y al deseo de perdón. Recibida la fe, la curación invita a ir más
lejos: introduce en la salvación y en la libertad de los hijos de Dios (Lc 18,
42-43).
b) Guardar el Mandamiento Regio de Jesús[20].
El Reino tiende a
transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente en la medida
que todos los hombres aprenden a amarse, a perdonarse, y a servirse mutuamente,
tal como lo confirma el "Mandamiento
Regio del Amor" (Jn 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado a los
suyos, encuentra su plena expresión en el don de la vida por los hombres (Jn
15, 13). Al dar su vida, Jesús manifiesta el amor del Padre por todos los seres
humanos. Por tanto, la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres
humanos entre sí y con Dios.
c) Entregarse a la obra de Jesús[21].
Trabajar por el Reino
significa reconocer y favorecer la acción liberadora de Dios en el mundo y en
la historia. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en
todas sus formas. De manera que un trabajador del Reino tenga claridad que su
misión es la de Jesús: destruir el mal en el mundo e instaurar el Reino de
Dios. Erradicar el mal del corazón de los hombres e impregnarlos con el amor de
Dios, ha de ser la misión de los discípulos por encima de cualquier otro
objetivo.
Durante su vida terrena Jesús es el profeta
del Reino, es el vencedor del Maligno y del Mundo. Con su muerte y resurrección
vence la muerte e inaugura definitivamente el Reino de Dios en la tierra.
Después de su Pascua los discípulos descubren que el Reino está presente en la
persona de Jesús y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo
en la medida de la unión con él.
Jesús enseñó con
las parábolas del Reino, pero su misma vida es una parábola, se sienta a la
mesa con pecadores para enseñarnos que en el Reino de Dios, éstos son invitados
a sentarse a la mesa con el Padre Celestial (Mc 2,16). Se hace amigo de ellos
para luego ayudarles a ser amigos de su Padre, todos los hombres son invitados
porque Cristo murió por todos, no obstante, que muchos no respondan a la
invitación.
21. ¿Qué actitudes necesitamos para
empezar?[22]
a) Convertirse
al evangelio. Es decir, reconocer la propia debilidad y pecado, y aceptar el
amor gratuito de Dios, que nos da nueva vida en Cristo Jesús.
b) Vivir
en comunión íntima con Cristo. El hombre comprometido por el reino de Dios es
aquel que vive en Cristo, con y para Cristo, para poder transparentarlo a los
demás. Porque el Evangelio es Jesús mismo.
c) Dejarse
guiar por el Espíritu. El Espíritu es como el alma de la Iglesia y el Agente
principal de la Evangelización. Sólo en la docilidad al Espíritu seremos en Él,
plasmados a la semejanza de Cristo para poder decir con san Pablo: “Ya nos yo
el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál.2,20)
d) Tener
conciencia de enviados. Dios nos la llamado a estar con Él y a ser enviados a
favor de toda la humanidad. Dios nos llama a ser personas de los menos
favorecidos.
e) Vivir
en comunión con la Iglesia. No es un franco tirador, ni un lobo solitario.
Tiene conciencia de que pertenece a su Iglesia que fue enviada por Jesús a
llevar su Evangelio de amor a todos los hombres (Mt 28, 20ss), por eso la ama
apasionadamente y vive en comunión de fe, culto y caridad.
f) Tiene
valentía profética. El trabajo del profeta es anunciar caminos de esperanza y
liberación, anunciar las cosas antes de que sucedan y denunciar las injusticias
que se cometan en la sociedad, en la Iglesia, en el mundo.
g) Ama
a los hombres como Jesús los ha amado. El cristiano es un hombre de Dios; es
portador del amor de Cristo, por donde camina va irradiando ese amor en el
rostro de los pobres, de los enfermos, de los alejados. Debe encarnar en sí
mismo la disponibilidad para hacer la voluntad de Dios y la disponibilidad para
salir de sí mismo para ir busca de los menos favorecidos, rompiendo con
situaciones de confort, de lujo, de individualismo que dejan una vida vacía.
h) Tiene
esperanza en la hora que le toca vivir. No podemos vivir anhelando el pasado
que quedó atrás y no volverá. Vivir en el pasado lleva a una vida neurótica y
sin sentido. El hombre libre, responsable y comprometido no elige donde
trabajar ni con quien trabajar, como sacerdote que soy, tengo que estar
abierto a la voluntad de Dios y a las
necesidades de la Iglesia. No se busca quedar bien ni que me vaya bien, se
busca el bien de los demás, velar por los derechos de los demás.
Esta perspectiva nos
pide hablar más específicamente de la espiritualidad bíblica y cristiana, como
también, de la urgente necesidad de un discernimiento espiritual.
[1]
Salvados en Esperanza
[2]Lc
11, 20
[3]Haring,
Berhnard, Libertad y Fidelidad en Cristo, Tomo 1, pág. 143.
[4]Jn
8, 31- 33; 1 de Jn 3, 16- 17.
[5] Mt
20, 28
[6] Mc
1, 14- 15.
[7]Jer.
31, 31- 34; Ez. 36, 26-30; Os 2, 21-22.
[8]Jn
1,21
[9]Lc.
15, 11sss
[10]Pagola,
José Antonio, JESÚS, Aproximación Histórica, pág. 89.
[11]Nolan,
Albert, Espiritualidad Bíblica, Pág. 41.
[12]
IBID, pág. 11.
[13]Hech
10, 38.
[14]Lc
15, 1-4.
[15]Nolan,
Albert, Espiritualidad Bíblica, pág. 41.
[16]Nolan,
Albert, Espiritualidad del reino, pág. 42
[17]Payá,
Miguel, La Planificación Pastoral al servicio de la Evangelización, pág. 35.
[18] 1
de Jn 1, 8; 2, 1-3
[19]Flp
2, 5
[20]Jn
13, 34-5.
[21]Jn
13, 13; Mt 10, 8ss; Mt 28, 20ss; Mc 16, 15ss.
[22]
Miguel Payá, La Planificación de la Pastoral, al Servicio de la Evangelización,
pág. 33
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