La
frustración como fruto y arma de la mentira
Objetivo:
Mostrar
la no proyección, desviándose a izquierda o derecha, o quedándose en el pasado
llevando una vida atascada en el hedonismo, como el camino de la despersonalización
y el origen del vacío existencial, para comprender la necesidad de cultivarse a
sí mismo.
Iluminación:
“Y no os adaptéis a este mundo,
sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis
cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto” (Rm 12, 2).
La fe es al mismo tiempo esperanza, es la
certeza de que tenemos un futuro y de que no caeremos en el vacío. La fe es
amor, porque el amor de Dios quiere “contagiarnos”. Esto es lo primero:
nosotros simplemente creemos en Dios, y esto lleva consigo también la esperanza
y el amor (Benedicto XVI. Homilía, 12
de septiembre del 2006).
1.
¿De
qué se trata?
De la confusión se pasa
a la parálisis, para luego entrar en la frustración, realidad generadora de muerte. Es consecuencia de
haber usado mal la libertad y de no haber cultivado el barbecho del corazón,
del cual nos habla el profeta (Jer 4,3) ¿Cómo y cuándo aparece? Llega cuando las cosas no han salido como se esperaban.
Cuando no se han cumplido las expectativas. La frustración genera angustia,
agresividad, violencia, aislamiento, soledad y más. Podemos afirmar que este
demonio recompensa con un “carácter fuerte o alterado”. Un hombre frustrado
generalmente es violento, opresor, manipulador y destructivo; un buscador de
razones para sentirse bien, para ser feliz, y generalmente lo hace, tratando de
afirmarse como dueño de la situación recurriendo a la violencia. Cuando se
altera, pareciera que no piensa, no escucha, no reconoce… mata, destruye,
humilla, aplasta, infunde miedo a los que lo rodean.
·
La
Iglesia nos dice:
El Concilio Vaticano II
nos ha dicho: “Con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el Maligno
se pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero por un
ídolo falso, sirviendo a las creaturas en vez de al Creador. Otras veces,
viviendo y muriendo sin Dios, en este muriendo, están expuestos a la
desesperación más radical” (LG 16)
Este modo de ser y de
vivir que nos presenta el Concilio lleva sin dudas a la frustración que hace
decir: ¿Para qué fui médico? ¿Para qué me casé con esta mujer? ¿Por qué fui
sacerdote? ¿Por qué mejor no fui maestro? Nada me complace; nada me llena… Lo
que realmente estoy diciendo es que no soy feliz, porque estoy frustrado.
·
La
Biblia nos dice:
Jeremía 2, 13-14. “Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí
me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas
agrietadas, que el agua no retienen”.
Efesios 4, 17-18. “Por tanto, os digo y os repito en
nombre del Señor que no viváis ya como los gentiles, que se dejan llevar por su
mente vacía, obcecados en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por su
ignorancia y por la dureza de su corazón”.
Pero, ¿A quién culpar
por todo esto? Muchos son los que culpan al otro, a la otra, a los otros, al gobierno, al
brujo, a los demonios… El Salmo 50 nos
dice: “Yo pequé”, Yo soy culpable; no son los otros; no son los enemigos los
que tienen la culpa de mis desgracias personales. Algunas veces, el hombre, se
niega a reconocer que tiene problemas, otras veces, se las ignora o las
entierra, y otras veces; se les razona, se buscan justificaciones; como el
pensar: así soy, no puedo cambiar, ya no tengo remedio, así nací y así me quedo.
Se abandona en las garras del “conformismo o del totalitarismo”; modos de ser y
de actuar que hacen que el hombre se aleje de Dios, de la Familia, de la
Comunidad. Se rompe el diálogo, se pone distancia de por medio; se huye de la
responsabilidad y del compromiso. Se prefiere ser un hombre “light” a un hombre
pleno. El hombre “light” es aquel que rechazando los “Valores humanos” elige
para él una vida cómoda, llena de diversiones, lujos, riquezas, modas; los
valores espirituales son un estorbo, para nada le sirven.
2.
La
autojustificación.
Como mecanismo de
defensa se recurre a la “auto justificación”; ésta será siempre el principio de
la decadencia; primero espiritual, luego moral, después familiar y por último
civil. Cuando el hombre ha caído en una situación de desgracia, de no salvación,
en vez buscar en sí mismo la causa de su desgracia, la busca fuera, en otros;
podemos afirmar que se le “embota la mente, endurece el corazón, ha llegado a
la pérdida de lo moral y al desenfreno de las pasiones” (Ef 4, 17s) No se
piensa, no se escucha y no se ama. Situación que nos aísla y nos sumerge en el “aislamiento”
o en el “individualismo, el peor de los demonios que cuando reza dice: “estando yo bien, los
demás allá ellos”. Una existencia al margen de los demás.
Vivir para sí mismo no realiza,
no humaniza y no personaliza. Recordemos las palabras del Señor Jesús a sus
discípulos: “Ustedes son la sal del mundo” (Mt 5, 13). La sal es lo que le da
sabor al caldo e impide que la carne se eche a perder, es decir, le da sentido
a la vida e impide que los discípulos pierdan el sabor y entren en el sin
sentido, en la frustración. Pablo en la carta a los Romanos nos dice: “Si
vivimos, para el Señor vivimos y si morimos, para el Señor morimos, tanto en la
vida como en la muerte somos del Señor (Rm 14,7-8) En vez de auto
justificarnos, reconozcamos que tenemos una necesidad real; confesemos que nos
hemos equivocado, que somos culpables y con un corazón contrito busquemos la
ayuda que sólo puede venir de Dios. Él escucha el clamor de nuestro corazón.
3.
El
hedonismo es el reinado de la carne.
El regalo del hedonismo
es una voluntad de placer; una vida orientada hacia todo aquello que genere
placer, diversión, comodidad. Se recurre a la química del alcohol y de la droga
que alimentan el deseo de los sentidos para hacer de la vida un espejismo que
arranca, hoy día a muchos hombres y mujeres de todos los estratos sociales de
la realidad, para llevarlos a los terrenos de la evasión y de la fantasía; a
vivir de sueños y de ilusiones espumosas que son puro “vacío”, pura “fachada”
(CfrJer 2, 13). Vivir en función de la diversión, ha llenado el corazón de
muchos del mal deseo; deseo de la mujer ajena, de los bienes ajenos, deseos de
matar y destruir para obtener lo que por derecho pertenece a otros. El
hedonismo desfigura el sentido de la vida y convierte a los humanos en hombres
“light”, es decir: “vacíos de los valores que dan solidez a la estructura
personal”.
El hedonismo pertenece
al reinado de la lujuria y de la carne (Gál 5, 19ss). Sus mejores demonios son
la pornografía, la masturbación, el adulterio, la fornicación, la prostitución
y la homosexualidad, el alcoholismo y la drogadicción. Demonios que atrofian la
mente, la mirada y llevan a los seres humanos a instrumentalizarse mutuamente.
El Señor Jesús nos dice
que estas realidades son realmente lo que hacen daño al hombre (Mc 7,21- 23)
Hacen daño porque llevan al hombre, desde la pérdida de la inocencia, hasta el
no poder ver a una mujer sanamente, se pervierte la mente y la mirada de
hombres y mujeres. San Pablo invita a los cristianos a huir de ellas (1 Cor 6,
18), para no caer en la esclavitud y en el desenfreno de las pasiones (Ef 4,
18). A Timoteo le recomienda “huir de las pasiones de su juventud” (2 Tm 2, 22)
“Te recuerda que no has recibido espíritu de esclavitud, sino de dominio
propio, de fortaleza y de amor” (2Tm 1, 7).
Es una realidad
palpable que el ambiente y los medios de comunicación social bombardean, tanto
a jóvenes, como a niños y adultos con “la basura de la pornografía”, no
obstante, hemos de decir que el hombre en todas estas circunstancias y
condiciones es libre para decidir huir, renunciar o también es libre para
sumergirse en ellas. Reconocemos que el hedonismo es un gran negocio que ha
enriquecido a muchos y ha empobrecido a muchos más.
La industria de la
pornografía, tanto infantil como de adultos, ha sido y es un verdadero
monopolio económico, fuente y causa de riqueza para hombres y mujeres corruptos
que comercializan con el cuerpo humano de personas, a su vez corruptas o de
niños indefensos que son arrastrados y sometidos contra su voluntad al servicio
del “monopolio económico de la pornografía.”
4. La agresividad y el reinado de los
impulsos.
Este demonio es
consecuencia de la no proyección, de la no realización; es, por ser la corona
de la frustración, ausencia de felicidad y de armonía interior. En el vacío
interior reinan los impulsos agresivos y violentos. La persona agresiva recurre
a la violencia para relacionarse con los demás, especialmente a los de cerca, a
los de casa. El hombre violento no actúa por una inteligencia iluminada por la
verdad; su voluntad es débil, llena de anemia para controlar sus impulsos que
son los que realmente lo dominan. Es el hombre insensato que se da muerte y da
muerte a otros, ya sea a golpes o mediante una lengua grosera. Sus armas son
las groserías, las palabras obscenas, las críticas que son portadoras de una
porción de egoísmo, de odio y de envidia. Sus juicios sobre los demás siempre
son negativos y despectivos, están llenos de veneno mortal. Las personas
agresivas presumen de tener un “carácter fuerte”. Éste, no es otra cosa que un
carácter alterado, fuente de comportamientos neuróticos. Un modelo de hombre
agresivo lo encontramos en el Evangelio de Marcos: “Un hombre que habitaba en
los sepulcros, haciéndose daño a sí mismo y a los demás; todo el mundo le tenía
miedo”. Su nombre es “Legión”. Jesús lo convierte en hombre nuevo a quien sus
paisanos encuentran sentado, vestido y en sano juicio; después de que Jesús lo
libera y lo regenera, también lo envía como su primer misionero a tierra de
paganos (Mc 5, 1ss)
La persona agresiva y
violenta fácilmente pierde el control de sí misma, para caer en las garras de la ira,
defecto de carácter o pecado capital. El Apóstol Pablo recomienda:
“Enójense, pero que el enojo no les dure todo el día para no darle lugar al
diablo” (Ef 4, 26); es decir, no den lugar a los resentimientos, rencores,
odios, venganzas, a los deseos de matar y destruir a los demás. El agresivo
será siempre un opresor que infunde miedo, bombardea con amenazas; como también
manipula con promesas baratas que nunca será capaz de cumplir. El arma para
vencer al violento es la mansedumbre y el amor que es paciente, servicial, no
es engreído, ni tiene envidia, todo lo puede (1 Cor 13). La Escritura nos dice:
Las palabras amables desarman a los temperamentos agitados” (cfr Prov.15, 1);
algo para tener siempre en la mente es que el mal, nunca vence al mal; es el
bien el que vence al mal (cfr Rm 12, 21)
5.
La
manipulación.
Para muchos el peor de
los demonios es la manipulación. El más grande, ya que es la peor ofensa contra
la “dignidad humana”. La manipulación tiene por madre a la mentira y genera
mentira, deshumaniza y despersonaliza. El manipulador es un ciego que no
reconoce la dignidad de las personas, por eso, primero las cosifica, las
instrumentaliza y lo luego las manipula. Sus mecanismos son el chantaje, la
intriga, las promesas, las mentiras, las amenazas usadas para infundir miedo;
cuando no se sale con la suya, entonces, recurre a la fuerza y aplasta al otro,
a los otros. Cuando todo le falla, lo único que le queda es la “lástima”, la
peor forma de manipular. Cuando recurre a la lástima para manipular a sus
víctimas se arrastra ante ellas, se arrodilla, llora, pide perdón; recurre a la
súplica… para luego reírse y carcajearse… hacer sufrir y explotar a su víctima
en turno… después es capaz de botarla o destruirla.
El ser humano que toma
su vida en serio debe estar en guerra contra cualquier forma de
manipulación. Ha de saber que ésta es
parte de un proceso deshumanizador; primero el ser humano es cosificado,
reducido a un simple objeto, a cosa, a un algo; después sigue el reinado de la
instrumentalización: el hombre es usado como instrumento de placer o de
trabajo. El manipulador frente a su víctima no le reconoce la dignidad como
persona, por lo mismo tampoco le reconoce sus derechos. Del demonio de la
instrumentalización se pasa a manos del demonio de la manipulación, para luego,
cuando la persona ya no sea útil, se le tira, se le bota, se le desecha o se le
destruye o se le mata. Esta realidad la podemos ver en todos los estratos
sociales, tanto, en las altas esferas de la política, como en la educación; lo
hemos visto en círculos religiosos, en las industrias, en las mafias y en
núcleos familiares. La manipulación es manifestación de una ausencia de madurez
humana, es insensatez; un vacío de verdad, bondad y justicia.
Vigilad y orad nos ha
recomendado el Señor para no caer en la tentación (Mt 26, 41), que nos lleva a
la frustración de la vida… Hagamos un alto en nuestra vida para examinar
nuestro interior, nuestras actitudes y comportamientos… no sea que estemos ya
viviendo en el error y nos hayamos convertido en personas “light”, es decir,
vacías.
Oremos
con el Señor Jesús:“Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a
ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno
como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me
habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de
perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo
estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada”.
“Yo les he dado tu Palabra, y el
mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te
pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son
del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: “tu Palabra es
verdad”. tú me has enviado al mundo, yo
también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que
ellos también sean santificados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino
también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que
todos sean uno……
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