Llamados a encarnar las actitudes del Buen Samaritano.
Jesús alerta a sus
discípulos diciéndoles: “Si vuestra
justicia no supera la justicia de los fariseos, no entraréis en el Reino de
Dios”. (Mt 5, 20) Los fariseos ayunaban dos veces a la semana; hacían
oración cuatro veces diarias, pagaban diezmo de manera estricta, pero Jesús
tiene algo contra ellos: No tenían misericordia ni amor a su prójimo. Dos
realidades que deben ser inseparables amar a Dios y amar al prójimo.
·
Se
acercó y lo vio.
Los ciegos y cortos de
vista son personas atrofiadas por el pecado, desnudas y desprovistas de los
dones de Dios (cfr 2 Pe 1, 8s). Muchas veces le hacemos al ciego para evitar
perder nuestro valioso tiempo o para evitar el compromiso. Unos más podrán
decir: no puedo meter las manos porque me pueden culpar, le sacamos al parche.
El miedo es un enemigo que paraliza, no nos permite manifestar el amor a los
pobres, a los enfermos, a los que sufren.
Tener la mirada de la
fe, es tener la mirada de Jesús, de Dios, para vernos a nosotros mismos y a los
demás como Dios los mira: con amor, compasión, misericordia. El cristiano que
tiene la mirada de Dios, también tiene la mente, la voz y las manos del Señor.
El hombre de Dios nunca dice: “Pobrecito, Dios que lo bendiga”. La lástima no
es lo nuestro, lo nuestro es la compasión. El grito del espíritu cristiano
sería: “¿En qué puedo ayudar? ¿De a cómo nos toca? Ver las necesidades del
otro; sus preocupaciones y penas. Ver también significa: descubrir la voluntad
de Dios para la persona que Él ha puesto en mi camino.
·
Tuvo
compasión.
Es el llamado a la
compasión; un llamado a tener los mismos sentimientos de Cristo (Fil 2,7). La compasión significa: Padecer con; sufrir
con el que sufre; es hacerse solidario, meterse en los zapatos del otros; hacer
nuestro su problema y su necesidad para responderle con lazos fraternos. Es el
llamado que Jesús hace a sus discípulos a ser misericordiosos: “Sed misericordiosos como vuestro Padre
celestial es misericordioso” (Lc 6, 36).
Pongamos los pies sobre
la tierra: para ser misericordiosos, es necesario desprendernos del traje de
tinieblas que envuelve nuestro corazón y revestirnos con las armas de luz que
nos propone san Pablo: “La noche va
pasando el día se acerca ya, despojaos, pues del traje de tinieblas y revestíos
con la armadura de Dios” (Rom 13, 11s). La compasión no crece en la
soberbia, en la envidia, en la avaricia. Será por eso que san Pedro nos
recomienda: “Huyan de la corrupción para
que puedan participar de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4) No podemos
llenarnos de Dios si antes no vaciamos el corazón de todo aquello que es
incompatible con la Gracia de Dios. Volviendo a san Pablo encontramos una
exhortación que nos ayuda a entender nuestro mensaje: “Huyan de las relaciones sexuales impuras” (1 Cor 6, 18). El
experto de Tarso dice a la comunidad de Efeso: “Fortaleceos en el Señor, con la energía de su poder, para que podáis
resistir el día malo” (Ef 6, 10ss) Nadie que viva en la mentira, en el
odio, en la injusticia podrá ver la Gloria de Dios.
La misericordia y la
compasión necesitan de un corazón reconciliado, perdonado y renovado; que haya,
y esté padeciendo la acción del Espíritu para que pueda ser pobre, humilde, manso
y casto, para que pueda nacer y crecer en él, “el amor que Dios derrama en
nuestros corazones con el Espíritu Santo que Él nos ha dado” (cfr Rom 5, 5).
Para el autor de primera carta de Juan, la condición mínima es romper con el
pecado y guardar los Mandamientos del Señor (1 Jn1, 8ss; 1, Jn 2,1ss).
En su Evangelio Juan
nos dice: “El que conoce mis Mandamientos
y los guarda, ese es el que me ama, y a ese, lo amo yo y lo ama mi Padre y
vendremos y nos manifestamos en él” (Jn 14, 18- 21) El Señor se manifiesta
enseñándonos a ser misericordiosos y compasivos. Dios es Misericordia y habita
en el corazón que guarda sus palabras (cfr Jn 14, 23). Estas palabras son las
Bienaventuranzas: “Limpios de corazón
para poder ser misericordiosos” (Mt 5, 3ss) El amor sólo puede brotar de un
corazón limpio, de una fe sincera y de una recta intención (cfr 1 Tim 1, 15)
·
Se
acercó. Acercarse para hacerse prójimo, amigo, hermano, compañero de camino.
Quisiera recordar aquí
el texto del libro del Éxodo: “He visto
la opresión de mi pueblo; he escuchado el clamor de mi pueblo; he bajado para
liberar a mi pueblo” (Ex. 3, 7) Acercarse exige levantarse, salir fuera,
para ir al encuentro del pobre, del enfermo, de los hombres que están tirados
al borde del camino, al margen de su realización. Es buscar la oveja perdida
para invitarla a volver al camino que nos lleva a la casa del Padre. Esta
acción, cuando es movida por la caridad exige romper con el conformismo, con la
dulce vida, con la vida fácil. Veces hay que interrumpir el sueño, el descanso,
abandonar la televisión, etc.
Las experiencias de los
misioneros de los enfermos son muchísimas, y muy hermosas. Regresan a la
Parroquia con carretadas llenas de enfermos, de leprosos, de cojos y
paralíticos. Ancianos abandonados, sin la más mínima ayuda, viviendo en
situaciones de miseria, algunos sin los sacramentos, otros, católicos, pero que
por su enfermedad y soledad se habían retirado de la Iglesia.
La caridad pastoral nos
da la triple disponibilidad para: hacer la voluntad del Padre, para acercarnos
a una persona concreta para iluminarla con la luz del Evangelio y
disponibilidad para dar la vida por realizar los dos objetivos anteriores. La
exigencia es salir fuera movidos por el amor. No perdamos de vista que el alma
de la pastoral es el amor a Cristo, a su Iglesia, a las almas, a los pobres.
·
Vendó
las heridas. Es trabajo solo para experienciados: aquellos que antes se han
dejado curar y que ahora son terapeutas heridos.
“Echó
vino y aceite en las heridas de aquel hombre”. El vino del
consuelo y el aceite de la ternura. Teológicamente sabemos que se trata del don
del Espíritu Santo, el Consuelo que Dios nos ha dado para que nosotros
consolemos a los que sufren y padecen cualquier tipo de opresión (cfr 2 Cor
4,1ss). Gracias a la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones,
movidos por la compasión tenemos palabras que animan, motivan, exhortan,
consuelan, alivian y dan vida a quienes las escuchan. Para consolar a los que
sufren hemos de aprender a escuchar los problemas, las angustias, el dolor de
los otros. Lavamos y vendamos heridas cuando damos amor, paz y alegría. Cuando
tratamos a los que sufren como personas, como hijos de Dios; como seres
valiosos, importantes y dignos.
·
Llevó
a la Posada y Pagó por los servicios.
“Lo
puso sobre su cabalgadura y lo llevó a la posada”. El herido es un ser humano creado a la imagen
y semejanza de Dios; no me debe ser extraño;
no es un extranjero ni un forastero, me pertenece, es de mi familia.
Sólo entonces puedo entender al Espíritu Santo que se mueve en mi corazón
pidiendo: “carga con sus debilidades”
(Rom 15, 1). El herido es un “don de Dios”, y Yo, soy un “don de Dios para él”.
El que ama no tiene miedo a manifestar su amor cargando las debilidades de los
demás. La acción de cargar con los pobres pide tener un corazón libre de
apegos, de esclavitudes, de miedos para darse y entregarse en servicio a los
que sufren.
El Buen Samaritano lo
puso sobre sus hombros antes de ponerlo sobre su cabalgadura. Lo abrazó y se
dejó abrazar. No hubo miedo de hacerse impuro. Recordemos a Jesús que se dejo
tocar y abrazar por el leproso que le pidió que lo curara. Jesús extendió su
mano, lo toca con su poder y le dice: “Quiero
queda sano” (Mc 1, 40). Nos recuerda al Buen Pastor que pone a la oveja que
antes estaba perdida sobre sus hombros y regresa con ella al redil (Lc 15, 4)
Los hombros de Jesús son los hombros de Dios, es el poder de su Espíritu que
hace volver a los pecadores a la Iglesia. Ahí, en el redil, frente a la mirada
curiosa de los presentes, Jesús cura y venda las heridas de los enfermos para
que los que están mirando, aprendan la pedagogía del Médico de almas y de
cuerpos para sanar a los enfermos.
Llevarlo a la posada
significa no dejarlo en el camino en que se le encontró; significa no
abandonarlo, sino buscar la ayuda adecuada, profesional, de otros. Algunas
veces esta acción pide ir y buscar la ayuda a los hermanos de la comunidad para
compartir responsabilidades. “Vengan encontré a un anciano abandonado”.
“Encontré a una viuda con sus huérfanos sumergidos en la miseria”. “Encontré a
una familia y quieren que le llevemos la Palabra, la oración, el amor de
Dios”. Cargar con el herido es poner en
práctica el Mandamiento Nuevo que toca y llega hasta lo económico, hasta la
cartera y nos invita hacernos responsables de los gastos médicos y aún a
desprendernos de nuestro tiempo y de lo que podemos necesitar. Hagamos las
cosas como hombres de Dios, movidos por la compasión, y no, como hombres
mundanos y paganos buscando la vanagloria. Sin anhelar salir en la foto.
·
El
Buen Samaritano dio al posadero dos denarios.
Los Padres de la
Iglesia ven en este gesto el don de la Palabra y de los Sacramentos que el
Señor Jesús dio a su Iglesia como medios para sanar los corazones enfermos por
el pecado. “No los dejaré huérfanos,
regresaré para estar con ustedes”. (Jn 14, 18) Soy testigo de la presencia
de Cristo en el Sacramento de la Reconciliación y del poder sanador que hay en
este sacramento. Para nosotros se trata de tener la disponibilidad de compartir
lo económico hasta que nos duela.
·
Se
Comprometió a volver.
“A
mi regreso, si, es necesario te pagaré”. Se trata de acompañar al enfermo hasta su plena
recuperación. No basta con darles el pescado a los pobres, hay que enseñarlos a
pescar sin crear dependencias, y ayudarles, a tener su propia caña de pescar.
Hay un momento de
búsqueda, otro de acogida, y uno más de acompañamiento. La sanación se va dando
en el proceso que no siempre es fácil, porque muchos tienen mente servil, de
esclavos y un vestido de miseria. Pero, para el testigo del Evangelio, Dios
tiene poder para darnos lo que necesitamos y mucho más. Pablo nos diría: “Todo
lo puedo en Cristo Jesús que me fortalece” (Flp 4, 13). Jesús no sólo es
nuestra fuerza, es también nuestra Fuente de motivaciones: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5, 14), es
decir, nos anima y nos motiva. El
acompañamiento es necesario para que el enfermo se convierta en sujeto de su
propio tratamiento, en agente de pastoral, en dueño de su propio destino y en
protagonista de su propia historia.
·
Cuidar.
Es pastorear, es acompañar, es ayudar a crecer en la fe, la esperanza y la
caridad.
Cuidar es dar de comer
el alimento espiritual. “Pastos de conocimiento y pastos de discernimiento”
(Jer 4, 15). Es ayudar para que aprenda a distinguir entre lo bueno y lo malo.
Aprender a discernir la voluntad de Dios es una urgencia del momento presente
(Ef 6, 10). Cuidar es estar con él en sus primeras luchas y en sus primeras
pruebas para animarlo y explicarle de que se trata. “Hijito mío te has decido a servir al Señor prepárate para la prueba”
(Eclo 2, 2) Que no será mayor que tus fuerzas (cfr1 Cor 10, 12-13)), pero
ánimo, esa es la señal de que Dios está contigo y tú estás con él. Cuidar es
enseñar a dar los primeros pasos del crecimiento, de la misma manera que Jesús
lo hizo con cada uno de nosotros, terapeutas heridos, ahora al servicio del
cuidado de los enfermos: “Cuando Israel
era niño, yo lo amé; a Efraín yo lo enseñé a caminar; lo atraía hacia mí con
cuerdas de ternura y con lazos de misericordia” (Os. 11, 1-5).
3. Conclusión.
El Encuentro personal
con Jesús divide la vida del cristiano en dos: antes de conocer a Cristo y
después de conocerlo. ¿Cómo era nuestro antes? Pablo nos diría: “ustedes antes eran tinieblas, más ahora sois luz en
el Señor” (Ef 5, 8). Cristo nos invita a realizar sus obras y a proclamar
sus palabras: “Hagan esto en memoria mía”
(cfr Lc 22, 19). De la misma manera que Él se ha fraccionado en la presencia de
Dios; se ha inmolado por los hombres, Jesús quiere que sus discípulos hagamos
su mismo gesto: nos fraccionemos, nos inmolemos con Él, a favor de la
humanidad.
Salimos de las manos de
Cristo como regalo de Él para los demás; somos portadores del amor de Cristo,
por donde caminemos vamos esparciendo “el buen olor de Cristo” y nos vamos
haciendo “prójimos” de todos aquellos que necesitan del “consuelo de Dios”. Con
la gracia de Dios y nuestros esfuerzos nos trasformamos en “buenos samaritanos”
que compartimos la “casa”, el “pan” y nuestro “tiempo” con aquellas personas
que Dios ponga en nuestro caminar cada día, sin hacer acepción de personas, sin
prejuicios y sin complejos.
La Iglesia necesita de
servidores que recorran las calles de nuestras ciudades llevando en sus manos
una cubeta de agua y una toalla buscando a quien lavarle los pies. Esta es la
revolución del servicio, la única capaz de cambiar el mundo y de dar sentido a
nuestras vidas. Los hombres nos realizamos amando, y el amor, se expresa en el
servicio libre, consciente y responsable. En el Reino de Dios el que no sirve,
no sirve para nada: “Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; tanto en la
vida como en la muerte somos del Señor” (Rom 14, 7).
Digamos
con María: “He aquí la
humilde esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra” (Lc 1, 38). Ella
es la “Virgen oyente que aceptó ser madre siendo virgen por amor a su Pueblo y
la Humanidad. María, Mujer solidaria con prontitud se puso en camino para ir a
servir a la anciana Isabel en casa de Zacarías, y años más tarde, solidaria con
una joven pareja de esposos inexpertos intercede por ellos ante su Hijo: “No
tienen vino” (Jn 2, 1ss). Pidamos al Señor que nos ayude a encarnar las
actitudes del Buen Samaritano para que podamos ser discípulos misioneros de
Jesús en el mundo de hoy. Que la mano de María nuestra Madre nos guíe y nos
enseñe a ser misericordiosos y compasivos como su Hijo.
Pbro. Uriel Medina
Romero.
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