Objetivo: Mostrar la armonía
que debe haber en el corazón del creyente que ha aceptado a Cristo como
Salvador. Él quiere ser también Maestro y Señor de nuestra vida y de nuestra historia,
para poder vivir la “vida nueva” sólo en donación, entrega y servicio al Reino
de Dios.
Iluminación: “El Reino de los
Cielos es semejante a un comerciante que encontró una perla preciosa, va y
vende cuanto tiene y vuelve y la compra” (Mt 5,45) La Perla es Cristo quien lo
encuentra se enamora de él, se entrega, se dona a él para amarlo y servirlo con
su vida a ejemplo de san Francisco.
1.
La conciencia de
ser de Cristo.
Estar en Cristo Cristo y pertenecer a Cristo viene a
ser como la esencia de la fe (2 Cor 5, 17). Lo anterior implica tres hermosas condiciones:
aceptar a Jesucristo como Salvador, Maestro y Señor. Salvador porque dado su
vida, nos ha redimido, nos ha salvado (Gál 2, 20; ef 5, 2; ef 5, 25). Maestro
porque nos enseña con su palabra y con su vida el arte de vivir la Comunión (Jn
8, 31- 32; 13, 34- 35)), con Dios como hijos, con los demás como hermanos y con
las cosas como administradores y mayordomos, pero no como dueños, amos o señores.
El camino para ser de Cristo es la fe, creer que el amor de Dios sea
manifestado en Cristo nacido para nuestra salvación y santificación en la cruz
y resurrección (Rom 4, 25). La fe es aceptar que Jesús es el Hijo de Dios que
ha tomado rostro humano para amarnos con un corazón de hombre (Jn 3, 16). La fe
es adherirse a Cristo, donarse y entregarse a Él, a su Mensaje, destino y
misión para compartir con Él la herencia de Dios (Rom 8, 15- 17).
El Apóstol Pablo nos ha dejado como hermoso legado lo
que él recibe por revelación: “Todo el que es de Cristo es una nueva creatura,
lo viejo ha pasado, lo que ahora hay es nuevo” (2 Cor 5, 17) Lo viejo era
tinieblas, tibieza espiritual, superficialidad, mediocridad, fariseísmo,
hipocresía, una vida mundana y pagana, vida de pecado; lo nuevo es Cristo, el
Hombre Nuevo; lo nuevo es la bondad, es la verdad, es la justicia es un
compromiso serio y determinante de ser
instrumento de Dios en la liberación y promoción de los hombres. Tomando la
firme determinación de seguir a Cristo. Lo nuevo es ser protagonista de mi
propia historia de salvación, tomando en mis manos, como responsable, las
riendas de mi propio destino.
2.
Hombre Nuevo, igual
que Cristo.
De la Pascua de Cristo ha salido un hombre
nuevo: un ser nuevo que ha muerto, ha sido sepultado y ha resucitado con Cristo
(Rom 6, 4). Un ser justificado, reconciliado y revestido de Cristo con la
determinación de hacer del Evangelio del Señor la Norma de mi vida. Un hombre
nuevo, que libre, consciente y voluntariamente decide dejar de vivir para sí
mismo, para ser de Cristo, de quien dice Pablo, el Apóstol: “Para mí la vida es
Cristo y la muerte es ganancia, es perdida, es basura (Flp 1,21; 3).
El hombre nuevo, aquel que ha nacido en la Pascua de
Cristo, es un servidor de Jesucristo por voluntad de Dios, razón por la que
puede decir: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como
Señor, y a nosotros como servidores de ustedes por amor de Jesús” (2 Cor 4, 5)La
conciencia del Apóstol no deja lugar a dudas: “Siervo de Jesucristo por voluntad del Padre”.
No hay de que vanagloriarse, todo es gracia (1 Cor 4, 7), es don que se ha de
compartir mediante la entrega a la predicación del Evangelio de Jesucristo (1
Cor 9, 16). Lo que se pide al servidor como administrador de la multiforme
gracia de Dios es la fidelidad al Evangelio, al Amor, al llamado. No hay
méritos personales, todo es gracia en virtud de los méritos de Jesucristo (cf 1
Cor 4, 1-2).
3.
¿Cómo hacer a Jesús
Señor de nuestras vidas?
“En el reino de
Dios nadie vive para sí mismo, sino para Aquel que es Señor de vivos y de
muertes, Cristo Jesús (Rom 14, 8). Creemos que existe la realidad del bien y
también creemos que ha surgido la realidad del mal (Dt 30, 15ss; Eclo 15, 11ss).
Existen dos capitanes, dos señores, dos reinos: el de la luz y el de las
tinieblas (cf Ef 5, 7- 8). En el Reino de
la luz, Cristo es el Rey, es el Capitán, es el Señor de señores; mientras
que en el reino de las tinieblas, el Diablo es el jefe. ¿En cuál reino te
encuentras? ¿Cómo saberlo? ¿Cuál voluntad estás haciendo? ¿Tú voluntad o la de
Dios? En el reino de las tinieblas usted puede hacer lo que le dé en gana, que
al cabo está perdido. La libertad se confunde con el libertinaje. En cambio, en
el reino de la Luz sólo están los que hacen la voluntad de Dios, manifestada en
Cristo Jesús (1Jn 3, 23). Aquellos que confían en Él, lo escuchan, lo obedecen
y aceptan pertenecerle, por eso lo aman, lo siguen, lo sirven y le consagran
sus vidas. ¿Cómo hacer a Cristo Jesús Señor de nuestras vidas? Lo primero es:
a)
El encuentro
personal con Jesús, Buen Pastor.
Encuentro liberador y gozoso que divide la
vida de los creyentes en dos: antes y después de conocer a Cristo. Antes yo era
el rey, el centro de mi vida, el egoísmo invadía y llenaba mi ser. Mi felicidad
estaba en las cosas: dinero, sexo, alcohol, droga, amigos, carros, etc., la
verdad es que mi vida estaba cada día más vacía. El Señor estaba fuera, para
nada lo tenía en cuenta. Un día me deje tocar por Él, para iniciar el proceso
de vuelta a la Casa del Padre. Me tocó con su Palabra: “Mi Padre te ama, andas
equivocado, vuélvete al Camino” (cf Lc 15, 1-4). Este acontecimiento da inicio
al proceso, lento, difícil, doloroso, pero también lleno de experiencias que
iban dejando en mi interior luz, claridad, deseos de Dios.
El Encuentro grande, en mi vida se dio, el día de mi
regreso a la Casa de Dios, la Iglesia, después de tres años de haber iniciado
el camino de vuelta. La acogida me la dio el mismo Cristo por medio de su
Ministro, un sacerdote dentro del Sacramento de la confesión. Recuerdo sus
palabras: ”La Iglesia es una madre amorosa que desea el regreso de sus hijos
ausentes, bien venido a tu Iglesia, te estábamos esperando”. La experiencia del
Encuentro es inefable e inolvidable; es el “motor de la vida nueva”; se
experimenta el poder de Dios y lo bueno que es el Señor. La penitencia que me
fue propuesta: “Con eso que usted gasta en los “centros nocturnos, dé lo que
gasta en una noche a una familia pobre”. Lo que yo derrochaba eran los “dones que
mi Dios me había regalado para mi propia realización y la de otros a los que yo
debería servirles. La noche, hacía referencia a mi vida de pecado, de parranda,
vida de tinieblas. La familia pobre, era la Iglesia de los pobres a la que Dios
me llamaba a servirle, como ministro de la Palabra y de los Sacramentos.
¨
La primera clave: La
Ley de la pertenencia: ser de Cristo: “Aceptar y someterse a la voluntad de
Dios”. Según el evangelio de la Madre: “Haced
lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Buscar y realizar la voluntad Dios que es
poner a Jesús por encima de todos mis intereses. El cristiano que camina con
decisión por los caminos de Dios aprende a discernir entre el bien y el mal, y
se hace adulto en la fe, capaz de vivir de una manera digna según el Señor, dando
frutos buenos y creciendo en el conocimiento de Dios. (Col 1, 9-10)
¨
La segunda clave: La
Ley del Amor:
Amar como Jesús, a todos y siempre. Cuando la Ley de Cristo reina en nuestros
corazones, las cosas ya no se hacen por obligación ni por que toca; todo se
hace con alegría y por amor al Señor, por eso se puede decir con san Pablo: “Todo lo que era importante para mí, lo
considero basura y lo doy por pérdida ante la sublimidad del conocimiento de
Cristo, mi Señor”. (cfr. Flp 3, 10-11).
¨
La tercera clave: la
ley del servicio.
El compromiso del que pertenece a Cristo es ser servidor de los demás. Jesús es
Señor de los que permiten que Él les lave los pies. Jesús dice: “Vosotros me
llamáis Maestro y Señor, y lo soy, pues
si yo que soy Maestro y Señor les he lavado los pies, haced vosotros lo mismo”
(Jn 13, 13-14). El señorío de Jesús es para el servicio del hombre: “El Hijo
del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos” (Mt 20, 28).
b)
La purificación del
corazón o destrucción de los Ídolos.
El Señor Jesús no entra en nuestros
corazones con sus manos vacías. ¿Qué lleva? La Espada de doble filo y viene a
echar fuera de “Casa” todo lo que no sirve, lo que ocupa el lugar de Cristo;
viene a destruir nuestros falsos dioses. Entra también en nuestros corazones
como Luz que ilumina todas dimensiones de nuestra vida. Paso a paso, de obra en
obra, el Espíritu del Señor va rompiendo ataduras, destruyendo ídolos,
limpiando la casa; espíritu de machismo…espíritu de brujería…espíritu de
alcoholismo… espíritu de adulterio… espíritu de libertinaje… espíritu de
grosería, fuera y al fuego.
Qué hermoso es ver en nuestra vida un cambio en la
manera de pensar, de sentir y de vivir. Qué bello es contemplar la acción de
Dios en nuestra historia que nos transforma y nos promueve, de pecadores en
hijos, de enemigos en amigos y en servidores de su Palabra.
c). La opción por
Jesucristo y rompimiento con el mundo.
El
Señor Jesús no pide poco, tampoco pide mucho, Él lo pide todo. Pide, pero no
exige, más bien propone. Es un Caballero y respeta nuestra libertad: “Si tú
quieres”… ¿Cuándo se hace la opción por Jesús? ¿En qué lugar? ¿En qué momento?
La opción por Jesús es un momento de gracia, es don y respuesta… implica dos
certezas: La certeza que Dios me ama…
“me amó y se entregó por mí”. Y la
certeza que yo también lo amo…y hago alianza de comunión con Él y con su Grupo.
Respondo a la invitación amorosa que hace: “Ven y sígueme”.
Cuando esta doble certeza se enraíza en el corazón de
los discípulos entonces, libre y conscientemente se decide uno por Cristo y por
su Evangelio. Es decir, se guardan los Mandamientos y se acepta libre y
gozosamente la llamada al servicio. Jesús pregunta a Pedro: “¿Pedro, me amas”
(Jn 21, 15s). Jesús no hace alianza con esclavos… primero los libera, los
seduce, los reconcilia, y los promueve; después, pasado un tiempo, más o menos
tres meses, el Espíritu Santo nos lleva a tomar la “opción de seguir y ser de
Cristo”; movidos por la gratitud por lo que ha hecho y está haciendo en nuestra
vida, hacemos alianza de comunión y de pertenencia con Él. Alianza sellada con
un sacrificio doble, el de Cristo y el mío que consiste en aceptar y someterme
libremente a la Voluntad de Dios que me eligió para una Misión grande, desde
antes que el mundo existiera (Ef 1, 4), La misma Misión de Cristo, ser su
colaborador en la salvación de los hombres. Jesús, el Señor manifiesta su
alegría diciendo a los nuevos discípulos: “El mundo los odia porque ustedes me
aman, si ustedes me odiaran el mundo los
amaría” (Jn 15, 18).
c)
Vida de pertenencia
a Jesús.
Mateo en el Evangelio nos presenta la parábola de la
“perla preciosa” (Mt 5, 45). La Perla no será nuestra, si no estamos dispuestos
a darlo todo: familia, amigos, bienes materiales, morales, defectos, vicios,
enfermedades… Entregar lo bueno y lo malo. Ponerlo todo a los pies de Cristo como
la samaritana: Dejo su cántaro a los pies de Jesús (Jn 4, 28) Para que pueda
ser el Señor de nuestra vida y de nuestra historia debo tener la disponibilidad
de darlo todo por seguir a Cristo. No somos de las cosas, somos del Señor con
todo y cuanto tenemos, por eso, lo que sabemos, tenemos y somos, todo lo
ponemos con alegría al servicio de quien lo necesite. El Señorío de Jesús es el
camino del desprendimiento y de la comunión con Dios y con los demás
especialmente los más pobres (mt 25, 31- 45)
d)
Vida consagrada al
Señor.
La vida humana solo se hace
cristiana cuando se gira en torno a Jesús como siervo de Él por amor; sólo
entonces es fuente de alegría cristiana.
Sierva de Dios fue el título favorito de María: “He aquí la esclava del Señor” (Lc,
1, 38) Pablo, siervo de Jesucristo por voluntad de Dios al servicio del Señorío de Jesús, se consagra
totalmente y con alegría a su servicio. Razón por la que puede vivir para Dios
y confesarnos que todo en lo que antes
de conocer a Cristo era valioso para él, después de haber experimentado lo
sublime del amor de Cristo, lo considera basura, lo da por pérdida. (Flp 3, 7)
En la carta a los Romanos encontramos un texto que nos
manifiesta en qué consiste una vida consagrada al Señor: “Hermanos os exhorto
por la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostias
vivas, santas y consagradas a Dios; ese ha de ser vuestro culto espiritual”
(cfr. Rom 12, 1-2) Reconocer, aceptar y proclamar a Jesús como Señor es algo
que solo puede ser fruto de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida, y, de
nuestras humildes y pobres respuestas.
4.
Manifestaciones del
Señorío de Cristo en nuestra vida.
La voluntad de Dios
para nosotros es hacernos partícipes de lo que Él tiene y de lo que Él es. La voluntad del
Señor manda siempre lo mejor para el hombre, aunque éste no lo alcance a
ver de esta manera: “todo lo que nos
sucede es para bien de los que aman a Dios” (Rom. 8, 29) En miras a nuestras
plenitud en Cristo nos llama a la santidad: “Porque ésta es la voluntad de Dios:
vuestra santificación” (1 Tes. 4, 3). ¿Podrá existir algo mejor para nosotros
que nuestra santificación? Las manifestaciones que podemos ver en nuestra vida
cuando Jesús es el Señor, pueden ser, entre otras:
¨
Cambio
de una manera de pensar egoísta a una,
con sentido comunitario. De mi carro a nuestro carro, del yo al nosotros, de lo
mío al nuestro.
¨
Se
pone lo que se tiene al servicio de quien lo necesite. El desprendimiento de
las cosas y de realidades buenas para abrirse al servicio.
¨
La
administración de la economía. Ya no se gasta en lo que no se necesita. No se
derrocha en cosas innecesarias, en lujos superfluos. En cosas vanas.
¨
Disponibilidad
para abrazar la voluntad del Padre. Disponibilidad para hacer el bien, sin
buscar el propio interés.
¨
El
cultivo de los valores del Reino. La verdad, la justicia, el amor y la
libertad.
Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos nos
dicen: “Todo gasto superfluo es un fraude a los pobres”. Todo derroche en
vicios y en lujos innecesarios es fraude, es engaño….es darle el lugar de
nuestra vida que le corresponde a Cristo, a las cosas, a los perros y a los
cerdos.
María es el mejor ejemplo que tenemos de alguien que
haya realizado en su vida el señorío de Cristo. Ella es la primera discípula,
por eso es también hija predilecta del Padre y Sagrario del Espíritu Santo. En
cada momento de su vida abrazó la voluntad de Dios hasta el fondo, por eso es
Virgen fecunda y Madre Admirable.
5.
¿Cómo vivir el señorío de Cristo?
La respuesta pertenece al campo de la fe: en la donación, entrega y
servicio a la causa del Reino de Dios. Conservando la “identidad de hijos de
Dios, de hermanos de los hombres y como servidor de ellos”; sólo entonces se
conserva la hermosa dignidad de ser cristianos.
- Viviendo en comunión con Él. En la amistad con el Señor para
poder decir con Pablo: “Mi vida es Cristo” .
Esto implica guardar sus Mandamientos (Jn 15, 4).
- Purificando el corazón de apegos, ataduras ídolos para llegar a
ser totalmente de Dios. “No vivo yo es Cristo quien vive en mí y la vida que ahora vivo la vivo de mi
fe en Aquel que me amó y se entregó a la muerte por mí” (Ga 2,19- 20)
- Siendo dóciles a la acción del Espíritu Santo para sumergirse en
la voluntad de Dios manifestada en Cristo, para llegar a decir con Él: “Mi
alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar s cabo su obra” (Jn 4,
34).
- Teniendo un sentido de pertenencia a Cristo: “Todo ha sido
sometido bajo los pies de Cristo”. Todo: mente, corazón, cuerpo, tiempo,
familia, riquezas, salud, enfermedad, amigos, presente, pasado y futuro.
(Cfr. 1 Co 3, 21- 23)
- Aceptando las contradicciones que la vida nos presente: Pruebas,
luchas, tentaciones: “A los vencedores los sentaré conmigo en mi trono”
(Apoc 3, 20s). El trono de Cristo es la cruz, y ésta es el lugar por
excelencia para vivir el señorío de Cristo: “Estoy crucificado con Cristo”
(Gál 2, 19- 20).
Conclusión: Somos de Cristo porque él
nos llamó a la existencia, somos una creación y manifestación del amor de Dios
a los hombres. Somos además de Cristo porqué nos ha redimido, nos ha comprado a
pecio de sangre, jurídicamente él nos puede reclamar. Pero él prefiere que
nosotros tomemos la decisión de pertenecerle: “Conmigo o contra mí” (Mt 12,
30). Somos de Cristo en la medida que lo amemos, le entreguemos nuestro corazón
y lo dejemos ser Dios en nosotros, Señor de nuestras vida.
Señor Jesús: ¿Qué quieres que haga por ti? La
respuesta puede ser: Ama a tus hermanos y ayúdales a conocerme, amarme y
servirme. Ama todo lo que yo amo, obedece todo lo que te mando y anhela todo lo
que te prometo. Todo lo que Dios nos pide no es para Él, es para los hombres
nuestros hermanos. El Señor no necesita de nuestro dinero o de nuestras casas
para darnos a cambio regalos o hacernos milagros, son sus pobres quienes lo
necesitan. Cuando alguien nos dice: El Señor te pide que seas generoso, que
pagues tus diezmos, que le traigas tus ofrendas, hemos de tener mucho cuidado y
preguntar: ¿De qué señor me está usted hablando? Porqué el Dios de la Biblia no
es fayuquero.
Porque el Dios de la Biblia todo lo da por amor
gratuito, y, no es el Dios que nos pide cosas. Más bien nos propone: ser
generosos, amables y serviciales con la Iglesia y con el mundo de los pobres.
Me entrego con lo que tengo, con lo que sé y con lo que soy al servicio de los
hombres desde su Iglesia. Porque sé que todo en la Iglesia es para bien de
todos (lugares de culto, de apostolado, casas de ancianos, niños desamparados,
mujeres abandonadas), especialmente de los más pobres, o menos favorecidos. Qué
nadie se quede con lo que pertenece al Bien Común. Como dijo el cura más santo
de Francia: “Entrégalo todo, no te quedes con nada” (Cura de Ars, Juan María
Vianey).
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