4. LA CONFUSIÓN COMO ARMA DE LA
MENTIRA
Objetivo: Mostrar la
responsabilidad personal de cultivar el bien para poder derrotar el mal que
esclaviza y des humaniza a los hombres.
Iluminación:
“Mientras mis siervos dormían, vino mi adversario de noche y sembró la mala
semilla” (Mt 13, 28). Habiendo
pues dejado toda malicia, y todo engaño, y fingimientos, y envidias, y todas
las murmuraciones, desead, como
niños recién nacidos, la leche (1Pe 2,1)
“Vivir nuestra fe como relación de amor con Cristo significa también
estar dispuestos a renunciar a todo lo que constituye la negación de su amor” (Benedicto XVI).
1. ¿De qué se trata?
La confusión, primera hija de la mentira, su
arma favorita. La confusión es una mentira disfrazada de verdad; genera
aturdimiento, pérdida de ubicación y falta de lucidez; es no tener las cosas
claras; es mezcla de ideas; es inversión de valores; es algo que no está
definido. La confusión puede entrarnos por los ojos, cuando vemos un mal
testimonio; cuando se hacen lecturas sin tener criterios para discernir lo que
se lee; como también nos puede entrar por los oídos, lo que se escucha:
chismes, críticas, calumnias, difamaciones, verdades a medias, etc. Si
comparamos la confusión con la cizaña del Evangelio, el Señor Jesús dijo:
“Mientras mis siervos dormían, vino mi adversario de noche y sembró la mala
semilla” (Mt 13, 28). La confusión tiene como finalidad, no sólo hacernos obrar
de manera equivocada, sino, y sobre todo, llevarnos a la pérdida de identidad.
Cuando ésta llega a perderse lo único que queda es un “vacío existencial”. Se
deja de actuar con propiedad, como lo que se es, y como lo que se debe ser;
sencillamente se vive en la mentira.
Para la persona
confundida, su lema siempre será: “No sé qué hacer”, “No sé cómo hacerlo” “No
sé qué pensar”. Una especie de sopor cubre su mente; una espesa nube lo
obnubila para que tome decisiones y caminos equivocados; una especie de velo
cubre sus ojos y lo enceguece: su mente y su voluntad ya no responden a su
realidad personal o comunitaria. La confusión que viene de la mentira es madre
de los complejos de superioridad, de culpa e inferioridad, llamados por la psicología
profunda de Carlos Gustavo Jung, verdaderos demonios, fuente de comportamientos
neuróticos. Los complejos enceguecen a las personas y las llevan al pozo de la
deshumanización o de la muerte.
El Señor dijo: “No
puede un ciego guiar a otro ciego, los dos caerían en el pozo” (cfrLc 6, 39)
Una mente débil o sin criterios propios y firmes, fácilmente pueden caer en las
garras de la confusión que lleva a la práctica de toda clase de injusticias que
niegan y esconden la verdad cambiándola por la mentira (cfr Rm 1, 18. 25) Un
ejemplo de confusión lo encontramos en los Apóstoles cuando Jesús con toda
franqueza les anuncia su Pasión. Su respuesta fue inmediata y violenta, las
cosas no eran como ellos las pensaban, Jesús estaba echando por tierra sus
criterios: “Pedro se llevó aparte al Maestro y lo reprendió: ¿Cómo te atreves
hablar así? Nosotros sabemos que el Mesías ha de ser eterno, poderoso y rico
(cfr Mc. 8, 32s) desde ese momento todos entraron en crisis. Poco a poco irían
entendiendo la verdad de Jesús, para verlo todo con claridad, con la luz de la
verdad.
2. El mecanismo de la mentira es
confundir.
En el paraíso, el
mecanismo usado para engañar a nuestros primeros padres fue la confusión:
“Seréis como dioses”, dijo la serpiente a Eva. En la mente de Eva estaban
presentes las palabras del Creador: “Pueden comer de todos los árboles del
paraíso, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque moriréis”.
Comienza la lucha entre el bien y el mal, la verdad contra una promesa
disfrazada de mentira: lo que la serpiente prometía, el hombre ya lo poseía
como gracia. Lo que realmente hace el diablo es presentar a un Creador bueno,
como un dios malo y perverso que tiene envidia de sus creaturas (Gn 3, 1-7. La
confusión llevó a la primera mujer actuar mal, a tomar la decisión equivocada
que nos trajo la muerte, el desorden, la esclavitud, la desgracia y la salida
del paraíso terrenal. La confusión se hace acompañar del demonio de la duda,
genera inseguridad, celos, miedo, y lo peor sería: impedir que se piense con
propiedad y que se tome la decisión acertada. Es bueno recordar el principio
moral: “en caso de duda, no actuar”. Se ha de esperar que pase la crisis y
poder ver las cosas con claridad, para luego tomar la decisión madura. Para
vencer la duda se ha preguntar, estudiar o investigar.
3. ¿Qué podemos hacer?
Frente a la confusión,
los Obispos de México nos han recodado las palabras de Benedicto XVI,
dejándonos a la vez una pregunta: ¿Qué podemos hacer? “Creerse autosuficiente y
capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a
confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar
material y de actuación social” (Caritas in Veritate, no. 34). ¿Cómo librarnos
de esta situación que nos esclaviza, despersonaliza y deshumaniza? Situación a
la que Pablo se refiere en la carta a los romanos, reconociendo que sólo Dios puede darnos la
libertad en Cristo Jesús (Rom 7, 25).
4. De la confusión a la parálisis
espiritual.
¿De qué parálisis se
trata? Podemos hablar de parálisis de la mente, de la voluntad y del corazón.
Manos tullidas… mente y órganos atrofiados responden a capacidades que no se
usan… valores que dejan de cultivarse. Es común escuchar decir: “No puedo
perdonar”, “No me nace”. Digamos que quien tenga un corazón de piedra o una
parálisis en la voluntad, jamás le nacerá perdonar o amar a un enemigo.
Perdonar es la decisión de amar a un alguien como es, permanentemente, es decir
siempre. Esto sólo es posible cuando
existe un mínimo de libertad interior.
Cuando se sale de los
terrenos del bien para entrar a los terrenos del mal y cultivarlo, al hombre se
le atrofian sus mejores facultades para gozar de una parálisis existencial, que
habla de ataduras, de nudos, de cegueras espirituales. La parálisis habla, no
sólo de una pérdida de valores, sino, también de una inversión de valores; lo
que los profetas llamaron “idolatría”. Ésta es consecuencia de dar la espalda a
Dios para caer en el dominio de los ídolos. Quien da culto a los ídolos es
oprimido y esclavizado por ellos. El oprimido, no camina, se arrastra; se
encuentra con un vacío de libertad interior; su corazón se descompone y pierde
paulatinamente su capacidad de amar, aún a los de su propia casa. En vez de
orientar la mente y la voluntad hacia el bien, ahora, lo hace en sentido
opuesto; se orienta hacia el mal.
5. El abandono de Dios.
Toda persona que
orienta su mente, corazón y vida hacia el mal, se auto destruye, se auto
deshumaniza y se auto despersonaliza. Del corazón de esta persona sale la vida
para dar lugar a la muerte. Se abandona a un Dios que es Padre bueno para
entregarse un padre malo y asesino (cfr Jn 8, 44) San Pablo nos describe a
estos hombres diciendo: “Están repletos
de injusticia, maldad, codicia, malignidad; están llenos de envidia,
homicidios, discordias, fraudes, perversión; son difamadores, calumniadores,
enemigos de Dios, soberbios, arrogantes, fanfarrones, ingeniosos para el mal,
rebeldes con sus padres, sin juicio, desleales, crueles y despiadados” (Rm
1, 29- 31). Creo que ésta es la mejor
fotografía hablada de mi vida antes de conocer a Cristo, mi Salvador.
Jesús el Señor nos
explica la parálisis espiritual: “Teniendo ojos no ven; teniendo boca no
hablan; teniendo oídos no oyen y teniendo pies no caminan” (Mc 4, 12). ¿Quiénes
son los ciegos, los cojos, los sordos y los mudos del Evangelio? Somos nosotros
cuando damos la espalda a Dios y hacemos lo que nos atrofia, aquello que hace
daño y da muerte: el pecado (cfr Rm 6, 20- 23) Pudiéramos seguir diciendo:
Teniendo boca no comen ni beben el alimento espiritual. ¿Por qué no hay hambre
ni sed del alimento que Dios nos ofrece? Porque los hombres se alimentan con el
alimento chatarra: la maldad que el mundo les ofrece por medio de revistas,
periódicos, televisión, internet. En cambio, Jesús el pan de la verdad nos dejó
dicho: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra”
(Jn 4, 34).
Cuando el hombre
responde realmente a lo que es: un ser para los demás, está siempre disponible
para hacer la voluntad de Dios, para buscar a sus hermanos y compartir con
ellos sus talentos, tanto materiales, como intelectuales o morales. Tanto, la
abulia, como la apatía, son señales de desnutrición, desaliento y muerte
existencial; fruto del alimento chatarra que el mundo ofrece a los hambrientos
de fama, prestigio, poder, aquellos que tienen hambre y sed de placer y
riquezas, viene servido en bandeja de oro y plata, con apariencia de ser lo
bueno y lo mejor, pero detrás de la fachada de bonito, hay un verdadero veneno
que mata la inocencia de muchos y alimenta la maldad de otros (cfr Mc 16, 18),
para dar lugar a la esclavitud y al desorden interior. Cuando la inteligencia y
la voluntad han sido sometidas a los instintos, a los impulsos y a otros
elementos externos, se atrofian, se oxidan, se deterioran: se paralizan dejan de dar respuesta al fin para el cual
fueron dados al hombre.
La parálisis espiritual
comienza por quitarnos el hambre de lo bueno: la vida de oración, la sed de
lectura, la amabilidad, la generosidad, la capacidad de escucha y de
comprensión, la capacidad de servicio… de todo lo que realmente nutre para
llevarnos al desaliento, al desgano, al desmoronamiento, a la aflicción, a la
angustia y a la tristeza que son los hijos del demonio de “la depresión”,
pasando, no pocas veces, por el “activismo” que cansa y deshumaniza, paraliza y
atrofia a hombres y mujeres que prometían ser “grandes” esposos, amantes,
padres, servidores públicos, terminan cansándose, se dan por vencidos, y
arrojan la toalla: Todo termina en frustración. El apóstol Santiago nos diría:
“Pudiendo hacer el bien no lo hacemos” (Snt. 4, 18) No se hace lo que se debe
hacer porque no hay energía, no hay motivos, no hay vida. El proverbio popular
nos dice: “Nadie da lo que no tiene”. Pablo nos dice: “No hago el bien que quiero
sino el mal que no quiero”(Rm 7,14ss). Realidad triste, pero, real: el mal
esclaviza, domina y oprime y nos incapacita para hacer el bien que debemos.
6. Prepararse para la lucha
¿Cómo defendernos del
mal si no tenemos las armas para hacerlo? Cuando Pablo nos dice: “No se dejen
vencer por el mal, al contrario, con el bien, venzan el mal” (Rm 21, 21) ¿Será
que él da por supuesto que estamos llenos de lo bueno, de lo real, de lo
verdadero? Es una verdad que “nadie da lo que no tiene”; pero, también es cierto
que cuando el hombre cultiva hábitos malos cae en los vicios; los vicios son
tinieblas, son cegueras, son mecanismos de opresión, manifiestan una ausencia o
deficiencia de vida. Jesús, el Señor dijo a un hombre que tenía la mano
tullida: “Extiende tu mano” (Mc 3, 1ss).
Extender la mano es
poner el don de Dios al servicio de los demás. Moisés extendió, levantó su
mano, su bastón y abrió el Mar Rojo en dos para que pasaran los Israelitas (Cfr
Ex 14, 16). Extender la mano para compartir una capacidad, un talento que había
estado enterrado, ahora, por la acción del Señor, es una bendición para la
Comunidad. De la misma manera decimos: Quien cultiva hábitos buenos se reviste
de energía y fuerza que llamamos virtudes, que crecen con el uso de su
ejercicio. Éstas no aparecen en la vida de los hombres como por arte de magia,
son el fruto de escuchar la “palabra de verdad” y ponerla en práctica; no basta
con saber cosas buenas, se ha de renunciar a los vicios, de manera que podemos
afirmar, que en cada renuncia brota la vida, la libertad, la virtud. Sin
renuncias al desorden de los deseos de la carne, no hay virtudes.
7.
La
Lucha es contra el mal.
La vida cristiana es
don y lucha. La Escritura así lo afirma cuando san Pablo nos dice: “Por
lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos con toda la armadura de
Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo. Porque
nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra
las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Ef
6, 10.12). El apóstol Pedro nos dice: “Sed de espíritu sobrio, estad
alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda al acecho como león
rugiente, buscando a quien devorar” (1Pe 5, 8). El mismo Jesús nos exhorta:
“Vigilad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41).
Las armas, llamadas arm
as de luz o armadura de Dios (Rm 13,
11s), son don y fruto de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida: La
verdad echa fuera la mentira, el amor echa fuera la muerte, la vida echa fuera
la muerte, a la vez que nos revisten de Jesucristo (Col 3, 12ss). El cultivo de
la verdad nos hace llegar a ser honestos, sinceros, íntegros, leales, fieles a
la vocación de la libertad para el amor, la donación y la entrega.
Con la gracia de Dios y nuestros esfuerzos vamos
construyendo, con otros, una estructura espiritual sólida, sin perder de vista
virtudes como la sensatez, la prudencia, la constancia para no ser como niños
zarandeados por cualquier viento de doctrinas… de modas… de criterios mundanos
o paganos (cfr Ef 4, 15ss).
Oremos con Jesús: "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo
te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé
también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que
te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste
realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a
tu lado antes que el mundo fuese.
He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del
mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya
saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me
diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido
verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos
ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son
tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en
ellos”. AMEN
Reflexión
por grupos.
Plenario
para compartir experiencias
Oración individual
y comunitaria
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