SEÑOR, ¿A QUIÉN IREMOS?
1.
El relato evangélico
En aquel tiempo
Jesús dijo a los judíos: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida”. Al oír estas palabras muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo
de hablar es intolerable, ¿Quién puede admitir eso?”. Dándose cuenta Jesús de
que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto les escandaliza? ¿Qué sería si
vieran al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da
la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son
espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto,
Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar): Después
añadió: “por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo
concede”.
Desde entonces,
muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” Simón
Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna,
y nosotros hemos creído que tú eres el Santo de Dios”. Palabra del Señor.(Jn 6,
55. 60-69)
2. La
explicación del texto.
Jesús
ha llegado a la revelación final del por qué el Padre Dios lo ha enviado al
mundo: Para dar vida al mundo. Y esa vida nos la comunica en la medida en que
comamos su Carne y bebamos su Sangre. Ese es el deseo eterno de Dios, darnos
Vida, y para eso, nos ha dado a su Hijo, y para eso, inventó la Eucaristía. Tan
solo nos pide creer en su Enviado, su Hijo amado. Su Palabra suscita en el
hombre, por la escucha la fe bíblica, que se ha de convertir en norma para su
vida, en luz en su camino, hasta llegar a decir con Jesús. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra”
(Jn 4, 34) Sólo entonces la Palabra podrá darnos en nosotros frutos de vida
eterna. Jesús quiere dar vida a cada hombre, para que podamos como él ser
capaces de fraccionarnos, de darnos a los demás como alimento que da vida al
Pueblo de Dios.
3.
La vuelta del corazón a Dios.
Pueblo de Dios es
el grupo de hombres y mujeres que han creído en Jesucristo, escuchan su palabra
y lo siguen, rompiendo las ataduras o dejando atrás todo aquello que es
incompatible con la vocación de ser hijos de Dios, y a la vez, abrazando el
compromiso de servir al Señor en los demás a quienes Dios ama y quiere salvar. La conversión del corazón nos invita a
abandonar los ídolos y volvernos al Dios vivo y verdadero para amarlo y
servirlo con generosidad, donación y entrega. (cnf 1ª de Tes 1, 9) Ídolo es
todo aquello que ocupa en el corazón el lugar de Cristo. Cuando el hombre ha
tenido la experiencia personal de Dios mediante el encuentro con Cristo; cuando
ha probado lo bueno que es el Señor; después de un poco caminar en la “vida
nueva”, el Señor lo invita al compromiso de hacer “Alianza con él, y, a romper
la amistad con el mundo. Cuando se pretende servir a Dios y al Mundo se cae en
la infidelidad, en la tibieza espiritual y por último en la idolatría. Tomar la
decisión, libre y conciente de seguir a Cristo nos pide una doble certeza: la
certeza de que Dios nos ama y la certeza de que también nosotros lo amamos, es
entonces cuando podemos decir con Josué: “Mi
familia y yo hemos decidido servir al Señor”. (Josué 24) Aceptemos la
invitación amorosa que Dios nos hace a seguirlo, sirviéndole.
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