Orar siempre y sin desfallecer
Objetivo. Mostrar la
importancia de la oración en la vida de los discípulos, para siendo dóciles al
Espíritu Santo podamos ser auténticos ministros de la multiforme gracia de
Dios.
Iluminación: Pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca,
halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Acaso alguno de vosotros le da una piedra
a su hijo cuando le pide pan?; ¿o le da una culebra cuando le pide un pez? Pues
si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto
más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las
pidan! (Mt 7, 7- 11).
1.
El relato evangélico.
En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la
necesidad de orar siempre y sin
desfallecer, Jesús les propuso esta parábola: “En cierta ciudad había un juez
que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad
una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra
mi adversario’. Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se
dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la
insistencia de esta viuda, voy hacerle justicia para que no me siga
molestando’. Dicho esto, Jesús me comentó: “Sí así pensaba el juez injusto,
¿creen acaso que Dios hará justicia a
sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo
que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen
que encontrara fe sobre la tierra?” (Lc 18, 1- 8)
2. Jesús nos
enseña a orar.
Jesús nos enseña
a dirigirnos a Dios llamándole Padre y sintiendo su proximidad amorosa. Padre
de infinita bondad y ternura, cercano y atento al más mínimo latido del corazón
de sus hijos. Jesús nos enseña a dirigirnos a Él, como hijos. La oración de los
hijos de Dios ha de estar por ello revestida de una confianza filial ilimitada.
Es lo primero de toda oración cristiana: la confianza que nos da el saber que
somos hijos de Dios y que el Espíritu del Señor clama en nosotros “Abbá Padre”.
En referencia a la oración, el Maestro Jesús nos sobre avisa: “No todo el que me dice Señor, Señor
entrará en la Casa de mi Padre (Mt 7, 21) “Cuando oréis no seáis como
los hipócritas” (Mt 6, 5) Oraciones largas con palabras rebuscadas, querían
quedar bien y que les fuera mejor. Jesús en cambio dice: “Mi alimento es hacer
la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34) “Orar siempre sin
descanso” (Lc 18, 1) La eficacia de nuestra oración no está en la abundancia de
nuestras palabras, sino la perseverancia, lo inquebrantable y la persistencia
tenaz. Dios puede tardar, y nuestra paciencia puede llegar a su límite, pero
eso no es razón para dejar de pedir y cansarse de esperar. La viuda que clama
ante el juez inicuo hasta llegar a aturdirlo muestra lo ilimitada que debe ser
nuestra oración: ¿No va a hacer Dios justicia a sus elegidos que están clamando
a El día noche, y les va a hacer esperar?
3. La
importancia de la oración.
En la enseñanza
de Jesús la oración ocupa un lugar fundamental: “velad y orad para no caer en
la tentación, por que el espíritu es presto pero la carne es débil" (Mt
26, 41) “Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá"
(Mt 7, 7) El sabe que la Vida eterna es un don de Dios, y a la misma vez, una
lucha espiritual, por eso recomienda a sus seguidores: “Oren siempre sin
desfallecer” (Lc 18, 1) La oración nos da consistencia, nos ayuda a ser
perseverantes, y firmes en lo referente a la vida espiritual. El quiere que
aprendamos a expulsar el mal de nuestros corazones mediante la oración, por eso
dice: “Velen y oren para no caer en tentación”.
Jesús nos invita
a orar para pedir el Espíritu Santo, el Maestro de la oración cristiana:
"El Padre que está en los cielos dará El Espíritu Santo a quien se lo pida”
(Lc 11, 13) (y, “Dará cosas buenas a quien se las pida" (Mt. 7, 11). La
respuesta a nuestra oración se fundamenta en una promesa: Por eso os digo: “Todo
cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo
obtendréis" (Mc. 11, 23) "Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo
haré". (Jn. 14, 13) Orar en el Nombre de Jesús es mucho más que una simple
fórmula. Exige estar en comunión íntima y profunda con Él. Más aún, que “Él,
habite por la fe en nuestros corazones” (Ef 3, 17). Él, es el modelo en toda
oración. Frente a la tumba de su amigo Lázaro exclamó: “Mi Padre siempre me
escucha, por que yo siempre hago lo que a Él le agrada” (cf Jn 11, 42). Él nos
enseña la clave de toda auténtica oración: El Padre me ama y me escucha por que
yo hago siempre su voluntad. Jesús mismo se inserta en la inmensa corriente de
los que han suplicado a lo largo de toda la historia religiosa de la humanidad:
En el monte de los Olivos suplicó al Padre con sudor y lágrimas: "Padre no
me dejes morir ahora" (Mc. 14, 36). La carta a los Hebreos nos recuerda
sobre la oración de Jesús que pidió al que podía librarlo de la muerte (Heb. 5,
7).
Según la
enseñanza del Señor Jesús, una oración sin amor, es como la fe sin obras; pero
a la misma vez la oración es el aire de la fe, como lo es para los pulmones. Cuando
se abandona la oración o se deja de orar la fe disminuye, se debilita y muere. El
cristiano debe orar a cualquier hora, en cualquier momento y en cualquier circunstancia,
según la recomendación del Apóstol: “pongan todas sus preocupaciones en la
manos de Dios” (cf Flp 4, 1- 4)
4. Con la
gracia del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el Abogado y el Maestro de los pobres. Nos defiende
y nos enseña a orar. El Espíritu Santo guía nuestros pasos y hace nacer en
nosotros los deseos de la oración (Flp 2, 13). La oración sin la Gracia de Dios
está vacía o muerta, esto me hace pensar que la oración auténtica es
inseparable de la Caridad. Una oración sin amor está muerta. San Pablo, un
maestro de oración nos ilumina con sus escritos:
De igual manera, el Espíritu
viene también en ayuda de nuestra flaqueza. Como nosotros no sabemos pedir como
conviene, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indescriptibles. Y el que examina el interior de las personas
ya sabe lo que anhela el Espíritu, y que, cuando intercede en favor de los
santos, lo hace conforme a la voluntad de Dios (Rom 8, 26-
27).
Así que doblo mis rodillas
ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra,
para que, en virtud de su gloriosa riqueza, os conceda fortaleza interior
mediante la acción de su Espíritu, y haga que Cristo habite por la fe en
vuestros corazones. Y que de este modo, arraigados y cimentados en el amor,
podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la
profundidad, y conozcáis el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. Y
que así os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3, 14- 19).
Manteneos siempre en la oración
y la súplica, orando en toda ocasión por medio del Espíritu, velando juntos con
perseverancia e intercediendo por todos los santos. Y orad también por mí, para
que Dios me conceda la palabra adecuada cuando abra mi boca para dar a conocer
con valentía el misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y
pueda hablar de él valientemente, como conviene (Ef 6,18- 20).
5. Lo que
nos ayuda en la oración
Para entender la
legitimidad de la oración de petición hay que tener en cuenta las siguientes
consideraciones:
a) La primera es
tener una correcta Imagen de Dios. Dios es santo y trascendente, es además un
Misterio que no podemos abarcarlo con nuestra razón, pero El se hace cercano y
podemos llamarlo "Padre", y sabemos que nos escucha porque en lo más
profundo de nuestro corazón escuchamos su voz que nos dice:"tu eres mi
hijo amado y te he amado con amor eterno"
b) En segundo
lugar hay que entender que Dios quiso asociarnos a su historia de salvación y a
su acción creadora. Nos ha dado la capacidad de humanizar la naturaleza. El
cristiano sabe que Dios escucha
realmente su oración, aún cuando Dios guarde silencio. Tenemos la promesa de
que El siempre nos escucha y que nuestra oración no es inadvertida a su
misterio de amor, ya que El puede darnos lo que le pedimos por otros caminos
que son inadvertidos para nosotros.
c) Por último
hay que comprender la profunda solidaridad que une a todos los hombres. Somos
seres en relación. Todos los seres humanos juntos formamos la gran familia de
Dios. Somos una misma familia, con un mismo origen, un mismo caminar y un mismo
destino. Tenemos la misión de abrirnos y solidarizarnos con los todos y cada
uno de los demás seres humanos. Compartir nuestras angustias y esperanzas con
los compañeros de camino.
6. ¿Por qué
tenemos que orar?
Ø Oramos por que Cristo oró y para estar unidos a Dios como sus hijos (Mc
1, 35; Lc 3, 21; Lc 22, 41- 42).
Ø Oramos porque sólo Cristo da el crecimiento (1 Cor 3, 6). El orante
reconoce su necesidad de caminar, de seguir adelante. Se reconoce proyecto de
Dios que necesita orar para pedir, dar gracias y alabar a Dios por las
maravillas que está haciendo en él.
Ø Oramos para que nuestra fe se
apoye en el poder de Dios, y no en nuestras propias fuerzas. Sólo el orante
podrá reconocer que lo que tiene es don de Dios (1 Cor 4, 7).
Ø Oramos porque nuestra lucha no es contra los hombres, sino contra los
Poderes espirituales, frente a los cuales nuestras solas fuerzas son
insuficientes para derrotarlos (Ef. 6,10ss). La oración es una de las armas más
poderosas de los cristianos, Satanás sencillamente le teme a la auténtica
oración.
Ø Oramos porque somos ministros de la multiforme gracia de Jesús. Somos
sus canales, portadores de su Palabra, de su Luz y de su Gracia (1 Cor 4, 1).
Quien ora está dispuesto siempre para ministrar gracia divina a los hombres.
Ø Oramos para poder ser cristianos aprobados (2 Tim 2, 15). Cuando el cristiano
pierde de vista a Jesús es porque ha dejado de orar. Podrá estar trabajando
mucho y sin descaso, pero, la verdad es que un Ministerio sin oración, es un
auténtico activismo, vacío de la verdadera esencia de la Evangelización: Jesús.
Ø Oramos para ser los hombres que nos ofrendamos a Dios por la salvación
de nuestros hermanos. (Rm12, 1)
- Aplicación a nuestra vida.
La condición esencial para una verdadera oración es que
se ame a Dios, es decir, que estemos en comunión con Él por la fe (cfr Heb 11,
6). Qué Dios sea verdadera mente una persona viva para nosotros, el pensamiento
mas importante de nuestra vida. Que nuestra vida sea referida y ofrecida a Dios
continuamente para que nuestro culto pueda ser el “culto espiritual” que nos
pide Jesús (Jn 4, 24), Pablo, (Rom 12, 1) y Pedro (1 de Pe 2, 5). Huir de la
agitación superficial, de la diversión que no edifica, de los mil ruidos
ofrecidos por el medio ambiente. Si queremos que nuestra oración sea poderosa y
llegue hasta el corazón de Dios, pidamos perdón a todos los que hemos ofendido;
demos perdón a todos los que nos han ofendido y seamos breves y estemos
abiertos a la voluntad de Dios (cfr Mt 6, 14). Pidamos al Señor que nos dé el
don de la oración, auténtica y verdadera, aquella que se apoya en la voluntad
del Señor y busquemos las cosas de arriba donde se encuentra Cristo sentado a
la derecha del Padre (Col 3, 1- 3).
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