La fe y las obras.
1.
¿Qué es la fe?
La fe es el don de Dios a los hombres
para que podamos conocer, amar y servir en esta vida. Es el poder de Dios que
actúa en los corazones de los fieles. Es también la vida que Dios nos ha dado,
esa vida que está en Cristo y es Cristo. Podemos decir a la luz de los testigos
del Evangelio que la fe cristiana es don y respuesta; es donación, entrega, servicio,
disponibilidad de servir al Señor en su Iglesia a favor de los hombres.
Santiago en su carta nos dice de
manera lapidaria que una fe sin obras está vacía, y muerta: “Una fe sin obras
está muerta”.
Lutero se atrevió a gritar al mundo: “La sola fe”, sin las
obras; la sola Palabra sin la Comunidad. Sus seguidores acusaron a la Iglesia de predicar
la salvación por las “obras” sin la fe. Cosa, creo yo que nunca ha sido así;
nuestra Madre la Iglesia nos ha trasmitido la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios
y de María; Dios y hombre que se pasó la vida haciendo el bien y liberando a
los hombres de la opresión del Diablo (cfr Hech 10, 38),al final de su días,
los de su pueblo lo mataron por medio de gente malvada, pero Dios lo resucitó y
lo sentó a su derecha como Cristo y Señor (cfr Hech 2, 21ss)
2.
El corazón de la fe cristiana.
Para la Iglesia, el corazón de
nuestra fe es que Cristo que murió por nuestros pecados, resucitó para nuestra
justificación (Rom 4, 25) y es Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2, 11). En
la carta a los efesios Pablo nos dejo una especie de himno soteriológico: “a
los que estábamos muertos por los pecados, Dios nos ha dado vida juntamente con
Cristo. Con Cristo nos ha resucitado y nos ha sentado a su derecha; por gracia
de Dios hemos sido salvados… que nadie presuma, la salvación es gracia de Dios
que nos ha destinado a realizar unas obras que Él predispuso desde antes de la
creación. ¿De qué obras se trata? La respuesta la encontramos en la misma
Escritura: Las obras de la fe, llamadas también frutos del Espíritu y obras de
misericordia” (Gál 5, 22, Col 3, 12ss)
3.
Para la Iglesia la fe es primero.
Digamos con la Iglesia: Nadie se
salva sin la fe, pero, también, nadie se salva sin las obras. ¿Qué viene
primero? La fe o las obras. Lo primero es la fe… “sólo unidos a mí podéis dar
fruto, sin mí nada podéis hacer”. Tenemos que tener claridad en esto. La fe
cristiana es donación, entrega y servicio. Es la disponibilidad de servir
aunque no nos dejen. Es levantarse y ponerse en camino para ir al encuentro del
pobre, del marginado, del enfermo, del otro… La fe es la disponibilidad de hacer
la voluntad de Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida. La cristiana no
camina sola, a su lado están la esperanza y la caridad; una no existe sin la
otra. El conocimiento teológico o doctrinal, las oraciones, los cantos, los
ritos litúrgicos cuando no van acompañados por las “obras de la fe” se desvirtúan
y se vacían de su auténtico contenido.
4.
Donde no hay fe.
Digamos con claridad: No hay fe donde
hay alcoholismo, drogadicción, chantaje, fraude, corrupción: No hay fe donde
hay soberbia, avaricia, lujuria… No hay fe donde hay adulterio, cuando se le
quita la mujer al hermano, cuando se le oprime, explota, difama, critica. No
hay fe donde hay mentira, falsedad y engaño. La razón es porque la fe no es una
creencia, sino una vida, es poder, es don de Dios; es respuesta a la Palabra de
vida. Si habías dicho que una fe sin caridad está vacía, lo mismo podemos decir
que una fe sin humildad está muerta.
Con el poder de la fe podemos mover
montañas, sembrar árboles en el mar y caminar sobre las aguas y aún sobre las
nubes. ¿Qué significa sembrar árboles en el mar? Significa cambiar la manera de
pensar negativa, pesimista y derrotista por la manera de pensar de Dios, para
llegar a tener los puntos de vista y los criterios del Señor. Pablo nos invita
a “tener la misma manera de pensar de Cristo Jesús” (Flp 2, 5). Caminar sobre
el agua es caminar en la verdad, practicar la justicia; es decir, hacer el bien
y rechazar el mal (Rom 12, 21)
5.
Donde si hay fe.
Hay fe: donde hay confianza en Dios;
en donde hay obediencia y pertenencia al Señor de la Gloria. Una vida que se
manifiesta en donación entrega y servicio a la obra del Reino. ¿por qué no
recordar las palabras del Evangelio de san Mateo? “No todo el que me dice señor,
señor, entrará al Reino de los cielos, sino los que hacen la voluntad de mi
Padre (Mt 7, 21). Aquel día me dirán: “En tu Nombre hicimos, predicamos y
expulsamos demonios… no los conozco, apártense de mí los que obran el mal (Mt
7, 22ss) Hay fe donde se acepta incondicionalmente la voluntad de Dios.
Siempre he puesto atención en el
proceso que nos presenta la carta a los efesios: “La unidad en la fe; crecer en
el conocimiento de Dios hasta alcanzar al Hombre perfecto, a la plena madurez
de Cristo (f 4, 13). Al mismo que dijo: “Bástele al discípulo ser como su
maestro y al criado ser como su señor”. En la carta a los Gálatas el Apóstol
nos dice: “La fe llegada a su madurez es caridad” (Gál 5,6) La caridad hace
referencia a acciones concretas que hoy día son “llamadas obras de
Misericordia”.
6.
Hablemos de las obras de la fe.
Las obras de la fe hacen referencia a
los frutos que toda existencia cristiana debe dar en abundancia. Frutos no
éxitos. Existen frutos buenos y frutos malos. Podemos hablar de una vida
fecunda o de una existencia estéril. Del corazón del mismo hombre puede brotar
la maldad o la bondad, el bien o el mal. Jesucristo nos dijo: “Del corazón del
hombre salen los malos deseos que contaminan al hombre” (Mc 7, 14- 23).
Gálatas 5, 19-21. Obras de la carne.
Enumera 19, pero no son las únicas.
Gálatas 5, 22-23. Son los frutos del
espíritu Santo. Enumera 9 ,pero no son los únicos.
Efesios 5, 9). La verdad, la bondad y
la justicia.
Colosenses 3, 5ss. Obras de la carne.
Colosenses 3, 12. La humildad, la
sencillez, la compasión el amor, el perdón…
2 de Pedro 1, 5- 9. La fe, la buena
conducta (los buenos hábitos) la prudencia, la templanza, la fortaleza, la
piedad, el amor fraterno y la caridad.
7.
Todo lo anterior podemos sintetizarlo
en los cuatro valores esenciales del Reino.
·
El valor
de la Dignidad humana
Hoy día
como en la sociedad en los tiempos del Señor Jesús lo que las personas más
valoran es “el status social”. Las relaciones sociales son medidas por el
prestigio, la educación, la honra y la riqueza. ¿Cuánto tienes? Cuánto vales.
Las personas son valoradas por el color de la piel, por los trapos que traen
encima, por los títulos que poseen, por el carro que manejan o por el lugar
donde viven. Cuando estos falsos valores rigen las relaciones sociales, hemos
de decir que nuestra sociedad está determinada por las clases sociales: de
primera, de segunda, de tercera y más… Hablemos claro, el mundo no tiene la
mirada de Dios.
La
dignidad humana es la perla preciosa que brilla en el rostro de todo ser
humano. A la misma vez, la dignidad humana, como valor evangélico contradice el
Valor mundano de la “status social”. Para Jesús lo más importante es la persona
humana, concreta de carne y hueso. Por eso criticó en especial a los fariseos
por causa del deseo de status: “Les gusta ocupar los primero puestos en las
comidas y los primeros asientos en las sinagogas; que les salude la gente por
la calle y los llame maestros” (Mt 23, 6-7). A sus mismos discípulos los
corrigió por su búsqueda de status. Estaban siempre discutiendo sobre los
primeros lugares y cuál sería el mayor entre ellos (Mt 18, 1). También
competían entre ellos por ocupar los opuestos más honrosos (Mc 10, 35-37).
De
acuerdo a la doctrina del Evangelio, el ser humano redimido por Jesús es una
persona valiosa en sí misma. Vale por lo que es; es un fin en sí mismo. Para el
Señor todo somos iguales en dignidad, en honra, en status y en valor. La interiorización
de este valor es muy importante para la vida espiritual. Podemos decir que es
la base de una verdadera humildad: reconocer que somos débiles y al mismo
tiempo reconocer que todas las cosas buenas que tenemos y somos, son regalo de
Dios.
El Apóstol nos dice: “¿Qué tienes que no lo
hayas recibido? Y sí lo has recibido, ¿Por qué te glorías como si no lo
hubieras recibido?” (1Cor 4, 7). Cuando esta verdad no está en nuestra mente,
todas nuestras capacidades y talentos se pueden convertir en orgullo y
soberbia. Nos creemos superiores y mejores que los demás al edificar una
sociedad piramidal. Como puede ser dañino y vicioso el poseer una falsa
humildad que nos lleve a perder el respeto y el afecto a nosotros mismos.
Nunca
debemos de perder de vista que el respeto por la dignidad de las personas es la
base del amor y de la justicia en las relaciones sociales. Amar a todos es
tratar a todos con igual respeto. Practicar la justicia es estar en lucha
contra la discriminación, la manipulación, la explotación y opresión de los
seres humanos. Luchar contra la injusticia es erradicar toda forma de mentira
y fomentar la igualdad y en respeto
entre las personas.
·
El valor
del Compartir
Este
valor evangélico viene a nosotros como interpelación. Cuando Jesús ha entrado
en nuestra existencia, lo primero que deseamos es configurar nuestra vida con
él, para un día llegar a tener sus mismos sentimientos, sus mismas luchas y sus
mismas preocupaciones. Entre otras cosas incluye: el tipo de casa en el que
vivimos, el tipo de comida que comemos, la marca de ropa que usamos, el modelo
de carro que estamos usando, y todos los
otros bienes materiales que utilizamos. El compartir es un valor que ilumina el
dinero y las posesiones que tenemos, sobre todo nuestro modo de usarlos.
En la
época de Jesús los fariseos eran tenidos como amantes del dinero (Lc 16, 14), y
la mayoría de pobres y ricos consideraban los bienes de fortuna como una
bendición de Dios. No dudamos en decir, que el valor mundano por las cuales se
luchaba y se vivía era el ser ricos y el tener un “patrón de vida alto”. Jesús
llamó ricos a los que escogen el dinero en vez de a Dios. Para Jesús el ser
rico no es un pecado, el pecado está en el no compartir como es el caso de
Lázaro y el rico Epulón. Aquellos que escogen el dinero en vez de a Dios, no lo
comparten con los pobres se excluyen a sí mismos del Reino de Dios.
Jesús
recomienda a los que quieren ser sus discípulos: “Vende tus bienes y comparte
el dinero con los pobres” (Mt 6,19-21; Lc 12, 33-34), “Quien no renuncie a sus
bienes no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 33). La renuncia a los bienes es el
precio que se tenía que pagar para ser discípulo de Jesús, o para hacerse
cristiano. Así fue en los primeros días en que los cristianos vendían sus bienes
para ponerlos a los pies de los Apóstoles. (Hech 2, 44-46; 4, 34; 5, 11). El
valor evangélico aquí es el compartir, para asegurar que los pobres sean
alimentados, que todos tengan lo necesario para vivir con dignidad. El
compartir es poner en práctica el Mandamiento Nuevo; es la expresión del amor,
de la justicia y de la compasión, que afecta los bolsillos o la cartera.
Cuando
nos negamos a compartir, estamos poniendo un obstáculo muy grande a la vida
espiritual. Nos hacemos esclavos de nuestros bienes, del confort material y de
nuestro “patrón de vida”. La vida espiritual se refiere sobre todo al estilo de
vida, a “nuestro patrón de vida”. Cuando nuestra vida, no está de acuerdo con
el Evangelio, en vez de cristiana, es mundana, es pagana, es vida de pecado. La
solidaridad con el pobre es el centro de toda espiritualidad bíblica.
·
El valor
de la Solidaridad humana
La raza
humana está dividida en grupos sociales, frente a los cuales, podemos encontrar
dos posturas una de egoísmo, o bien, otra de solidaridad. Naciones, tribus,
clanes, familias, culturas, clases y sectas religiosas, conformaciones sociales
que nos dan un sentimiento de
integridad, de lealtad y solidaridad de grupo. En la época de Jesús los grupos
sociales eran muy fuertes. Y algunos eran rivales de los otros grupos como fue
el caso de los fariseos, saduceos y herodianos. Mientras que al interior de los
grupos podía haber fuertes experiencias de solidaridad al grado de decir: “lo
que le hagas alguno de mi grupo, a mí me lo haces”.
El
problema no son los grupos, sino el egoísmo frente a los otros. Hablamos, no de
un egoísmo individual, sino entre grupos, mucho más serio, peligros y
perjudicial. El valor pecaminoso y mundano es el egoísmo y el exclusivismo de
la solidaridad del grupo. Jesús luchó contra la solidaridad de grupo. Salió de
su propio grupo religioso, social y cultural, para abrazar a toda la raza
humana como hermanos y hermanas, como a parientes y vecinos. Jesús nos enseñó
con sus palabras y con su vida a amar aún a los enemigos, a los que te odian y
te hacen el mal” (Lc 6, 27-28). Para Jesús, el valor no es la “solidaridad de
grupo”, sino la “solidaridad de humana”.
No
obstante, nosotros podamos amar mucho a nuestro grupo, la solidaridad humana es
mucho más importante. Cuando rompemos la solidaridad humana o no la valoramos
correctamente, nuestra solidaridad de grupo se torna egoísta y pecaminosa. Como
persona, como cristiano que soy y como sacerdote, mi primera lealtad es con la
familia humana. Todo lo demás es secundario. Jesús se identificó con todos los
seres humanos: “Todo lo que hicieras con el menos de mis hermanos, a mí me lo
harías”. Esto es el amor cristiano, compasión divina, eso es lo que llevó al
buen samaritano hacer lo que hizo con un judío socialmente despreciado. Para
Jesús, todos somos hermanos y hermanas e hijos de Dios.
·
El valor
del Servicio
La
cuarta área de interés es la del poder. La mayoría de nosotros tiene cierto
poder y cierta autoridad. El poder en sí mismo, no es malo; lo malo es hacer de
él un fin en sí mismo, un dios. Cuando el poder y la autoridad se ejercen para
dominar y oprimir a otros, es entonces cuando se convierte en un valor mundano,
pagano y pecaminoso. En todas partes encontramos personas luchando por el
poder, usando y abusando de él, dominando a otras personas y tratando de
controlarlas.
En la
época de Jesús el poder y la autoridad fueron generalmente usados para dominar
y oprimir, tanto a los pueblos como a las personas. Él rechazó el poder como un
valor pagano y lo convirtió en un valor evangélico usando el poder y la
autoridad para servir a los otros.
Jesús
llamó a sus discípulos y les dijo: “Los jefes de las naciones las gobiernan
como si fueran sus dueños, y los poderosos las oprimen con su poder. Entre
ustedes no debe ser así. El que quiera ser el más importante entre ustedes, que
se haga el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, que se haga el
siervo de todos. Así como el hijo del Hombre, no vino para que lo sirvieran,
sino para servir y dar su vida por los hombres recatados” (Mc 10, 42-45).
Las obras de la fe son llamadas:
Armas de luz (Rom 13,11s) o armadura de Dios (Ef 6, 10s). ¿Las tenemos?
¿Disponemos de ellas? La vida cristiana es don y es conquista; es don y es
lucha. Sin armas no podemos proteger como tampoco cultivar nuestro corazón para
un día saborear los frutos de “Vida eterna” que han de ser el “fruto de los
discípulos” (Jn 15, 8)
El
pastor de Hermas dejó a la Iglesia un camino para llegar a la santidad; un
hermoso itinerario espiritual que no admite invertir los factores. Son siete
virtudes que fundamentan la estructura espiritual del cristiano:
·
La fe. La
virtud de la fe es la fuerza que nos pone de pie (Hech 3, 6). La fe sincera nos
pide “guardar los Mandamientos y escuchar, guardar y cumplir la Palabra de
Dios, es a lo que llamamos la “Obediencia de la fe”. Una fe que se vive, se
celebra y se anuncia para que abarque todas las dimensiones de la vocación
cristiana.
·
La
continencia,
sin la cual no podremos caminar en la fe. Caminar con los pies sobre la tierra,
con dominio propio; dueños de sí mismo, con la capacidad de soportar las
tentaciones y las pruebas de la vida (cfr Mt 7, 21ss).
·
La
sencillez,
hija de la continencia nos enseña a vivir en comunión con Dios, con los demás y
con la naturaleza. Cuando no se posee la sencillez somos personas conflictivas,
violentas y agresivas.
·
La
pureza, hija
de la sencillez nos aporta un corazón puro y limpio, sin malicia; una fe
sincera y una recta intención (1Tim 1, 5). En la primera de las
Bienaventuranzas el Señor nos dice: “Felices los limpios de corazón porque de
ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3ss).
·
La
santidad,
sin la cual nadie verá al Señor. La santidad, hija de la pureza, nos pide
llevar una vida libre del dominio de la carne, para vivir en Cristo, según Dios
o viviendo en el Espíritu (Rm 8, 1-9). Santa es la persona que unida a Cristo,
ama y se dona sin más interés que la gloria de Dios y el bien de los demás.
·
La
ciencia,
entendida, en primer lugar, como conocimiento. Lo que exige profundizar en el
conocimiento de las verdades de la fe o del Misterio de Cristo. En segundo
lugar la ciencia, entendida como sabiduría divina que nos hacer gustar de las
cosas de Dios. Saborear su palabra, gustar de los Sacramentos, de la oración y
del compromiso con los menos favorecidos.
·
El amor,
corona
del proceso. Es la fe llevada a su madurez (Gál 5, 6). Presencia de Dios en el
corazón del creyente que lo capacita para una vida consagrada al Señor que se
gasta en la donación, entrega y servicio por la “causa de Jesús”.
La fe es
la madre de todas y cada una de las virtudes cristianas, y a la vez, cada una,
es madre de la que le sigue. Cada una de estas virtudes son manifestación de un
“alumbramiento permanente”, que nos llevaría a la “configuración con Cristo”
(Fuentes Patrísticas 6 Pág. 121). Quien se olvide del cultivo de las virtudes,
está desnudo, ciego y corto de vista. Se engaña a sí mismo, y no responde al plan
de Dios que quiere hacer de cada cristiano: “alabanza de su Gloria” (Ef 1,
12-14).
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