Objetivo: Enfatizar la
importancia de vivir el Evangelio del servicio a favor de los más necesitados
para poder configurase con Jesús Maestro y Señor de sus discípulos.
Iluminación: “Qué tengo que no haya recibido
de Dios, y si lo recibí de Dios para qué presumir, mejor pongámoslos al
servicio de quien los necesite” (1Cor 4,7).
1.
El mandato de
Jesús.

2.
La enseñanza de
los Apóstoles.
“Asistían
a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones” (Hech 2, 42). ¿Qué enseñaban los apóstoles? Enseñaban lo que Jesús
les había enseñado a ellos: a vivir en comunión con Dios como hijos y con los
demás como hermanos, los apóstoles aprendieron de Jesús el arte de vivir en
comunión con Dios y con los hermanos. Jesús enseñó a sus apóstoles a descubrir
el sentido de la vida, amándose, amando, dándose y entregándose en servicio a
los demás. Jesús enseñó el camino de la verdad y del amor que llevan a la Paz,
por la práctica de la justicia y del compartir, tanto los bienes materiales
como los intelectuales y los espirituales.
3.
¿Cómo enseñaba
Jesús?
Jesús
enseñaba con autoridad porque él decía lo que él ponía en práctica. Enseñaba con
sus palabras, con sus milagros, con sus exorcismos y con su estilo de vida.
Jesús con su Palabra llenaba de alivio, consuelo, paz y alegría a quienes la
escuchaban con fe y atención. Él enseñaba
que el reino del mal había llegado a su término y que ahora comenzaba el
reinado de Dios. Un Reino de Amor, de Paz y de Justicia. Reino en el cual nadie
vive para sí mismo: todos somos iguales y vivimos para el Señor y para los
hermanos (cfr Rm 14, 7- 8). Jesús hablaba de una “Presencia” que hacía posible
la conversión y la construcción de una comunidad fraterna.
4. El relato de Marcos.
Se
fueron con Jesús en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron
marcharse y muchos cayeron en cuenta y fueron allá corriendo, a pie, de todas
las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente,
sintió compasión de ellos pues estaban como ovejas que no tienen pastor y se
puso a enseñarles muchas cosas. Era ya una hora muy avanzada cuando se le acercaron
los discípulos le dijeron, el lugar está deshabitado y ya es hora avanzada.
Despídelos para que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de
comer.
Él
les contestó: “Denles ustedes de comer”. Ellos le dicen: ¿Vamos nosotros a
comprar doscientos denarios de pan para darles de comer? Él les dice: ¿cuántos
panes tenéis? Id a ver. Después de haberse cerciorado le dicen cinco y dos
peces, entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde
hierba. Y se acomodaron por grupos de 100 y de 50 y tomando los cinco panes y
los dos peces, y levantando los ojos al cielo pronunció la bendición, partió
los panes y se los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo.
También repartió entre ellos los dos peces. Comieron todos y se saciaron y
recogieron las sobras, doce canastos llenos y también lo de los peces. Los que
comieron los panes fueron cinco mil hombres (Mc 6,32-44)
5. ¿Qué
nos pide Jesús?
Jesús pide a sus discípulos vivir como Él vivió: dándose y entregándose
a los hombres para liberarlos de las fuerzas opresoras del mal; así ellos
podrán difundir la caridad, mediante la práctica del mandamiento nuevo, que
representa el magistral resumen del Decálogo divino entregado a Moisés en el
Monte Sinaí. En la vida de cada día se nos ofrece la posibilidad de encontrar
hambrientos, sedientos, enfermos, marginados, emigrantes. Como cristianos
estamos invitados a mirar con mayor atención a sus rostros sufrientes; rostros
que testimonian el desafío de la pobreza de nuestro tiempo.
Los
obispos de México han afirmado enfáticamente que la vocación cristiana incluye
el llamado a construir comunidades fraternas y justas; el compromiso de servir
al hermano y buscar caminos de justicia, para ser así, constructores de paz.
6.
¿Hemos captado la Intención del Maestro?
Marcos nos dice: “Sintió compasión de ellos porque andaban como ovejas
sin pastor”. Ovejas, dispersas, cansadas, confundidas por la enseñanza de los
falsos pastores y de los falsos profetas, de los brujos, adivinos y albureros.
Jesús Maestro enseña, les habla del Reino de Dios, atiende a las ovejas
enfermas y reúne a las ovejas dispersas.
Nosotros fácilmente nos quedamos con el “poder milagroso” de Jesús:
¡alimentar a cinco mil personas con solo cinco panes y dos peces. Veces vamos un
poco más allá y vemos a Jesús como Aquel que satisface todas nuestras
necesidades. ¿Qué pide Jesús a sus discípulos que manifiestan poca fe? Que se
mantengan pacientes, solidarios y misericordiosos frente a millones de personas
y familias que viven en la miseria y pasan hambre: “denles ustedes de comer”
con el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía y además los compromete a
construir el reino de la Paz y de la Justicia.
8. La Eucaristía mesa para la
reconciliación.
Objetivo: Enseñar la relación entre los
sacramentos de Eucaristía y
Reconciliación para reconocer la importancia de acercarse a comulgar con
el vestido de bodas para no comulgar indignamente.
Iluminación: La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida
eclesial y proyecto de solidaridad para toda la humanidad, actualiza en todos
los discípulos misioneros de Jesucristo la vocación y misión de ser artífices
de la paz. En efecto, quien participa en la Eucaristía de manera activa,
consciente y responsable, “aprende de ella a ser promotor de comunión, de paz y
de solidaridad en todas las circunstancias de la vida”. (Qué en Cristo
nuestra paz, México tenga vida digna).
1.
Eucaristía y Reconciliación.
La
Eucaristía es el Sacramento del Amor y de la Paz. En ella somos perdonados y
reconciliados. “Si, pues, al presentar tu
ofrenda en el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu
ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano”
(Mt 5, 23-24). No celebraríamos dignamente la Eucaristía sí estamos oprimiendo
o explotando a nuestros hermanos; si estamos tomando ventaja de ellos o si
hemos dado falso testimonio contra ellos. Deja tu ofrenda frente al altar,
significa que la “persona” de tu prójimo es más importante que tu ofrenda.
“Que si vosotros
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras ofensas” (Mt 6, 14- 15) La reconciliación con Dios y con los
hermanos pide pedir perdón a quien hemos ofendido y dar perdón a quien nos ha
ofendido, sólo entonces nuestras oraciones serán poderosas y podrán llegar
hasta el mismo corazón de Dios.
No
podemos celebrar correctamente el Sacramento de la Comunión con Dios si estamos
peleados o divididos o si existe cualquier tipo de marginación o
discriminación. “La Comunidad de los justos debe estar siempre abierta a los
que no lo son, para ofrecerles el don del perdón misericordioso de Dios”.
El
Cuerpo de Cristo no puede estar dividido. La Eucaristía es la comunión del
cristiano con Dios, por el cuerpo y la sangre de Cristo, en el Espíritu Santo;
al mismo tiempo que la comunión es la unidad de la comunidad. Cuando hablamos
del cuerpo y la sangre de Cristo estamos hablando de la persona de Jesucristo
que es inseparable del Espíritu Santo. Al recibir la comunión sacramental
entramos en comunión con Dios y con todos los miembros del Cuerpo de Cristo, la
Iglesia. Al no estar en comunión con la Iglesia, recibiríamos la comunión
indignamente, por eso hemos de buscar el sacramento de la reconciliación para
limpiar nuestras conciencias de los pecados que llevan a la muerte (cfr Heb 9,
14).
2.
La
reconciliación
“Todo
el que está en Cristo es hombre nuevo, lo viejo ha pasado lo que ahora hay es
nuevo” (1 Cor 5,17). Lo viejo es el pecado que engendra la muerte y nos priva
de la gracia salvadora de Cristo. Lo viejo es el corazón de piedra; una mente
embotada y una voluntad débil; lo viejo es una vida de mentiras, odios e
injusticias; que hacen a los hombres llevar una vida arrastrada. Lo nuevo es el
amor, la verdad, la justicia, la libertad, el gozo, la paz… Escuchemos el grito
del Apóstol, y con él, de toda la Iglesia: “Reconciliaos con Dios, os lo repito
reconciliaos con Dios” (2 Cor 5, 20).
3.
¿Qué
significa reconciliarse?
Reconciliarse
significa volver a ser hijos; volver a ser hermanos; volver a ser padres,
esposos y amigos. Significa restablecer la Alianza de Comunión, de solidaridad,
de amor con Dios y con la Iglesia. Significa volver a los brazos del Padre de
las Misericordias; al Dios de todo consuelo. Significa volver a Casa: “volver a
la armonía interior y exterior” que en Cristo el Padre ofrece a la humanidad.
4.
Signos
de la reconciliación de Jesús.
V Jesús acoge a
los publicanos y pecadores, se sienta con ellos a la mesa y se hace amigos de
ellos para enseñarnos que los pecadores también son llamados a sentarse a la
Mesa con el Padre celestial.
V San Pablo en la
carta a los Gálatas nos dice: “Llegada la plenitud de los tiempos Dios envió a
su Hijo, nacido de Mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se
hallaban bajo la Ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba
de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu Santo
de su Hijo que clama en nosotros: Abba, Padre” (Gál. 4, 4- 6). Jesús se hizo
hombre para redimirnos del pecado y traernos el Espíritu Santo que nos hacernos
hijos de Dios.
V Jesús perdonó
los pecados al paralítico, “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc 2,5) Lucas
nos describe como Jesús perdonó los pecados en casa de Simón el Leproso, a la
mujer que le había lavado sus pies con sus lágrimas y le había secado sus pies
con sus cabellos: “Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados te
son perdonados, porque ha mostrado mucho amor” (Lc 7,47).
V Jesús reconcilió
a Zaqueo con la comunidad que lo odiaba y no lo dejaba conocer al Mesías, como
signo de reconciliación Zaqueo repartió la mitad de sus bienes a los pobres y
se comprometió a regresar cuatro veces más de lo que había robado. (Lc 19,8).
5.
La iniciativa es
de Dios.
San
Juan en su primera carta nos dice: “En
esto consiste el amor: no en que hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y
nos envió a su Hijo como víctima de expiación” (Jn 4, 10) Así lo comprendió el profeta Oseas al
comparar a su esposa adultera con el pueblo de Israel. Dios amaba a su Pueblo:
lo sacó de Egipto, tierra de esclavitud; lo enseñó a caminar, lo llena de
bendiciones, pero el Pueblo ofrecía incienso a los ídolos para agradecerles por
la lluvia, los frutos de la tierra y otras bendiciones (cfr Os 11, 1- 5). El
corazón del profeta henchido de amor hacia su esposa decide poner fin esa
situación de infidelidades, idolatrías y adulterios: “Me la llevaré al desierto; la seduciré; le hablaré al corazón; le
mostraré el Valle del Acor; le regresaré sus villas. Allí me responderá como en
su juventud; me llamará esposo mío, purificaré sus labios y dejará de invocar a
sus ídolos”. (Os 2, 14ss) Lo que Oseas hizo con su esposa, es lo que Dios
quiere hacer con cada pecador que por ignorancia o por soberbia ha dejado la
casa del Padre para irse como el hijo pródigo a un país lejano. En el Evangelio
de Lucas encontramos las parábolas del Padre de toda misericordia:
6.
La misericordia
del Señor.
“Un
padre tenía dos hijos, el menor de ellos le dice padre: dame la parte de
herencia que me corresponde. El padre repartió su herencia y pocos días después
el hijo menos dejó la casa paterna para irse a un país lejano donde derrochó sus
bienes de fortuna viviendo como un libertino (Lc 15, 11ss).
¿Dónde es el
país lejano?
El país lejano es el mundo, en el cual se valora al hombre por lo que tiene,
por lo que derrocha; se le valora por el color de la piel, por los trapos o por
la marca de carro; por el cuerpo bonito o por la élite social a la que
pertenece. En el mundo se pierde la capacidad de decidir por sí mismo…otros son
los que piensan y los que deciden; a aquel joven no se le permitía comer ni
siquiera lo que los cerdos comen… había caído en un estado de descomposición
humana; un simple bosquejo de persona, un hilacho humano… Había caído en la
sepultura de la que nos habla el profeta Ezequiel: “Yo mismo abriré vuestras
sepulturas; yo mismo os sacaré de vuestras sepulturas; “os llevaré a vuestro suelo; os quitaré el corazón de piedra; os daré
un corazón nuevo e infundiré mi espíritu en vuestros corazones” (Ez 37,
12ss). Dios para sacarnos de la sepultura ha enviado a su Hijo (Jn 3, 16; Gál
4, 4-6; Hech 10, 38).
7.
Jesús Pastor
busca a los hijos pródigos.
Jesús
el Señor es un Buscador; busca las ovejas perdidas y descarriadas, y las busca
hasta encontrarlas. ¿Dónde las busca? A donde se han ido a meter: en
situaciones de pecado, de injusticia, de mentira, de odio: Él se mete a los
basureros, e irrumpe en nuestra vida de pecado para decirnos: “andas
equivocado, vuélvete al camino que lleva a la casa del Padre”.
Pregunto:
¿Ya te dejaste encontrar? El que te busca es Cristo Jesús, el Buen Pastor que
da la vida por sus ovejas. ¿Qué significa dejarse encontrar?
· Reconocer que tu
vida es un caos; que estás vació; que no eres feliz.
· Reconocer que te
has equivocado; que erraste en el blanco; la regaste,
· Reconocer que
estas necesitado de ayuda, tu sólo no puedes llegar a la Meta.
· Reconocer que
esa ayuda está cerca, junto a ti, se llama Cristo Jesús, escúchalo y ábrele la
puerta de tu corazón (Apoc 3, 20)
8.
Los dones del Buen Pastor
El
Profeta Oseas nos habló de unos desposorios del Señor con todo aquel que quiera pertenecer a Jesucristo
y formar parte de su Pueblo santo: “Me
casaré contigo para siempre, me casaré contigo en justicia y en derecho, en
afecto y en cariño: Me casaré contigo en fidelidad y conocerás al Señor”.
(Os 2, 21) Jesús es el Buen pastor y es el Esposo que como novio busca a la
novia para desposarse con ella. Trae en sus manos la dote: tres regalos que
sólo Él puede dar a todo aquel o aquella que se decida a entrar en comunión con
Él:
V El primer regalo
es el don de su Palabra. La Palabra es luz que ilumina y da vida. La Palabra de
Dios nos lleva a tomar de nuestra pecaminosidad.
V El segundo es el
don del perdón y de la misericordia. La Palabra nos lleva a un “juicio” en el
cual Satanás será echado fuera. Pide arrepentimiento y separación.
V El tercero es el
don de la fidelidad y el conocimiento del verdadero amor. Los frutos de la
tierra: la paz y la dulzura espiritual; el gozo que brota de un corazón
reconciliado.
En
las palabras de la consagración Cristo dice: “Este es mi Cuerpo que será
entregado… y esta es mi Sangre que será derramada para el perdón de los
pecados”, nos recuerda a las palabras del Apóstol:
Mas ahora en
Cristo Jesús, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar
cerca por la Sangre de Cristo, porque Él es nuestra Paz: el que de los dos
pueblos hizo uno sólo, derribando el muro que los separaba, la enemistad,
anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear
en sí mismo de los dos un solo pueblo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios
a ambos en un solo cuerpo, por medio de la Cruz, dando en sí mismo muerte a la
enemistad. Vino a anunciar la Paz: Paz a vosotros que estabais lejos y Paz a
los que estabais cerca. Pues por Él unos y otros tenemos libre acceso al Padre
en un mismo Espíritu.
(Ef 2,13-18).
En
Cristo y por Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5,2) somos
perdonados y reconciliados. En Él quiso Dios reconciliar todo cuanto existe,
restableciendo la Paz por la Sangre de la Cruz, el perdón que Dios nos ofrece
no exige nada a cambio, es completo y gratuito, no hay méritos personales, tan
sólo hemos de creer que Dios nos ama y que ese amor se ha manifestado en Cristo Jesús que nació para nuestra salvación,
murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación (Rom 4,25)
y ha sido constituido Señor y Mesías (Hech
2,36) y ha dado a la Iglesia el ministerio de la reconciliación. El perdón se
recibe como regalo de la misericordia de Dios y no por méritos personales de
gente que se siente merecedora de todo y moralmente superiores a los demás. La
reconciliación está en el corazón de la vida cristiana; la reconciliación
fraterna presupone la reconciliación con Dios, fuente de Gracia y perdón que se
expresa y realiza en el Sacramento de la penitencia.
La
unión con Cristo que se realiza, renueva y fortalece en la Eucaristía nos
capacita para nuevos tipos de relaciones sociales, pacificas, pues es
sacramento de comunión entre hermanos y hermanas que aceptan reconciliarse en
Cristo y entre ellos. Sólo esta constante tensión hacia la reconciliación nos
permite comulgar dignamente con el cuerpo de Cristo.
9.
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