El Espíritu Santo protagonista de la Misión.
Iluminación. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya, porque, si no
me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré; y
cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente
a la justicia y en lo referente al juicio (Jn 16, 7- 8)
V
Enviados en el Espíritu Santo.
Cristo, el enviado por el Padre, realiza en
la historia el Plan de Salvación y el Espíritu Santo lo actualiza hoy en
nuestra vida. El trabajo del Espíritu Santo es hacer que el mundo crea en
Jesús, para que creyendo se salve. Escuchemos a Jesús decirnos:
MATEO. “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y
haced discípulos a todas las gentes. Sabed que yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20)
MARCOS. Luego les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a
toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se
condenará. Éstos son los signos que acompañarán a los que crean: en mi nombre
expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus
manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los
enfermos y se pondrán bien.» (cf. Mc 16, 15-18)
LUCAS. Después les dijo: «Lo ocurrido
confirma las palabras que os dije cuando todavía estaba con vosotros: Es
necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los
Profetas y en los Salmos acerca de mí.» Entonces, abrió sus mentes para que
comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Está escrito que el Cristo debía
padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día se predicaría en su
nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando
desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. «Ahora voy a enviar
sobre vosotros la Promesa de mi Padre. De momento permaneced en la ciudad,
hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto.» (Lc 24, 46-49);
JUAN. “Como el Padre me
envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 21-23)
LA
IGLESIA NOS DICE: “El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión
eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes. El
Espíritu actúa por medio de los Apóstoles, pero al mismo tiempo actúa también
en los oyentes” (San Juan Pablo II, RM 21)
V No somos nosotros los
protagonistas de la misión, sino, Jesucristo y su Espíritu. Nosotros únicamente
somos colaboradores y, cuando hayamos hecho todo lo que hemos podido, debemos
decir: « Siervos inútiles somos; hemos hecho lo que debíamos hacer » (Lc
17, 10). (San Juan Pablo II, RM 36)
V Jesús de Nazaret
recibió el Espíritu Santo en vida; después de su Resurrección Cristo da su
Espíritu los suyos para que realicen el Historia la misma Misión que el Padre
le entregó y ahora él entrega a su Iglesia. El Señor envía a los suyos, pero, no los
envía con las manos vacía, les da el “don del Espíritu Santo” para que esté
siempre con ellos.
V La experiencia de Pentecostés los
convierte en testigos y en profetas de Cristo al servicio de la Humanidad. “No
habrá nunca evangelización posible sin acción del Espíritu Santo” (EN 75).
V El Espíritu Santo es la Fuerza de
Dios, es el Poder de lo Alto que nos trasforma en hijos de Dios, en hermanos y
en servidores de los demás. La salvación anunciada y comunicada por Jesús y su
Iglesia no pone su esperanza en los medios humanos, sino en la fuerza de Dios.
El Señor Jesús no envió a los “Doce” con las manos vacías para que realizaran
la misión de anunciar el Evangelio, perdonar los pecados, sanar los enfermos y
expulsar el mal (Mc 3, 12-13), los “ungió” con el Espíritu Santo, el primer y
principal evangelizador; es Él quien impulsa a cada evangelizador a anunciar el Evangelio. (EN 75).
El Espíritu Santo asegura al anuncio también un carácter de
actualidad siempre renovada, para que la predicación no caiga en una
vacía repetición de fórmulas y en una fría aplicación de métodos. En
efecto, los predicadores deben estar al servicio de la «Nueva Alianza»,
que no es «de la letra», que mata, sino «del Espíritu», que da vida
(2 Co 3, 6). No se trata de propagar el «régimen viejo de la letra»,
sino el «régimen nuevo del Espíritu» (cf. Rm 7, 6). Es una
exigencia hoy particularmente vital para la «Nueva evangelización».
Esta será verdaderamente «nueva» en el fervor, en los métodos y en
las expresiones si quien anuncia las maravillas de Dios y habla en
su nombre escucha antes a Dios y es dócil al Espíritu Santo. Por tanto
es fundamental la contemplación hecha de escucha y oración. Si el
heraldo no ora, terminará por «predicarse a sí mismo» (cf. 2 Co 4,
5), y sus palabras serán «palabrerías profanas» (2 Tm 2, 16).
v Con la fuerza del Espíritu la Iglesia crece y se organiza.
Después de Pentecostés, hombres
y mujeres movidos por el Espíritu Santo eran impulsados a predicar la Palabra
de Dios. También hoy, el Espíritu Santo actúa en cada evangelizador que se deja
poseer y conducir por Él. La Iglesia crece gracias al apoyo del Espíritu Santo.
El es el alma de la Iglesia. Miremos
tres momentos del crecimiento de la Iglesia:
V El primer anuncio Apostólico: «Israelitas, escuchad estas
palabras: Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios ante vosotros con
milagros, prodigios y signos que Dios realizó entre vosotros por medio de él,
como vosotros mismos sabéis, fue entregado según el determinado designio y
previo conocimiento de Dios. Vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por
mano de unos impíos. Pero Dios lo resucitó librándolo de los lazos del Hades,
pues no era posible que lo retuviera bajo su dominio (Hechos 2, 22- 24).
V Un segundo momento de
profundización en la fe. Se mantenían constantes en la
enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las
oraciones. Pero el temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban
muchos prodigios y signos. Todos los creyentes estaban de acuerdo y tenían todo
en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el importe de las
ventas entre todos, según la necesidad de cada uno”.(Hechos 2, 42 – 45).
V Un tercer momento de
organización para servir a todos. Por aquellos días,
al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los
hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los
Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No está bien que
abandonemos la palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos,
buscad de entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de
saber, para ponerlos al frente de esa tarea; mientras que nosotros nos
dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.» La propuesta pareció
bien a toda la asamblea, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de
Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a
Nicolás, prosélito antioqueno. Los presentaron a los apóstoles y, después de
hacer oración, les impusieron las manos (Hechos 6, 1- 6)
La Iglesia crece con
la acción el Espíritu Santo y predicación de la Palabra, la celebración de los Sacramentos y el Servicio. Manifestación
del Amor (Jn 13, 34- 35)
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