HACER ACEPCIÓN DE PERSONAS ES UN PECADO RELIGIOSO




Al tener acepción de personas, cometemos pecado y somos  condenados por la Ley como transgresores.


Iluminación: Pero ahora, independientemente de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios de la que hablaron la ley y los profetas. Se trata de la justicia que Dios, mediante la fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen —pues no hay diferencia;  todos pecaron y están privados de la gloria de Dios—.” (Rm 3, 21- 24)

Introducción: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus de la Dispersión.” (Sant 1, 1) “Escuchad, hermanos míos queridos: ¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?” (Sant 2, 5)

Dos temas principales sobresalen en la Epístola de Santiago. Uno ensalza a los pobres y advierte severamente a los ricos, (1, 9-11; 1 27 - 2 9; 4 13 - 5 6) Esta preocupación por los humildes, los favoritos de Dios, enlaza con una antigua tradición bíblica (Ex 22, 22; Dt 10, 18; Slm 16, 9; Is 1, 17; Prov 15, 25), y muy especialmente con las Bienaventuranzas del Evangelio (Mt 5 3 – 12).) El otro insiste en la práctica de las buenas obras y previene contra una fe estéril (1, 22-27; 2 10- 26) La fecha de este escrito es destinado a cristianos de segunda generación convertidos al cristianismo para renovar la Fe, alma de las “Buenas Obras.”

“La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: ayudar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones y conservarse incontaminado del mundo.” (Sant 1, 27) Una religión sin amor a los pobres está vacía de su “verdadero contenido:” Cristo Jesús. Amor que va acompañado con el amor a Dios como lo dice san Juan: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama está instalado en la muerte” (1 Jn 3, 4) “Y nosotros hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.” (1 Jn 4, 21) El amor no es un sentimiento, sino, una acción que hace salir de sí mismo para salir fuera y darse, donarse y entregarse a los demás, especialmente a los desvalidos, desprotegidos o menos favorecidos. “Si alguno que posee bienes materiales ve que su hermano está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede residir en él el amor de Dios?” (1 Jn 3, 17) Al leer este texto y apropiarme de él, me ha llevado a entender que Dios habita en mi corazón sólo cuando por amor extiendo mi mano para levantar al caído o para compartir los dones recibidos para compartir con los demás (cf Ef 3, 17).

El amor no hace acepción de personas. “Hermanos míos, no mezcléis con la acepción de personas la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado. Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido, y que entra también un pobre con un vestido andrajoso;  y supongamos que, al ver al que lleva el vestido espléndido, le decís: «Siéntate aquí, en un buen sitio», mientras que al pobre le decís: «Quédate ahí de pie», o «Siéntate a mis pies».  ¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros y ser jueces con mal criterio? (Sant 2, 1- 4) La acepción de personas es fruto de  la mentira que podemos llevar en lo profundidad de los pliegues de nuestra mente: ¿Cuánto tienes, cuánto vales? ¿Cuánto sabes, cuánto vales? Santiago habla del pecado religioso que muy poco se reconoce y nunca se confiesa. Se valora al hombre por la ropa que trae, por el cuerpo bonito, el modelo de carro, el lugar donde habita, por lo que derrocha, por lo que sabe, por los títulos que tenga, y se desprecia a los de apariencia pobre aunque tenga mejores capacidades y pueda hacerlo mejor, se le manda a la última banca. Sólo se escoge a los que pueden o tienen. “Se olvida que la fe es disponibilidad para servir aunque no te dejen.” En el reino de Dios, todos somos importantes, dignos y valiosos, porque así nos piensa, mira y valora el Señor. Nadie sobra, hay un lugar y un servicio para todos. Quién diga en la Iglesia, ya estamos completos, aún, no ha conocido el evangelio del amor de Cristo. “Pero si tenéis acepción de personas, cometéis pecado y sois condenados por la Ley como transgresores.” (Sant 2, 9)

Fe y obras son inseparables para recibir y permanecer en el Camino. “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Pues así es también la fe; si no tiene obras, está realmente muerta.” (Sant 2, 14- 16) “Sin mi nada podéis hacer,” dice el Señor Jesús (Jn 15) La salvación es un don gratuito e inmerecido, pero no barato. La fe es un don, pero también, es una respuesta a Dios que llama y se nos ofrece. Con la ayuda de la fe podemos esforzarnos para hacer renuncias y para servir y compartir por amor con los demás. Esto ha llevado a decir: Nadie se salva sin la fe, y, nadie se salva sin las obras. Sin invertir el orden: Primero es la fe y luego las obras. “Dios nos amó por primero y nos entregó a su Hijo” (1 Jn 4, 10. 19)

Pablo y Santiago no se contraponen, hablaron en diferentes contextos, pero con el mismo Espíritu. Pablo habla a recién convertidos: Todos son justificados por la fe (Gál 2, 16) y Santiago habla a convertidos de segunda generación: “La fe sin obras está muerta” (Sant 2, 14) Los dos están de acuerdo con el Evangelio de Jesucristo: “No os engañéis, hermanos míos queridos: toda dádiva buena y todo don perfecto que recibimos viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni fase de sombra. Nos engendró por su propia voluntad, con palabra de verdad, para que fuésemos las primicias de sus criaturas.” (Sant 2, 16- 18) Pablo dice: “¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido, ¿a qué vanagloriarte, como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7) Si lo has recibido, no presumas, compártelo, sirve y ponlo al servicio de quien lo necesite. Los dones de Dios, tanto espirituales como materiales, se reciben para la realización de todos, Dios creó todo para todos.

¿Qué nos pide el Señor a todos, a pobres y ricos? “¿Por qué me decís ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que digo? (Lc 6, 46)  «Pero a vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien,  bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con la medida con que midáis.” (Lc 6, 27- 28. 32- 33. 36- 38)

“Que el hermano de condición humilde se sienta orgulloso en su exaltación; y el rico, en su humillación, porque pasará como flor de hierba. Cuando sale el sol con fuerza, seca la hierba y su flor cae, y se pierde su hermosa apariencia. Así también el rico se marchitará en plenos proyectos.” (Sant 1, 9- 11) “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” (Mt 5, 3) “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.” (Lc 6, 20) Los pobres de espíritu son, por la acción del Espíritu Santo: humildes, mansos, desprendidos y misericordiosos. Comparten con amor y alegría lo que poseen. En cambio el soberbio, el rico,  se niega a obedecer, amar y servir a Dios y a los pobres.

Amar para no secarse y para dar frutos de vida eterna: Amaos profundamente unos a otros, con corazón puro, pues habéis sido reengendrados a partir de una semilla no corruptible, sino incorruptible: la palabra de Dios viva y permanente. Pues toda carne es como hierba, y todo su esplendor como flor de hierba; se seca la hierba y cae la flor, pero la palabra del Señor permanece eternamente. Y ésta es la palabra: la Buena Nueva que se os ha anunciado.” (1 Pe 1, 22- 25) La fe viene de la escucha y de la obediencia de la palabra de Dios que tiene poder para llevarnos a la salvación y a la perfección cristiana (2 Tim 3, 14ss) Esto es Buena Nueva. Razón por la que Jesús dijo a los judíos y a todos que a lo largo de los siglos: “Permanezcan en mi Palabra” (Jn 8, 31) Permanecer para no secarse como ramas secas que no pueden dar fruto. Permanecer para estar verdes con la “sabía de la vida espiritual,” “manifestación de la comunión con Cristo” Esta Comunión es el alma de la Comunidad cristiana, y ésta es manifestación de la Comunión. El fruto de la comunión es la “responsabilidad” de frente a la vida, a la libertad y por ende al amor. El hombre responsable es “solidario” “honesto” y “sincero.” Vive de frente a sí mismo y de frente a los demás, por quienes se preocupa. Es un ser para os demás.



Publicar un comentario

Whatsapp Button works on Mobile Device only

Start typing and press Enter to search