Iluminación: En aquel
tiempo Jesús llegó a Nazaret, el lugar donde se había criado, y, como tenía por
costumbre, entró el sábado en la sinagoga y se puso en pie para leer las
Escrituras. Le dieron el libro del Profeta Isaías, y, al abrirlo, encontró el
pasaje que dice: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha
ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a
los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los
oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor. Cerró luego
el libro, lo devolvió al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los
presentes le miraban atentamente, y él comenzó a hablar. Les dijo: Hoy se
cumple esta Escritura que acabáis de oír. San Lucas 4, 16-21
1. La Iglesia existe para servir.
San Pablo enseña que Cristo ofrece al hombre una nueva vida en el poder
del Espíritu Santo. Una vida nueva que hace del cristiano un regalo de Cristo
para su Iglesia y para el mundo. En esta vida el que no sirve, no sirve para
nada. Tanto en la Iglesia como en el Reino de Dios “Nadie vive para sí mismo,
somos del Señor, tanto en la vida como en la muerte”.
Recuerdo a una señora que pasaba ya de los sesenta años de edad, cayó
gravemente enferma, la familia llamó al sacerdote para que le diera los últimos
auxilios espirituales. Al terminar el sacerdote de administrar la unción de los
enfermos le preguntó a la señora, llamándola por su nombre: “¿Para qué quiere
seguir viviendo? La señora con una voz débil, pero a la misma vez con mucho
convencimiento le respondió: “Quiero vivir para seguir sirviendo a la Iglesia”.
El sacerdote enmudeció, no volvió a decir palabra y se retiró en silencio:
había recibido una enseñanza, una palabra llena de luz, de amor y de verdad que
nos hace decir: La fe que no se hace donación, entrega y servicio, es una fe
muerta, sin obras (Stg 2, 14).
Este servicio a la Iglesia, manifestación del amor, brota de un “corazón limpio, de una fe sincera y de una
conciencia recta” (1 Tm 1, 5). Su finalidad es la gloria de Dios y el bien
a los demás. No hay cristiano en la Iglesia que no tenga uno o más carismas.
2.
Somos el Pueblo de Dios.
Los bautizados,
por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedamos
consagrados como "casa espiritual" y "sacerdocio
santo". Este sacerdocio común de los fieles, por el
cual todos estamos llamados a la santidad, lo ejercemos a través de la oración,
de la ofrenda de nuestras vidas y del testimonio que debemos dar de
Cristo en todas partes. Y se alimenta y expresa en la participación en los
sacramentos, sobre todo en la Eucaristía.
El pueblo de Dios
participa también del carácter y de la misión profética de Cristo dando
testimonio de Él con su vida de fe y de amor. Para que pueda dar este testimonio, el Espíritu
suscita y sostiene en todo el pueblo el sentido sobrenatural de la fe, con
el que, bajo la dirección del magisterio eclesial, acoge la palabra de Dios, se
adhiere a la fe transmitida, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada
día más plenamente a su vida.
El pueblo de Dios participa en la misión real de
Cristo. Por eso, los
cristianos ejercen su realeza sirviendo a Cristo en sus hermanos, sobre
todo en los más pobres, y llevándolos con paciencia y humildad al Rey, para
quien servir es reinar.
3. Los carismas del Espíritu Santo.
¿Qué es el carisma? Es una manifestación de la Gracia de Dios que
el Espíritu Santo distribuye en la Iglesia para el bien común. (karis: gracia:
ma: manifestación)Para el Apóstol Pablo, carismas son esos dones o gracias,
cualidades o aficiones, que Dios da a cada uno para que los pueda poner al
servicio de los demás. Y cita dos o tres listas en las tres cartas a los de
Corinto, Roma y Éfeso (1Co 12-14; Rm 12,3-8; Ef 4, 11-12)
El Espíritu Santo
enriquece la Iglesia con sus dones
gratuitos, sus carismas. Son gracias que, aunque sean
concedidas a una persona, tienen siempre una utilidad eclesial, ya que están
ordenadas a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las
necesidades del mundo. Son los dones de enseñar, de cuidar a los enfermos,
de preocuparse por los más pobres, de construir la fraternidad, de penetrar el
misterio divino…
¿Cuántos son los carismas? El carisma responde a una necesidad concreta
de la Iglesia. Antes de responder a la preguntar sobre ¿Cuántos son los
carismas? Hemos de preguntarnos: ¿Cuántas necesidades y debilidades hay en
nuestra comunidades? De frente a cada necesidad, el Señor tiene un carisma, una
manifestación de su Gracia. A Dios no le vamos a ganar en generosidad.
Imaginemos que una comunidad necesita ser evangelizada, el Señor dará a esa
comunidad el carisma de la evangelización, de la predicación, de la catequesis,
etc. Pensemos que abundan los enfermos, nuestro buen Dios suscita en la
comunidad el misterio de los enfermos dando el carisma de curación, de
consuelo, etc. San Pablo en sus cartas nos presenta como nadie en el Nuevo
Testamento la acción del Santo Espíritu de Dios:
- Es el espíritu de Poder y Fortaleza.
(1 Co 2, 1-16; Rm 8, 15) Si el cual estamos expuestos al dominio de
la carne y de todo mal.
- Nos ayuda y enseña a orar (Rm 8, 26). Se une a nuestra oración y
ora en nosotros.
- Nos libera de la carne y el pecado (Rm 8, 5-8)
- Nos revela la sabiduría de Dios (1 Co 2; Jn 14)
- Él es quien santifica, perfecciona a los cristianos. Su gran misión es la de santificar el
alma, haciéndola a imagen de Cristo, con sus mismos sentimientos,
palabras, acciones (Flp 2, 5; Rm 8, 29)
- El que da testimonio en los cristianos, alienta y dicta las palabras que es
necesario decir ante el Sanedrín, procónsules o ante los gobernadores de
Roma, como también en la predicación diaria.
- El que inspira las audacias apostólicas: El Espíritu Santo dijo a Felipe: acércate
y ponte junto a ese carro. (Hch 8, 26ss)
- Es la fuerza de los mártires: "pero él (Esteban) lleno del
Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús
que estaba de pie a la diestra de Dios" (Hch 8)
- Conduce: a Pedro a la casa de Cornelio: "le dijo el
Espíritu Santo, ahí tienes unos hombres que te buscan". (Hch 10, 1ss)
- El Espíritu Santo escogió a los apóstoles: "dijo el Espíritu Santo: separadme
ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado".(Hch 13,
1ss)
- Es la alegría de los perseguidos y su
seguridad: “Pablo y
Bernabé perseguidos se llenan de gozo y del Espíritu Santo".
- Preside las decisiones sobre el porvenir
de la Iglesia naciente:
"El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros otras
cargas" (Hch 15).
- Traza la ruta de los apóstoles, los guía,
los mueve y los detiene:
" El Espíritu Santo les había impedido predicar la palabra en
Asia". (Hch 16).
- Dirige la acción misionera de Pablo: "solo sé que en cada ciudad el
Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones.
En los hechos de los apóstoles vemos con claridad la actividad del
Espíritu Santo en la Iglesia naciente. Al libro de los Hechos se le ha
considerado muchas veces, el evangelio del Espíritu Santo. Desde la primera
página el Espíritu Santo se manifiesta de
forma sorprendente, incluso extraña, pues sus intervenciones son, no solo
numerosas, sino inesperadas, fulgurantes a veces. Visiblemente, Él es quien
pone en juego y anima tanto a los apóstoles como a la comunidad de fieles.
Interviene en los detalles de la vida cotidiana de la Iglesia y de su expansión
por el imperio romano. Dirige a los apóstoles a donde ir, a quien predicar,
bautizar, en que pueblo entrar o no ir. Conduce el gran proyecto apostólico.
Volviendo nuevamente sobre la finalidad de
los carismas y de su uso correcto, hacemos referencia a la enseñanza del
apóstol Pedro:
“Que cada cual ponga al servicio de los demás la
gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de
Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio,
hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en
todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos
de los siglos” (1Pe 4, 10-11)
Fuera de San Pablo, que habla de los “carismas” tan abundantemente, los
ha mencionado sino el apóstol San Pedro con esas palabras que hemos escuchado,
tan acertadas, tan estupendas, tomadas indiscutiblemente de su colega Pablo.
Hoy en la Iglesia hablamos mucho de los carismas. Es algo que está
felizmente de moda y que hace tanto bien. Porque ha despertado la conciencia en
muchos cristianos de que los dones que se han recibido de Dios hay que ponerlos
a disposición de todos.
No todos valemos para todo. Pero todos valemos para algo. Y puesto al servicio de los demás aquello para lo cual cada uno vale, es cuando todo el Pueblo de Dios está perfectamente servido y camina con facilidad y alegría hacia el Señor.
No todos valemos para todo. Pero todos valemos para algo. Y puesto al servicio de los demás aquello para lo cual cada uno vale, es cuando todo el Pueblo de Dios está perfectamente servido y camina con facilidad y alegría hacia el Señor.
San Pablo cita, entre otros, los siguientes carismas como más significativos:
·
Sabiduría y ciencia, con las que se penetra en los misterios de Dios y se saben exponer.
·
Fe entusiasta, capaz de emprender obras grandes confiados sólo en Dios.
·
Curaciones y milagros, para sanar enfermos.
·
Profecía es el don de enseñar y predicar para edificar, exhortar y consolar.
·
Discernimiento de espíritus, que ve en las almas y capacita para dar consejos acertados.
·
Apostolado y evangelización, para difundir la fe y hacer conocer al Señor.
·
Pastoreo y gobierno, propio de los que Dios elige y pone al frente de la Iglesia.
·
Doctorado, que enseña con gran competencia la doctrina de Dios.
Revelaciones de misterios o verdades de Dios para bien de la Iglesia.
Revelaciones de misterios o verdades de Dios para bien de la Iglesia.
·
Ejercicio de la misericordia, con tantas obras a favor de los necesitados.
·
Caridad, que reparte los propios bienes.
Como se ve, son muchos y se pueden añadir otros y otros. Al Espíritu
Santo no le ata nadie la mano y los prodiga en abundancia insospechada. Sin
embargo, ¿qué es lo que ocurría en tiempos de Pablo, en las Iglesias que él
había fundado, y lo que ha ocurrido hoy en las asambleas carismáticas? Pues,
una equivocación que Pablo se encargó de aclarar. Se entusiasmaron los
cristianos con carismas llamativos, como el don de lenguas, que era el menos
importante.
Valían mucho más otros carismas menos espectaculares y que se ejercitan
con mucha humildad, como el ejercicio de la caridad o misericordia y el
servicio en las cosas materiales de la Iglesia.
Para Pablo, era un carisma muy bueno la profecía, o sea, el hablar,
predicar o enseñar de parte de Dios las verdades de la fe, que instruyen,
edifican, exhortan y reparten consuelo. Como lo es también el carisma de gobierno
o de la conducción, tan propio de los pastores y de quienes dirigen grupos o
comunidades.
Estos dones y gracias no son de santificación personal, sino de
servicio social y eclesial. Se emplean y se ejercen para bien de los demás. El
que los ejerce se santifica por el amor a Dios y al hermano con que los
realiza.
Ponemos un ejemplo que vale por muchas explicaciones: el de la
catequista que enseña a los niños la doctrina cristiana.
La catequista desempeña un carisma extraordinario y magnífico. El fruto
es todo para los niños a los que ilustra y forma y lleva hacia Jesús. Y ella,
¿no gana nada para sí misma? Con el carisma, no. Pero crece mucho en santidad y
en mérito para la gloria, por el amor a Dios, a la Iglesia y a los niños con
que lo ejercita.
El Espíritu Santo reparte los carismas para bien de todos. A unos les
da unos y a otros les da otros. Y entre los carismas de todos se llega a
conseguir el bien de la Iglesia entera. ¡Qué rica es la Iglesia con tanto
carisma como el Espíritu reparte entre sus miembros! Que nadie, que se haya
acercado al Señor piense que Él lo envía a trabajar con las manos vacías. Los
carismas son los instrumentos de trabajo, con ellos se puede todo, sin ellos
nada tenemos, iremos atrabajar con las manos vacías.
Unos carismas son extraordinarios, como el de Karol Wojtyla para
convertirse en Papa Juan Pablo II, o el de Margarita María para ver al Corazón
de Jesús y enseñar su devoción. Otros son ordinarios como el de la señora que
quería vivir para seguir sirviendo a la Iglesia. Pero todos son, y sirven para
hacer que la Iglesia crezca en santidad ante Dios y aparezca ante el mundo como
la esposa privilegiada de Jesucristo.
Pablo intuyó esto como nadie; y él, que estaba cargado de carismas,
pudo decirnos:
“Ponga cada uno al servicio de la Iglesia sus cualidades. ¡Aspiren a tener los mayores carismas! Y háganme caso cuando les enseñe yo el camino mejor: ¡Amen! ¡Tengan un corazón abrasado en amor! Que con mucho amor dentro, harán maravillas…
“Ponga cada uno al servicio de la Iglesia sus cualidades. ¡Aspiren a tener los mayores carismas! Y háganme caso cuando les enseñe yo el camino mejor: ¡Amen! ¡Tengan un corazón abrasado en amor! Que con mucho amor dentro, harán maravillas…
¿Qué
hacer en nuestra comunidades o grupos de oración? Digamos una gran verdad
sin miedo. “Sin Evangelización nuestra Iglesia se empobrece”. La Evangelización
engendra nuevos agentes de pastoral, y es a la misma vez, un “Camino” para
descubrir los carismas que el Señor está dando a su Iglesia. Los carismas, en
cuanto manifestación de la multiforme gracia de Dios, hay que descubrirlos,
liberarlos y fomentarlos con el uso de su ejercicio. Se ha de abrir campos de
acción para que sean puestos en práctica, hay que pulirlos y educarlos para su
mayor y mejor rendimiento.
No demos lugar a la envidia o a los celos
entre nosotros, cuando vemos surgir algún carisma en algún hermano, si tenemos
salud espiritual nos llenaremos de alegría y escuchemos la voz del Dador de los
dones: “Mi Gracia te basta, mi Amor es todo lo que necesitas”. Tengamos la
seguridad que el Señor quiere que su Cuerpo crezca donde se encuentra. Si el
Cuerpo de Cristo está en nuestra Parroquia, aquí, Él tiene sus instrumentos
para hacerlo crecer, en santidad, en amor, en el conocimiento de la verdad.
Estos instrumentos son Ustedes, y cada uno de los bautizados, también los que
no vienen a la Iglesia; hemos de buscarlos, invitarlos, traerlos y formarlos.
Entonces estaremos escuchando y poniendo el práctica el Mandamiento del Maestro:
“dadles vosotros de comer”.
Invoquemos, una vez más, al
Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y, sobre todo, nos
haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.
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