Las virtudes Cardinales.
Objetivo: Conocer la importancia de las virtudes cardinales en la formación
humana y en la lucha con el mal para poder buscar a la madurez en el cultivo de
estas hermosas virtudes en unidad con las virtudes teologales.
Iluminación. Busquen las cosas de arriba donde está Cristo sentado a
la derecha del Padre” (Col 3, 1). “Fortalézcanse con el Señor y con su fuerza
poderosa. Vístanse de la armadura de Dios para resistir los engaños del Diablo” (Ef 6, 10)
1. ¿Qué son las Virtudes cardinales?
Llamadas también
virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones
habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos,
ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe.
Proporcionan facilidad, dominio propio y gozo para llevar una vida moralmente
buena, el hombre virtuoso es el que práctica libremente el bien.
Según esto, las
virtudes llegan a formar en el hombre como una segunda naturaleza. Cuatro son
los virtudes morales más importantes: la prudencia que perfecciona el
discernimiento práctico de la razón, la justicia que hace buena y sana la
voluntad, y por último la fortaleza y la templanza, que ordenan y perfeccionan
todo el mundo de los sentidos, sentimientos y afectos. Digamos algo sobre cada
una de ellas.
Las virtudes
morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los
gérmenes de los actos moralmente buenos
disponen todas las potencias del ser humano para entrar en comunión con el amor
divino (catic. 1804).
2.
La virtud de la prudencia
“Por eso no sean
imprudentes, antes bien procuren entender cuál es la voluntad de Dios” (Ef 5,
17). La prudencia es el quicio de las demás virtudes, sin ella, ni soñar crecer
en santidad o en el conocimiento de Dios. Esta virtud se apoya en la virtud de
la humildad. La verdad es que todo aquel que se sabe débil, si en algo es
prudente, evita acercarse al peligro. La sabiduría popular nos dice: “Quién
tenga rabo de paja, no se arrime a la candela por que se le quema el rabo”. El
Evangelio nos presenta la parábola de las vírgenes prudentes, aquellas que
fueron previsoras y entraron a la “Casa del Novio” en medio de cantos e himnos
inspirados en la “noche de los malos tiempos”, para “celebrar al Señor de todo
corazón” (Mt 25, 1-13; Ef 5, 19).
La prudencia nos
hace ser inteligentes y hasta nos lleva de la mano a la sabiduría del Espíritu,
expresada en las Palabras de la Escritura: “Sí tu ojo derecho te lleva a la
ocasión de pecar, sácatelo y tíralo lejos de ti”. “Y sí tu mano derecha te
lleva a pecar, córtatela y tírala lejos de ti”. (Mt 5, 29-30). “Si tu pie es
para ti ocasión de pecado, córtatelo” (Mc 9, 45). Aquí el “cortar” debe
entenderse como “negarse a sí mismo al placer de complacerse”. También, es una
invitación a no “buscar la ocasión de pecar”.
3.
La
virtud de la justicia
La justicia es una
de las “armas de luz” (Ef 5, 9). Sólo los prudentes practican la justicia. Le
hacemos justicia a Dios cuando guardamos sus mandamientos: “No desearás la
mujer de tu prójimo” y “no cometerás actos impuros”. Estos últimos pertenecen a
las “obras de la carne” (Gál 5, 1). Hacemos justicia a Dios cuando seguimos el
camino del amor a ejemplo de Cristo que nos amó hasta entregarse por nosotros
como ofrenda y sacrificio de aroma agradable a Dios” (Ef 5, 2). Hacemos
justicia a Dios cuando hacemos el bien, practicamos las virtudes y elegimos su
“Voluntad” como norma y criterio” para nuestra vida.
Hacemos justicia al
hombre y a la mujer cuando reconocemos a la luz de la verdad, la belleza de su
dignidad personal, los aceptamos como personas y aceptamos sus valores y les
expresamos un respeto profundo. El respeto a los demás pide, nunca hacerlos
instrumentos de placer, al servicio de nuestros instintos.
4.
La
virtud de la fortaleza
La fortaleza es una
virtud moral que nos asegura que con ella podemos vencer cualquier dificultad u
obstáculo que encontramos en nuestro caminar en la búsqueda del bien. Podemos
superar los desafíos del camino, soportar el sufrimiento, las enfermedades como
buenos soldados de Cristo Jesús (2Tim 2, 2-4). La fortaleza es don y respuesta. Pide el cultivo de una voluntad firme,
fuerte y férrea para amar. Como virtud cristiana, es la fuerza de Dios que nos capacita para el
sacrificio y la renuncia de todo lo que es incompatible con el reino de Dios. Pertenece
a la “armadura de Dios para luchar contra las huestes del Maligno: (Ef 6,
10-11). Es un arma de luz que ayuda a los cristianos a ser puros, castos,
dueños de sí mismos. Sin la fortaleza, no hay templanza y no hay justicia, lo
único que se puede tener son buenos deseos, pero sin la fuerza para ponerlos en
práctica. (Catic. 1808).
5.
La virtud de la templanza
Es la virtud que
nos da armonía interior y exterior: armonía con Dios, con los demás y con uno
mismo. Es de gran ayuda para conocer la paz interior y para dominar los deseos
desordenados de la carne. La templanza es necesaria para ordenar y moderar en
el corazón del hombre la inclinación al placer, no es la más alta de las
virtudes, pero es imprescindible, ya que sin ella se degradan todas las demás
virtudes. Si no hay templanza, tampoco hay fortaleza, sin fortaleza no
practicamos la justicia, y sin ésta no existe la prudencia. En efecto, no puede
el hombre ejercitar las virtudes más altas, como son la sabiduría, la religiosidad,
la generosidad, la solidaridad fraterna, si está a merced de sus filias o de
sus fobias sensibles (Catic. 1809).
En el nuevo
testamento la templanza es llamada “moderación o sobriedad”, así Pablo
recomienda a Tito: “Debemos vivir con
moderación, justicia y piedad en el siglo presente” (Tt 2, 12). A Timoteo
le recomienda: “Huye de las pasiones de
tu juventud” (2Tim 2, 22). “Guárdense
del adulterio” (1 Cor 6, 18)
.
Sin la templanza el
hombre no es libre, y sin libertad no puede ejercitar las virtudes teologales:
la fe, esperanza y caridad. Es un oprimido. Gracias a ella, en cambio, todos
los movimientos sensuales y afectivos son sujetados cuando son malos, y son
integrados al más alto nivel personal cuando son buenos y oportunos. Pues bien,
la castidad pertenece a las virtudes de la templanza, de pureza, del dominio
propio y de la continencia. Es vigor que perfecciona en el hombre todo el
dinamismo de su tendencia sexual y amorosa.
6.
La gracia y las virtudes humanas.
Las virtudes
humanas adquiridas mediante la educación, por medio de actos deliberados y a
través de una perseverancia reanudada siempre en el esfuerzo son purificadas y
elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan
soltura a la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz en practicarlas
mientras que para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el
equilibrio moral, se requiere la gracia de Dios para perseverar en la búsqueda
de las virtudes. Se requiere pedir siempre la gracia de luz y fortaleza,
recurrir a los sacramentos, docilidad al Espíritu Santo para amar el bien y
guardarse del mal (Catic. 1810 y 1811).
El mismo Catecismo
de la Iglesia Católica, retomando a San Agustín, nos dice: “vivir bien no es
otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el
obrar”. Quien no obedece más que a Él, quien vela para recibir todas las cosas
por miedo a dejarse sorprender por la angustia y la mentira, le entrega un amor
entero, que ninguna desgracia puede derribar (Catic. 1809).
Podemos afirmar que sin estas virtudes nuestra estructura
espiritual está muy deficiente, seríamos algo así como casas en ruinas: hombres
deshumanizados y despersonalizados, incapaces de responder a los desafíos que
la vida nos presenta. Pero no basta con ser prudente, casto, justo y fuerte, es
necesario, que las virtudes humanas se injerten en las virtudes teologales para
que la vida del hombre se llene de Dios. Y su alegría pueda ser plena.
7. Escuchemos el camino que nos propone san Pedro.
“Por medio
de ellas nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que
por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. Por esta misma
razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el
conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia activa,
a la paciencia activa la piedad, a la piedad el amor fraterno, y al amor
fraterno la caridad. Pues si poseéis estas cosas en abundancia, no os dejarán
inactivos ni estériles para llegar al conocimiento perfecto de nuestro Señor
Jesucristo. Quien no las tenga es ciego y corto de vista, y ha echado en olvido
que ya ha sido purificado de sus pecados pasados. Por tanto, hermanos, poned el
mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así nunca
caeréis. 1Y así se os dará amplia entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo (2 Pe 1, 4- 11)
Oración: “Señor Jesús, ilumina mi mente y mi mirada,
fortalece mi voluntad y dame un corazón puro para que conociendo tu voluntad
tenga deseos de ponerla en práctica. Renuévame por dentro mi Señor, dame un
nuevo corazón que te alabe noche y día”.
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