La Libertad en Cristo.
Objetivo: Dar a conocer lo referente a
la libertad como don y conquista, su naturaleza, origen y su desarrollo para
que amándola, vivamos como lo que realmente somos: personas humanas con anhelos
de liberación.
Iluminación. “Si os mantenéis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos;
conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31- 33).
1. Muchas son las libertades
Una cosa es tener libertad y otra cosa, es, ser libre.
Pensamos por un momento en la libertad exterior, podemos ir a donde nos plazca,
comprar lo que queramos o nos guste, y otras muchas cosas, pero, se vive sin
“libertad interior”. Tenemos muchas libertades que se nos han sido dadas, pero,
pocos hombres libres que amen lo que son y lo que están llamados a ser.
¿Qué es la libertad? Es un
modo de ser. Es la exigencia esencial y fundamental de la existencia humana; es
el estilo de vivir humanamente. Más que una capacidad, es una facultad
inherente a la persona humana que nos hace ser capaces de elegir entre dos o
más realidades. Es por eso una propiedad de la voluntad. Entre más fuerte y
sólida sea la voluntad para el bien, más auténtica será la libertad. Pueden
existir personas que tienen una voluntad orientada hacia el poder, el tener o
el placer. El hombre que quiera alcanzar un desarrollo pleno, está llamado a
tener una voluntad de “ser”. Ser persona, original, responsable, libre y capaz
de amar; un ser capaz de vivir en relación consigo mismo, con los demás, con la
naturaleza y con Dios. Un ser que está proyectado hacia lo que todavía no es, pero, que está llamado a
ser: una plenitud de sentido.
1.
La libertad es don y conquista
Hemos de pensar
y aceptar la libertad como don y también como respuesta; es don y tarea; es
una gracia humana y cristiana, pero
también, es tarea y quehacer. Corresponde a los dones que recibimos de la vida
y de Dios como “gracia y responsabilidad” que hemos de proteger y de cultivar.
“El que no trabaje que no coma” (2Ts 3, 10). Muchos son los hombres que no se
conocen, son ciegos ante esta hermosa realidad; mientras que otros, sabiéndolo,
son indiferentes, les vale, más, aún, hay otros empeñados en obstaculizar el
desarrollo normal al que somos llamados.
Hay libertad
de… y libertad para… Libertad de todo aquello que nos impide crecer como
personas en el Reino de Dios: prejuicios, complejos, vicios, impurezas, mañas,
ideologías, mesianismos, autoritarismos, conformismos, consumismos,
individualismos, defectos de carácter, etc. Libres para caminar en la verdad;
libres para hacer el bien, libres para amar espontáneamente, libres para ser
uno mismo, con identidad propia; libres para ser capaces de tomar decisiones
personales y ser protagonistas del propio destino. La vocación del hombre es la Libertad (Ef 5, 1. 13).
2.
Libertad y libertinaje
Hay libertad y
hay libertinaje. Una nos humaniza y personaliza, la otra nos deshumaniza y
despersonaliza. Una nos hace libres y la otra nos hace esclavos. Confundir una
con la otra es fuente de desgracia, de no realización. Es común escuchar: hagan
tal cosa que para eso son libres. Hagan con sus cuerpos lo que ustedes gusten y
quieran. Si tu novio te lo pide, entrégaselo que para eso eres libre. Quien use
mal su libertad, cae en el libertinaje. Quien elija mal, es responsable de
todas las consecuencias que arrastre la decisión tomada.
Digámoslo con
toda claridad: La libertad es una propiedad esencial del hombre, no amar la
libertad significa, no amar al hombre que es libertad. Un ser que debe aprender
a ser él mismo, pensar por sí mismo y decidir por sí mismo. El hombre libre es
un ser existencial: capaz de salir de sí mismo, para ir al encuentro de su
realidad; es un ser en proyección con apertura a lo existencial. El hombre
libre no se arrastra, camina con los pies sobre la tierra, con dominio de sí
mismo. La liberad pide al hombre el cultivo de una voluntad firme, férrea y
fuerte para amar.
3.
La libertad según San Pablo
Para San Pablo,
la existencia cristiana, es un vivir en libertad (Gál 5, 13). El Apóstol habla
de la libertad en sentido soteriológico. Él nos habla de la acción de la
libertad en los cristianos:
·
Libres de
la esclavitud del pecado (Rm 6, 4. 8. 22; 8, 2). El Mal esclaviza. La liberación del Mal y de todas sus
manifestaciones que nos permita ser regenerados, ha de ser anhelada, buscada,
deseada. Ser libres del dominio de la: soberbia, avaricia, lujuria, odios,
envidia, gula, ira, pereza, etc. Droga, alcohol, sexo, opresiones, fijaciones,
etc.
·
Libres de
la esclavitud de la muerte (Rm 6, 16-23). Todos vamos a morir. Frente a la
muerte existen varias posturas: unos tienen miedo morirse porque no creen en la
otra vida; otros tienen miedo porque tienen muchas riquezas que no se van a
llevar; mientras que otros tienen miedo morirse porque han vivido mal y se van
con las manos vacías. El miedo a la muerte es una señal de que no se conoce a
Cristo y su Plan de Salvación (Heb 2, 15).
·
Libres
del miedo. El miedo es un vacío de seguridad, confianza, autoestima y amor.
Es a la misma vez, el peor enemigo de la emancipación humana; el miedoso
siempre será inseguro, celoso, mediocre, encerrado en sí mismo y agresivo. Muchas veces, recurre
a la “química del alcohol y de la droga” para demostrar que es valiente. Es una
persona oprimida, pero también es un opresor agresivo en su propia casa.
·
Libres de
la esclavitud de las personas, de las cosas y Libres de la esclavitud de los
animales. San Pablo dice a los romanos que el dar la “espalda a Dios”
genera idolatría, esclavitud de valores y deshumanización (Rm 1, 18 ss). El
esclavo no se posee, otros deciden por él. En la cultura latina es fácil ver
mujeres esclavas de sus maridos y hombres esclavos de sus líderes, se sus superiores,
de sus trabajos, y aún, de sus mismas mujeres. Otros son esclavos de su dinero
y hace de sus animales sus ídolos.
·
Libres de
la esclavitud de la ley. (Gál 4, 21-31; Rm
7, 2-4). Esta esclavitud genera fariseos rigoristas, legalistas y
perfeccionistas. Al fariseo le gusta hacer las cosas para que los vean o para
quedar bien. A quien no esté de acuerdo con él, será excluido, separado y criticado.
El otro es juzgado por las apariencias externas, sin tomar en cuenta la
“intención del corazón”.
La esclavitud
de la ley me hace actuar con miedo, con soberbia, por obligación, por algún
interés personal, para que me vean, para quedar bien… siempre se esperan
premios y recompensas… la salvación es merecida; es debida a las obras y no a
la gracia. Es el creerse bueno, justo, mejor que los demás y superior a todos.
Vive al margen de la verdad, por eso está vacío de toda misericordia (cfr Lc 6,
36). Es la peor de las esclavitudes, en
ella se da una mezcla de todos o algunos de los pecados capitales. La
esclavitud de la ley ha llevado a muchos a usurpar el lugar que sólo le
corresponde a Dios, por eso juzga y condena a sus semejantes. Jesús alerta a sus
discípulos diciéndoles: “Si vuestra justicia no supera la justicia de los
fariseos, no entraréis al Reino de Dios” (Jn 5, 20). Ellos leían la Biblia,
eran maestros de la ley, hacían oración, pagaban diezmos, daban limosnas, pero,
les faltaba ser humildes y ser misericordiosos.
La libertad
cristiana es una libertad que brinda nuevos vínculos interpersonales (Rm 6,
16-23). El hombre nuevo es libre, amable, generoso y servicial. Puede
relacionarse con todos, su paz interior no depende del afuera, es decir, no
depende de otros, como tampoco, depende del pasado o de las circunstancias que
lo rodean. Puede estar rodeado de elementos extraños y adversos, pero en su
interior mantiene la paz y la alegría de saberse hijo de Dios, hermanos de los
demás y ciudadano del Reino.
4.
La libertad al servicio de la caridad
La libertad
está al servicio de la caridad (cfr Gál 5, 13). El amor es la esencia de la
libertad, por eso es válido decir que no hay caridad no hay libertad; donde no
hay libertad no hay hombres maduros. Sólo los hombres libres son capaces de
amar. El amor es donación entrega y servicio para ayudar a otros a ser libres; es lavar pies, es compartir (cfr Jn 13, 13).
Un corazón lleno de apegos, de desorden, de impurezas, está falto de lealtad,
honestidad, sinceridad, pero, por lo mismo, está atrofiado, estéril, vacío de
toda libertad. Muchos de los comportamientos de algunos hombres creyentes, más
que de hombres, parecieran de animales. Pensemos en los hombres que violentos y
agresivos, dominados por la ira y por el odio, sencillamente no conocen la
libertad, son oprimidos y opresores.
5.
Libertad y conciencia de la dignidad
humana
Son dos cosas
correlativas, no se oponen una con la otra. Soy libre cuando me trato como un
fin en sí mismo. Pero, además, he de tratar a los otros como seres dignos y
valiosos, importantes y amados. Los otros son una posibilidad de vivir en
libertad. Lo anterior implica tener una nueva mirada; una nueva manera de
pensarse y de pensar a los demás; aceptarse, valorarse y amarse como Dios lo
hace con cada uno de nosotros.
La dignidad del
hombre, creado a “imagen y semejanza de Dios” (Gén 1, 26-27), ultrajada y
despreciada por las múltiples opresiones culturales, políticas, raciales,
sociales y económicas, constituye uno de las más grandes desafíos, para la
Iglesia y los gobiernos actuales. Existe una poderosa aspiración en los hombres
y mujeres a que se les reconozca su dignidad de personas, esta aspiración es
también, aspiración a una vida justa, fraterna y pacífica en la que cada uno
encuentre el respeto y el desarrollo de su vida espiritual y material. El
hombre no fue creado por Dios para vivir en la miseria, que más bien es una
violación intolerable a su dignidad humana.
6.
La libertad y la dignidad humana
Cada ser humano
tiene el derecho a tener los bienes necesarios para vivir con dignidad,
como personas, iguales en dignidad.
Vemos la gran brecha entre ricos y pobres, brecha cada vez más ancha y más
profunda; vemos la ausencia de igualdades y la falta de solidaridad; vemos el
derroche consumista de muchos frente a la situación de muchos pobres que no
tienen lo mínimo para vivir dignamente; vemos a muchos, hombres y mujeres que
pierden sus empleos, por el solo hecho de pensar distinto a quienes están en el
gobierno; vemos un sentido de frustración cada vez más marcado en hombres y
mujeres de nuestros días que no encuentran el camino o los medios para
responder a las exigencia de la vida; personas marginadas y excluidas de la
ciencia y de la técnica.
Si a lo
anterior añadimos el creciente número de adicciones, fuente de pobreza para
muchos y de riqueza para unos pocos, de familias destruidas, ancianos
abandonados, niños de la calle, prostitución de niños, jóvenes y adultos, hemos
de decir que todo esto y más, es manifestación de una sociedad enferma,
masificada y masificadora, oprimida y opresora.
Frente a esta
realidad tenemos el desafío de trabajar en la liberación del hombre para
sacarlo de las múltiples formas de miseria en la que se encuentran muchos seres
humanos a nuestro alrededor. Lo primero sería el preguntarnos: ¿De qué formas
de opresión tendríamos que liberarnos nosotros mismos? ¿Qué tenemos que los
demás necesitan? ¿Qué podemos hacer por ellos? ¿Qué valores o virtudes
necesitamos para servir a los más pobres? ¿Cuáles son las armas que necesitamos
para combatir, no sólo la pobreza, sino y sobre todo, la miseria humana que es
mucho más grave?
7.
¿Qué es la libertad interior?
Es la libertad
del corazón. Es la fuerza para salir de sí mismo para ir al encuentro del pobre
o de cualquier persona en su situación concreta para amarlo o servirlo
desinteresadamente. El hombre es libre cuando hace las cosas con amor y alegría
de manera espontanea, sin tantos pujidos y sin tantos esfuerzos. La libertad
interior nos hace ser desprendidos, solidarios, humildes y puros de corazón;
compasivos y misericordiosos con la disponibilidad para amar a Dios y al
prójimo; con la capacidad de servir a los demás y la capacidad de morir al
egoísmo. Existen tres condiciones para alcanzar la hermosa libertad interior:
La pobreza espiritual, la absoluta dependencia de Dios y la confianza total en
la Misericordia del Padre. El hombre libre, el maduro, aquel que encuentra en
Dios su apoyo, sale de sí mismo, para donarse y entregarse al servicio de Dios
y de sus hermanos, con la alegría de corresponder con amor al amor.
8.
Jesús, el hombre libre, sede de toda
libertad
Un modelo y ejemplo lo tenemos en Jesús que
todo lo que hizo, lo hizo por compasión y sin compasión no hizo nada. En su
trato con mujeres enfermas, marginadas y oprimidas (Mc 1, 29s; Mc 4, 21s; Lc
7,24s; Jn 8, 1ss). Se dejó amar y amó a los más desposeídos de la sociedad:
pobres, leprosos, ricos y poderosos (Mc 1, 40s; Mc 6,35s; Lc 19s). Su
Mandamiento es: “Denle ustedes de comer” (Mc 6, 37).
Compartir el
pan, es compartir, no sólo lo material, sino todo aquello que hace referencia a
la realización humana: valores, desde los creativos, hasta los intelectuales y
morales. Es dar el tiempo para ayudarlos a liberarse de los obstáculos que
impidan su realización y prestarles los medios que necesitan para ponerse de
pie y caminar con dignidad. Esto nos pide ser portadores de una buena porción
de libertad, solidaridad, compasión, generosidad y amor a todos, especialmente,
a los menos favorecidos. Jesucristo no salvó al mundo con palabras bonitas,
sino con su donación, entrega y servicio, hasta las últimas consecuencias: la
entrega de su vida en la cruz. Jesús es el hombre libre por antonomasia por su
sacrificio en la cruz hizo decir a san Pablo: Para ser libres nos liberó Cristo
(Gál 5, 1).
9.
¿Qué significa ser hombre?
Si el Señor
Jesús nos amó hasta la muerte, surge una pregunta: ¿Qué significa ser hombre?
El hombre es un “alguien”, no es una cosa. Un alguien amado por Dios y pensado
por él desde antes de la creación del mundo. (Ef 1, 4). Dios ama al hombre
incondicional e incansablemente, por lo que es y no por lo que hace. Su
grandeza está en “Ser imagen y semejanza de su Creador” (Gn 1, 26). A la luz de
lo anterior decimos que ser hombre significa:
·
Tener libertad para elegir en lugar de hacer lo
que nos dicta nuestro instinto. El hombre puede elegir entre hacer el bien y
elegir en hacer el mal, de lo que él elija, es responsable (Dt 30, 15).
·
Saber que algunas elecciones son buenas y otras
son malas y que tenemos la obligación de conocer la diferencia (Dt 30, 19).
Saber distinguir entre lo bueno y malo.
·
Pertenecerse a sí mismo de una manera
intransferible. El hombre libre posee dominio propio, es dueño de sí mismo. No
está predestinado a hacer el bien, tiene que elegirlo, de otra manera no
tendría libertad.
El ser humano
tiene que vivir en continuo proceso de liberación, es decir, de humanización
para que pueda lograr su meta: ser persona, ya que la libertad es una actitud
moral de la persona y a la misma vez, es un bien para la sociedad. Nuestra
libertad moral nos dice que si elegimos ser egoístas o deshonestos, podemos
serlo, y Dios no lo evitará. Como tampoco nos obligará a hacer hombres
virtuosos, si nosotros no lo elegimos. Digamos entonces que el hecho de ser
humanos nos da libertad para herirnos unos a otros; podemos engañarnos y
destruirnos, robarnos, y sí Dios lo impidiera, nos estaría quitando la libertad
que nos ha dado. Si no lo creemos, tan solo recordemos los campos de
concentración en la Alemania de Hitler y en las grandes masacres de indígenas
en América. ¿Quién fue el responsable? Respondemos, el hombre, que en muchas
ocasiones elige ser malo y se “convierte en lobo para sus hermanos” (Thomas
Hobbs). ¿Dónde estaba Dios? ¿Al lado de quién estaba? ¿De las víctimas o de los
asesinos? Harold Kushner y Dorothee Soelle afirman que estaba del lado de las
víctimas, y no del lado de los asesinos, pero que Él no controlaba la elección
del hombre entre el bien y el mal. (Cuando la gente buena sufre. Ed EMECE. Pág
113).
En cuanto
persona, el hombre es un ser original, responsable, libre y capaz de amar. La
libertad como toda otra virtud debe de ser amada en sí misma. Quien no ame la
libertad no merece ser libre. Al mismo tiempo, quienes aman la libertad y
entregan sus fuerzas y se gastan en conseguirla, han logrado alcanzar las metas
más sublimes y ver los más hermosos frutos en sus vidas. Los seres humanos
tienen la libertad para elegir la dirección que tomará su vida.
10.
El camino para hacerse libres
El camino es
estrecho y lleno de obstáculos, pero también, lleno de experiencias
liberadoras, gozosas, gloriosas y luminosas. Un estilo de vida que nos presenta
el Evangelio: Vivir en la verdad, practicar la justicia, tener misericordia,
abrir campos de acción para que otros desarrollen sus carismas; estar siempre
en lucha contra toda forma de manipulación en la comunidad y tener la
disponibilidad para soportar el precio por trabajar a favor de la emancipación
humana. Trabajar en la humanización del hombre; en ayudarle a hacerse libre, es
necesario, saber distinguir entre libertad y liberación.
Una cosa es la
libertad y otra es la liberación. La libertad, lo hemos dicho es un don y
conquista; la liberación en cambio, es un proceso realizable y posible, pues la
“libertad es nuestra vocación”. La libertad que otorga Cristo es real y
verdadera. “La verdad os hará libres” (Jn 8, 33). “Sí el Hijo nos hace libres,
seremos, realmente libres” (Jn 8, 36). Ser libre es estar liberándose
continuamente. Digamos con firmeza y gratitud que la libertad es el regalo que
Dios nos ha hecho, cuando el hombre protege y cultiva este hermoso regalo se
hace hijo de Dios.
Al hacernos
libres, Dios se nos regala Él mismo, pues Dios es libertad. San Pablo nos dice
que el Espíritu Santo es el Espíritu de la libertad (2Cor 3, 17). Jesucristo es
el hombre totalmente libre: Libre para dar su vida… libre para entregarse;
libre para amar a los suyos hasta el extremo (Jn 13, 1), libre para amar a sus
enemigos y orar por ellos: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc
23, 34). En el camino para hacernos libres encontramos varios pasos:
1.
Escuchar la
Palabra de verdad (Jn 17, 17). La Palabra es semilla de humildad y
libertad, de santidad y de caridad. La escucha de la palabra nos engendra en la
fe (Rm 10, 17), que es: confianza filial en el amor del Padre amoroso del
Cielo. Fe que es obediencia y pertenencia al Señor que nos amó y se entregó por
nosotros (Ef 5, 1; Gál 2, 19-20). Escuchar la Palabra es mucho más que oírla,
es guardarla y ponerla en práctica. “Felices los que escuchan mi palabra y la
guardan” “Felices los que escuchan mi palabra y la cumplen” (Lc 8, 21; 11, 27).
Dios nos llama
a la conversión, no escucharlo es endurecerle el corazón, es darle la espalda y
cerrarse a la acción del Espíritu. Cuando el Señor quiere liberar a una
persona, se acerca a ella como Buen Pastor y el primer regalo que le hace es el
don de su Palabra. Quien se abre a la acción de la Palabra recibe un segundo
regalo: el amor y la misericordia, es decir, el perdón de sus pecados. Para
luego recibir el tercer regalo: el conocimiento de Dios y la fidelidad al amor
recibido (cfr Os 2, 21s).
2.
Reconocimiento y
aceptación del vacío de libertad. Este reconocimiento es como la antesala
del Encuentro con Jesús, Salvador del Hombre. Exige el dejarse encontrar por el
amor del Buen Pastor que busca a las ovejas perdidas hasta encontrarlas (Lc 15,
4). Dejarse encontrar significa: reconocer que no somos felices, que nos hemos
equivocado, que estamos necesitados de ayuda y que esa ayuda sólo puede venir
de Dios.
Esto pide el
reconocimiento de los defectos, debilidades y pecados personales. “Si decimos
que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos…” (1Jn 1, 8). El
reconocimiento de los defectos personales requiere ya, de una porción de
humildad, por eso sólo puede lograrse con la luz del Espíritu Santo que se nos
ha dado, implícito en la Palabra de Dios que es escuchada con fe y esperanza.
3.
Buscar el Rostro
de Cristo. Humilde y liberador en el encuentro con Él. Con un corazón
contrito y abatido. Esto es arrepentirse. El arrepentimiento consiste en un
cambio en la manera de pensar, de mirarse, de valorarse y aceptarse a sí mismo.
Sólo en medida que tengamos la manera de pensar de Cristo Jesús (cfr Flp 2, 5),
seremos capaces de entender el daño que nos ha ocasionado el pecado y el daño
que hemos hecho a los demás. El arrepentimiento cuando es auténtico, se
diferencia del remordimiento. La persona se abre al cambio, deja de culpar a
otros para, que con los pies sobre la tierra experimente las dos dimensiones
del arrepentimiento: el dolor por haber hecho daño a otros y el firme propósito
de no volver hacerlo.
Un ejemplo de
arrepentimiento lo encontramos en el “hijo pródigo”. Vuelve a los brazos del
Padre con un deseo profundo de cambio y con un corazón abatido: “He pecado
contra el cielo y contra Ti”. El Padre, no sólo, lo recibe, sino que va a su
encuentro, y lo acoge incondicionalmente (Lc 15,11s).
4.
Romper con el pecado. Despojarse del hombre
viejo (Col 3, 5s), huir de la corrupción (1Pe 1, 4), huir de la fornicación
(1Cor 6, 18). Romper con el pecado es liberarse del yugo de esclavitud, en
situaciones de desgracia y de no salvación con la ayuda del Espíritu. Quien se
convierte al Señor ha de abandonar los terrenos de la mentira, del fraude, de
la explotación, de las supersticiones, de la lujuria, para que el pecado no
reine en sus miembros mortales. Es un morir al pecado para poder vivir para
Dios, buscando el perdón y la paz que sólo el Señor puede darnos.
Para darle
muerte al hombre viejo y al pecado que reina en sus miembros mortales, el
cristiano, sabe que su pecho no es el lugar para guardar sus pecados, sino,
Jesús que llama al pecador y lo atrae hacia el Él con cuerdas de ternura y con
lazos de misericordia (Os 11, 5s). “Vengan a mí los que están cansados y
agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Jesús invita al pecador a acercarse
al Sacramento de la Reconciliación para un encuentro entre la miseria del que
regresa y la misericordia del que lo acoge. Encuentro liberador, gozoso y
glorioso. Jesús no sólo perdona al pecador a quien acoge con cariño y ternura
por medio de la Iglesia, sino que también, lo reviste de fuerza y poder espiritual,
para que pueda caminar en el poder de Dios, como hombre libre y reconciliado
con Dios y con la Iglesia.
5.
Oración y Alabanza. La alabanza es por excelencia el anti-pecado. Al inicio de su
carta a los Romanos, San Pablo dice que hay un pecado madre, un pecado que es
el fundamento de todos los pecados y se llama impiedad. Y este pecado
consiste en conocer a Dios (por tanto, no es el pecado de los ateos), conocer
que hay Dios, pero no darle gloria y no darle gracias como se le debe a Dios.
Esto es el pecado-madre: la impiedad. No alabar, no agradecer a Dios, sino gloriarse
en sí mismo (Cantalamessa).
Entonces, si el pecado-madre es la impiedad, es
decir, el rechazo a glorificar y dar gracias a Dios, lo exactamente
contrario al pecado no es la virtud, sino la alabanza. Lo repito: lo
contrario del pecado no es la virtud, sino la alabanza de Dios. Concibiendo
nuestra liberación del pecado como un éxodo pascual, hemos hecho una emigración
personal o comunitaria de Egipto, tierra de esclavitud, hacia los terrenos de
la Gracia, los terrenos de Dios. Ha sido una verdadera pascua, un verdadero
paso de la muerte a la vida. Pascua que es fuente de gozo, de alegría, de paz,
de amor, amistad y comunión. Pascua que transforma nuestra vida en fiesta, en
gratitud, en alabanza de la gloria de Dios.
11.
La docilidad al Espíritu Santo
Por la acción del Espíritu en el Sacramento de la
Reconciliación hemos renovado nuestro Bautismo. De la misma manera que el
Faraón y sus ejércitos fueron ahogados en el Mar Rojo, hoy el demonio, nuestros
pecados, nuestro hombre viejo y nuestros pecados actuales han sido vencidos,
expulsados y perdonados. Ya no están, ahora somos libres con la libertad que
Cristo nos otorga y revestidos con su poder podremos luchar para permanecer siendo
libres. Así podemos decir que la libertad cristiana es don y conquista.
Recuerdo el mismo día que por gracia de Dios viví
está inefable experiencia dentro de un “confesionario”, al llegar a casa
ofrecía al Señor mi primer “sacrificio de alabanza”, con libertad y conciencia
dije: “Te prometo Señor no volver a fumar cigarros ni marihuana en toda mi
vida”. Si se puede, no estamos solos, el Señor está con nosotros.
Pocos días después, guiado por el Espíritu, de eso
estoy convencido, decidí no volver a los centros nocturnos, romper con la
borrachera y guardar el “Sexto Mandamiento”: No al adulterio, no a la fornicación,
no a la pornografía y no a la masturbación. La razón: El Espíritu Santo es el
espíritu de Libertad (cfr 2Cor 3, 17). “Para ser libres nos libertó Cristo”
(Gál, 5,1). Ahora podía ofrecer sacrificios de acción de gracias: Guardar los
Mandamientos. No hay duda el “Espíritu Santo guía a los hijos de Dios” (Rm 8,
14). Lo importante es conocer el camino: nos lleva a Cristo, al Amor, a la
Libertad, a la santidad. Esto implica varios pasos, el primero es el desierto,
la alianza, la tierra prometida…
·
El
Desierto
Es el lugar de la victoria de Dios, y es la vez, el
lugar donde habitan los demonios. Demonio es todo aquello que estorba, que
impide el crecimiento del Reino de Dios en nuestra vida: impureza, miedos,
inseguridades, odios, machismo, ambiciones, apegos, y muchísimos más. Uno a uno
tiene que ir siendo descubierto, atado y echado fuera para ser quemado en la
“hoguera del Espíritu”. De la manera que el Espíritu llevó a Jesús al desierto
para prepararse para su misión, todo discípulo-misionero, es llevado a la intimidad,
a la interioridad, al silencio, a la oración, a la lectura asidua de la
Palabra, a nuevas opciones y decisiones que van limando sus asperezas y
llenándolo de luz, de verdad, de amor, de Cristo. En el desierto Dios vence a
sus elegidos, mejor aún, nos dejamos vencer por Él, aceptamos su voluntad para
nuestra vida y nos abrimos a ella libre y conscientemente, renunciando a
nuestros planes de vida para aceptar alegremente los que Dios nos propone. Dios
no nos obliga, no nos violenta. Él amorosamente propone y el discípulo lo
acepta o lo rechaza.
·
La
alianza
En el desierto Dios hace alianza con sus elegidos. Él
no hace alianza con esclavos, primero los libera, los hace libres y luego, a
manera de seducción los lleva al momento de hacer una “Opción radical” por el
Reino. Renuncio a ser amigo del Mundo para ser amigo de Dios. Renuncio a ser
del Mundo para ser de Cristo, caminar con Él y vivir con Él. Ésta opción
radical por el Reino de Cristo y sus valores, se da, más o menos, tres meses
después de haber cruzado el Mar Rojo, es decir, después de haber nacido de
nuevo por medio del Encuentro Personal con la Misericordia de Dios que ha
tomado rostro humano: Jesús, el Salvador del hombre.
Dos experiencias, dos encuentros inolvidables: en el
primero acepté ser amigo de Jesús y en el segundo, acepté ser sacerdote. Las
dos fueron dentro de una misma semana. El primero fue en “centro nocturno” al
que no iba desde hacía tres meses. El siete de noviembre regresé a la Iglesia,
y está bella experiencia fue el día 14 de febrero, día, del amor y la amistad.
Romper la amistad con el mundo para ser amigo de Jesús, sólo puede ser fruto de
la Gracia dentro de un proceso de liberación lleno de experiencia gozosas,
liberadoras, gloriosas y dolorosas. En honor a la verdad, sólo puede haber
dolor cuando no se ha experimentado “lo bueno que es el Señor”. Entre más
estemos enraizados en el pecado más doloroso es el rompimiento.
Cuando llegué a aquel lugar el recibimiento fue
espectacular. Me dijo el mesero: “Ya llegó el que andaba ausente”. Me sirvió
una copa de cogñac con una porción cinco veces mayor que lo normal, diciéndome:
“La casa paga”. Vino la mesera con una muy amable sonrisa me saluda, me besa y
me ofrece mesa, en un lugar donde había tanta gente que no había lugar ni para
estar de pie. Me hizo sentir importante. Llegaban los antiguos amigos con
palabras llenas de halagos. Había invitaciones para irme a sentarme a la mesa
con antiguas novias y amantes, realmente aquello era una invitación a volver la
mirada al pasado, a la vida mundana. Por un momento me separé del lugar del bar
hacía el lado del restaurant que estaba vacío, parado junto a una chimenea en
la cual ardía el fuego, medité cada una de las palabras del mesero, la mesera,
los amigos y las ex novias… me dije, así andaba yo antes… vacío, comprando
amores, amistades… ahí, en ese momento hice mi opción por Jesús. Comencé por
darle gracias por lo que había comenzado a hacer en mi vida. Luego le ofrecí no
volver a tomar bebidas alcohólicas y no volver a pisar un “centro nocturno”,
lugar de vicio. Inmediatamente salí de aquel lugar. Era la hora de “la luz y la
verdad”. Sólo experimentaba una paz profunda y un gozo inefable. Una hora más
tarde, ya en casa, tome la Biblia en mis manos y encontré que Jesús mismo me decía
estas palabras del Evangelio de san Juan 15, 14- 27:
“Ustedes son
mis amigos si hacen lo que yo les mando”. “El mundo los odia porque ustedes me
aman; sí ustedes me odiaran el mundo los amaría”. “Ya nos los llamó sirvientes…
A ustedes los llamó amigos… Yo los he elegido a ustedes y los destiné para que
vayan y den fruto… Ustedes no son del mundo… Yo los he sacado del mundo” Hice
mías todas estas palabras: amigo, elegido, destinado, enviado, con la misión de
llevar amor.
La experiencia de la Opción radical por Cristo y su
reino hice mías las “leyes de la Alianza” : “Ser pertenecía de Cristo” “Amar a
Cristo” y “servir a Cristo”.
·
El
compromiso
El compromiso es con Dios y exige haber experimentado
su amor, estar viviendo de encuentros con el Señor y con la Comunidad. La clave
del compromiso es: “Ser de Cristo” y su ley es: “el Amor”. Cuando en el corazón
del discípulo se ha ido entretejiendo una doble certeza: la primera certeza
tiene su iniciativa en la acción de Dios que nos amó primero. La certeza de que
Dios me ama. La segunda certeza, fruto de la acción del Espíritu y de
respuestas generosas es indispensable para sellar el compromiso: La certeza que
también yo lo amo. Dos amores que se encuentran, dos voluntades que se donan
una a la otra.
El compromiso no es por uno o dos años es para toda
la vida. “Soy del Señor que me amó primero” (1 Jn 4, 10). Acepto pertenecerle a
Él (Gál 5, 24) y al grupo que le pertenece: Los Doce (Mc 3, 14). Iré a donde me
envíe y diré lo que me ordene decir. Le entrego las llaves de mi vida para que
haga conmigo lo que Él quiera. Estoy en sus manos, mi vida le pertenece. El
compromiso es expresión de triunfo y victoria contra las fuerzas del demonio,
es la victoria de Dios que se manifiesta en su discípulo con la triple afirmación
de: “Obedecerlo”, “Amarlo” y “Servirlo”. Nuestro corazón es ahora un
odre nuevo dispuesto a recibir el vino nuevo que es el Espíritu Santo.
La libertad y
la práctica del bien
Libres para hacer el bien, para amar. La liberación
del mal se despliega con la fuerza del Espíritu al cultivo de las virtudes, sin
las cuales la libertad queda en entre dicho, en su simple concepto, pero no en
fuerza liberadora. De la misma manera que para poder crecer en el conocimiento
de Dios, es indispensable que “La virtud de la fe, tenga frutos que son a
la vez “frutos de la libertad”. Sin la virtud de la continencia, la fe está
muerta y vacía y el hombre, ha vuelto a ser esclavo. La fe es vida, es amor, es
libertad; la fe es inseparable de la libertad. Unidas, son poder que actúa en nuestros corazones. El
ejercicio de la libertad se manifiesta en la renuncia al mal y en la práctica
de la virtud. Cada virtud es manifestación y despliegue de la libertad. Decimos
que sin libertad no hay continencia, pero a la misma vez, decimos que la
continencia perfecciona la libertad y al amor, por lo tanto, fortalece y
robustece la voluntad. Una voluntad orientada a Dios sería el arma más poderosa
contra cualquier acechanza del pecado que busca hacernos esclavos. La
continencia nos hace castos, puros y nos da la templanza, quien las posea, es
libre y está haciéndose libre.
Fe y libertad… están siempre alumbrando a un “hombre
nuevo” que está siempre naciendo, capaz de caminar con los pies sobre la tierra
y con la cabeza levantada, con dignidad. Con los ojos abiertos y el corazón
palpitante; la mirada siempre hacia arriba, pero sin perder el piso,
sencillamente, es protagonista de su propia historia y de su propio destino,
hombre con visión y con misión.
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