Objetivo: Resaltar la importancia de la
gratuidad de la salvación y el estilo de vida que el Señor Jesús nos propone,
para responder con generosidad a las
exigencias del Reino de Dios.
Iluminación: Creer quiere decir abandonarse a Dios, poner en sus manos nuestro
destino. Creer quiere decir entablar una relación muy personal con nuestro
Creador y Redentor, en virtud del Espíritu Santo, y hacer que esta relación sea
el fundamento de toda la vida (Benedicto XVI. Homilía, 28 de mayo del
2006).
1.
¿Son pocos los que se salvan?
La gente siempre se ha preguntado sobre si serán
muchos o pocos los que se salvarán. El Señor Jesús responde a la pregunta
invitando que no es importante saber, sino el preparase para responder con la misma
vida: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha” (Mt 7, 13). Lo que
importa no es saber cuántos se salvarán, sino el vivir de modo lúcido y
responsable, después de recibir la salvación gratuita que Dios ofrece a todos
los hombres en Cristo Jesús nuestro
Salvador.
Para alcanzar la salvación es necesario creer en
Jesús: “por la fe en Jesucristo hemos sido justificados” (Rm 5, 1ss) Es
necesario creer en Jesús, es decir, confiar en él, obedecerlo, amarlo, seguir
sus huellas, servirlo, pertenecerle. Una vida consagrada a él, conlleva
esfuerzos, renuncias, sacrificios para vencer el mal, las tentaciones y superar
las crisis; es necesario confiar en su perdón y abandonarse en sus manos.
Recordemos que la fe que mueve montañas es la que está en las manos de Dios.
Para el Señor Jesús, no hay rebaja, la salvación es
gratuita, pero no barata: “Sed compasivos como vuestro Padre celestial es
compasivo” (Lc 6, 36) “No juzguen, para no ser juzgados; no condenen para no
ser condenados; perdonen y serán perdonados” (Mt 7, 1s). “Han oído que se dijo:
No cometerás adulterio, más yo os digo…” (Mt 5, 27s), sin obediencia a la
Palabra de vida, la salvación puede perderse.
2.
¿Qué es entrar por la puerta estrecha?
Entrar por la puerta estrecha es la experiencia de
todo discipulado caminando con Jesús hacia Jerusalén, para ser como él,
servidor de los demás. Es aprender de él, para vivir como él vivió: “Se pasó la
vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38)
Sanó a los enfermos, limpio a los leprosos,
expulsó demonios, resucito muertos, amó hasta el extremo y dio la vida, no sólo
por sus amigos, sino también por sus enemigos. Todo lo hizo por amor y
compasión. Comparte su Espíritu con sus discípulos y los envía como corderos en
medio de lobos, para que hagan lo mismo (Mt 10, 8ss).
Entrar por la puerta estrecha es tomar su cruz y
confiar en el Padre que lo ha resucitado. Se trata de responder al amor de Dios
con fidelidad y generosidad, sumergiéndose así en su voluntad en cualquier
circunstancia de nuestra vida. Jesús llama a los suyos para estar con él y para
enviarlos a predicar con el poder de su Espíritu (Mc 3, 13). Llamada que es
fuente de exigencias, pero no de angustias. Llamada que compromete, pero no
asfixia y no esclaviza.
3.
Exigencias de la vida en la verdad
No hay lugar para una vida laxa, en la que sólo se
hace lo placentero, lo agradable o lo útil. No hay lugar para una fe mediocre o
superficial. El verdadero conocimiento de Dios revelado en Cristo Jesús, no
está expuesto a la simple curiosidad ni a la charlatanería. Sin esfuerzos y
renuncias no se logra alcanzar la meta de la salvación. La vida en la verdad
nos llena de armonía; nos da coherencia; nos hace honestos, sinceros e
íntegros. Renunciar a la mentira, al engaño, al egoísmo, a toda forma de
manipulación; a lo que desfigura el rostro y nos hace vivir una realidad falsa.
Sin renuncias no hay vida, no hay virtud, no hay libertad y la persona no
crece, se queda fuera de la Plenitud que alcanzamos en Cristo y por Cristo (Col
2, 7).
4.
La vida verdadera es amor.
El amor exige esfuerzos, renuncias y sacrificios.
Con la fuerza del amor el cristiano puede destruir la maldad, el engaño, la
hipocresía, la envidia, el odio, los resentimientos y la maledicencia (1 Pe 2,
1; Col 3, 5ss) Puede renunciar a los propios intereses para orientar su vida
hacia el servicio libre y voluntario a los demás. El Apóstol Pablo nos invita a
crecer en el amor, de modo abundante y pleno (cfr 1 Ts 3, 12) “que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento verdadero
y en todo discernimiento,…” (Flp 1, 8-9) Amor que exige un modo nuevo de
relacionarnos con Dios, con los demás, con las cosas y con uno mismo. Sólo el
amor nos lleva a comprender que no hay libertad sin sacrificios; no hay
grandeza sin desprendimiento. Sin renuncias no se gana ni esta vida ni la
eterna.
5.
La radicalidad del amor.
En la vida en Cristo o vida en el Espíritu, no hay
lugar para la comodidad, para una vida permisiva y laxa. Radicalidad significa
>>raíz<<, según Jesús no se puede servir a dos señores, “conmigo o
contra mí. El que no junta desparrama” (Mt 12, 40). EL Señor nos invita a
orientar la mente y el corazón hacia la verdad y la justicia para que podamos
dar prioridad al amor a Dios y a los hermanos. Esforzarse para entrar por la puerta
estrecha es negarse a ser esclavo de los cosas; es negarse a invertir los
valores; es negarse a caer en el consumismo; es negarse a la agresividad y a
toda manipulación.
Recordemos que el Mensaje de Jesús que nosotros
hemos creído está lleno de exigencias liberadoras y gozosas, luminosas y
gloriosas. Crean tensión, pero no angustian; son fuente de exigencias, pero no,
de turbación estéril. La razón es que Jesucristo es la Puerta (Jn 10, 7)
siempre abierta al perdón, a la donación y la entrega. Por eso, entrar por la
puerta estrecha es abrirse a los demás; es abrirse al servicio como
manifestación fiel del amor a Dios y a los demás; es vivir con solidaridad
preocupándose por los demás, reconciliándose con todos y compartiendo la vida con
ellos.
6.
El amor nos pide ser tolerantes.
La tolerancia es una virtud social, necesaria para
la sana convivencia como seres que somos llamados a vivir en comunión con la “Realidad”.
La tolerancia nos ayuda a crecer y a madurar como personas y como hijos de
Dios. Es inseparable del amor, como la violencia es inseparable de la intolerancia.
Jesús invita a sus discípulos para que aprendamos de él a ser “mansos y
humildes de corazón” (Mt 11, 29).
La tolerancia, como virtud social es respeto a la
conciencia y a la dignidad de los otros. Es apertura y acogida a todo valor
humano. Es interés por todo lo que hace al ser humano más digno de ese nombre.
Es capacidad de soportar por amor las debilidades de los más débiles (Rm 15,
1). Es buscar siempre lo mejor para el ser humano.
Ser tolerante es dialogar, buscar juntos, construir
un mejor futuro, sin despreciar ni excluir a nadie. Pero, nunca será
irresponsabilidad, abandono de valores, olvido de las exigencias morales. Nunca
será olvidar aquello que ayuda al hombre a vivir más dignamente.
Jesús llama a vivir sin olvidar las exigencias
morales para que podamos llegar a realizar el objeto del evangelio: la “amistad
con él y el amor fraterno”. Trabajar por nuestra salvación pide vigilar y orar
siempre y sin desfallecer según las palabras del mismo Señor. (Mt 21, 46; Mc
14, 38). Por la virtud de la tolerancia podemos ser pacientes y aceptar que nos
vomiten con toda clase de atropellos e injurias que se soportan en el Nombre
del Señor.
7.
Jesús lo ofrece todo, por eso lo pide todo.
“No hay amor más grande que dar la vida por los
amigos” (Jn 15, 13). Jesús lo hizo y fue más allá, hasta dar la vida por sus
enemigos: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Razón
por la que pide a sus discípulos que “amen y oren por sus enemigos” (Lc 6, 27)
Para que esto fuera posibles el Señor da a los suyos el don del Espíritu Santo
para que les recuerde las palabras del Maestro y los guie a la verdad
plena: “Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a
toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo
lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os
lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que El toma
de lo mío y os lo hará saber (Jn 16, 12- 15).
El Apóstol Pablo invita a su discípulo Timoteo y
hoy a nosotros a no tener miedo: “Por lo
cual te recuerdo que avives el fuego
del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro
Señor, ni de mí, prisionero suyo, sino participa conmigo en las aflicciones por
el evangelio, según el poder de Dios,… (2 Tim 1, 6-8).
Con la ayuda de la Gracia, el Espíritu Santo, sus
esfuerzos y renuncias, el cristiano, puede ir construyendo una voluntad firme,
férrea y fuerte para amar, para poder cumplir las exigencias del Evangelio,
para llegar a ser verdaderos discípulos de Jesús, testigos de la verdad,
acostumbrados a vivir en tensión misionera de frente a tentaciones crisis.
Velad y orad
Objetivo: Dar a conocer la importancia de la oración en
la vida cristiana en orden a la comunión con Dios y al crecimiento en las
virtudes teologales para poder responder a la iniciativa divina que nos llama
al diálogo amoroso con el Señor de toda misericordia.
Estad en vela pues, orando en todo tiempo para que
tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está por venir, y podáis estar en pie
delante del Hijo del Hombre” (Lc 21, 34ss).
Introducción
“Velad
pues porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24, 42). ¿Qué quiere decirnos
Jesús al darnos su mandato? Creo que el Señor quiere que recordemos quienes
somos, para qué estamos aquí y para dónde vamos. Cuando nos
hemos convertido a Dios somos hijos de la luz; y el Señor, espera que
vivamos como hijos de la luz (Ef 5,
8-9).
1.
Velar y orar para permanecer en el Amor de Dios
“Permanezcan en mi amor como yo permanezco en
el amor de mi Padre” (Jn 15, 9). ¿Cómo permanecer en el amor de Dios?
Permanecer siendo amados, permanecer amando y permanecer luchando. Es decir,
permanecer vivos, despiertos, dando vida y permanecer en lucha. Velar,
significa ser vigilantes, estar despiertos, ser sobrios, luchar, todo esto y
más, y todo para defender el precioso don de la fe, de la esperanza y de la
caridad. Velad, significa estar en guardia y preparados para
recibir al Señor que viene. Mantenerse en estado de alerta, despojándose de
todo apego, de todo aquello que es incompatible con los intereses del reino.
Guardaos de que se hagan
pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las
preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros”…
Estad en vela pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a
todo lo que está por venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre” (ver Lc 21, 34ss).
Lo anterior lo podemos decir en cuatro pasos que han de ser acompañados
por la oración, que viene a ser como el aire para los pulmones.
2.
Velar significa: Darse cuenta, conocerse.
“Examinad que es lo que agrada al Señor,
y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas” (Ef 5,
10). Velar significa examinarse, darse cuenta, ¿Dónde estamos?, ¿Quiénes somos?
y ¿Para dónde caminamos? Darnos cuenta de lo que Dios quiere y espera de
nosotros. El Libro del Apocalipsis nos dice:
“Conozco tu conducta, tienes nombre como
de quien vive pero estás muerto. Ponte en vela, reanima lo que te queda y está
a punto de morir” (Apoc 3, 1ss). ¿Muertos, dormidos o en pie? ¿Cómo
saberlo? El árbol se conoce por sus frutos.
“Conozco
tu conducta no eres ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices:
Soy rico; me he enriquecido; nada me
falta. Y no te das cuenta que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre,
ciego y desnudo” (Apoc 3, 14ss). La tibieza es una modalidad de
pecado como resultado de la mezcla entre la luz y las tinieblas. Volviendo a
San Pablo encontramos: “Despierta tú que
duermes, y levántate de entre los muertos, y la luz de Cristo te alumbrará”
(Ef 5, 14). El pecado paga con la muerte (Rom 6, 23).
“Así
pues, mirad como vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes;
aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto no
seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad del Señor” (Ef 5,
15). La prudencia nos hace ser inteligentes y sabios. Inteligente es el que
sabe vivir y sabio es el que sabe hacer cosas buenas, el que ama y hace el
bien.
3. Velar significa: Quitarse,
despojarse, huir de la corrupción
“Despojaos
en cuanto a vuestra anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la
seducción de la concupiscencias” (Ef 4, 22). Jesús nuestro Señor invita
a sus discípulos a la conversión del corazón, de la manera mundana y pagana de
pensar, una conversión radical de la mente para poder conocer la voluntad de
Dios (Ver Rom 12, 2-3).
“Y
esto teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque ya es hora de
levantaros del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando
abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues,
de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz” (Rom
13, 11-12). Es la hora de levantarse del
sueño de una falsa espiritualidad; de una religiosidad superficial; de una
entrega a medias, para remar mar adentro, para ir hasta la otra orilla. Es
tiempo de tomar al Señor en serio, y no, como nuestro tapa huecos, Él no quiere
ser un parche en nuestra vida, quiere ser el centro, el todo; es tiempo de
hacer una opción radical por el reino de Dios y su justicia.
“Nosotros
no somos ni de la noche ni de las tinieblas; no durmamos, pues, como los otros,
vigilemos mas bien, seamos sobrios” (1Tes 5,5ss). Nosotros somos
del Señor, a Él le pertenecemos, no le entreguemos nuestro corazón al Maligno.
¿Qué es la sobriedad? Es la renuncia a la vida según la carne: “Huyan de la
fornificación” (1Cor 6, 18). “Huyan de la corrupción para poder participar de
la naturaleza divina” (2Pe 1, 4), y al mismo tiempo exige que nos revistamos
con las armas de la luz, la armadura de Dios para resistir en el día malo (Ef 6
10). ¿De qué tenemos que despojarnos? De las obras de la carne. De todo lo que
es incompatible con el reino de Dios y de Cristo (Leer Ef 4, 25-31; Col 3,
5-9).
4.
Velar significa ponerse el vestido nuevo, revestirse de Cristo
Con las palabras
de Pablo, Velad consiste en despojarse del hombre viejo y revestirse del hombre
nuevo. Esa es la voluntad de Dios: quitarse el traje de tinieblas y revestirse
con el traje de “Bodas”, llenarse de la Gracia de Dios, a lo que Pablo llama
embriagarse con el Espíritu Santo.
“Revestíos
pues como hijos elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia,
de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia…” (Col 3,
12ss). No basta con ser creyentes, hay que ser practicantes. Tampoco basta con
ser practicantes hay que ser discípulos del Señor Jesús. Entonces podremos amar
al Señor, a la Iglesia, a los pobres, a los pecadores. “Renovar el espíritu de vuestra mente, y revestíos del Hombre Nuevo,
creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4, 24). Muchos
son los que nos llamamos cristianos pero regimos nuestra vida con criterios
mundanos y paganos. Nuestra cabeza está llena de tinieblas.
“Porque
en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor: Vivid como
hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y
verdad
(Ef 5, 9). El que cree y se convierte a Jesús, se hace cristiano, es decir, se
hace hijo de Dios. Existen los frutos de la luz y existen las obras de las
tinieblas. El árbol se conoce por sus frutos… un árbol bueno no puede dar fruto
malo, y un árbol malo no puede dar fruto bueno. (Leer Gál 5, 19-22). ¿Qué
frutos vemos en nuestra vida? ¿Cuál voluntad estamos haciendo?
La voluntad de
Dios es que nos embriaguemos con el Espíritu Santo y que cantando himnos
inspirados; dando siempre gracias a Dios, en todo tiempo y en todo lugar,
levantemos nuestras manos limpias al Señor y dirijamos a Él nuestras súplicas.
El cristiano es hijo de Dios; hijo de la luz, debe estar despierto y resistir a
las tinieblas, símbolo del mal.
5.
Velar significa luchar, huir de la corrupción
La vida
cristiana es un don de Dios y a la misma vez es un combate espiritual. Jesús
nos dice: “Velad y orad para que no
entréis en la tentación” (Mt 26, 41). Orad para pedir a Dios que nos
defienda de los enemigos de la salvación. Orad para pedir que Dios nos asista
en la lucha. El cristiano ha de estar siempre en guardia, despierto, en
oración, dando muerte al hombre viejo para evitar por medio de la renuncia caer
en las garras de Satanás.
“Sed sobrios y vigilad, porque vuestro
adversario el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1Ped
5, 8). El único lugar para defendernos del enemigo de la salvación es la Cruz
de Cristo: “Estoy crucificado con Cristo” (Gál 2, 19), “pues los que son de
Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24).
Al hombre viejo hemos de matarlo de hambre, negándole el alimento que entra por
medio de los sentidos.
“Por lo demás,
fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de
Dios para poder resistir a las asechanzas del Diablo” (Ef 3, 10). Las armas de
Dios, son las mismas que las armas de la Luz (Rom 13, 12); son las virtudes
cristianas (Ef 5, 9). Fortalecerse es revestirse de Jesucristo (Rom 13, 14).
Esto es posible con nuestras decisiones y con la Gracia de Dios. Los medios
para el crecimiento, están a nuestro alcance: La Palabra de Dios, leída,
meditada y puesta en práctica; la oración auténtica, aquella que busca la
gloria de Dios y el bien de los demás; la liturgia de la Iglesia,
especialmente, la Eucaristía y el Sacramento de la reconciliación; el encuentro
con los pobres, la caridad, y el apostolado.
“Porque
nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados,
contra las potestades, contra los dominadores… que dominan en este mundo
tenebroso, contra los espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso,
tomad las armas de Dios, y después de haber vencido todo, manteneos firmes. ¡En
pie!, pues…”
(Ef 6, 12ss). En pie de guerra. Preparado para la lucha usando las armas del
reino: La verdad, la justicia, el celo evangélico (la caridad pastoral), la
Espada del Espíritu, es decir, la Palabra de Dios que ha de habitar en nuestro
corazón con toda su riqueza (Col 3, 16). Finalmente la oración, de súplica, de
alabanza, de acción de gracias, perseverante e intercesora.
6. ¿Para quién es el mandato: Velad y Orad?
El mandato de
Jesús es para todos los hombres, pero de manera especial para los pastores, los
colaboradores del Señor en la obra de la salvación: “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha
puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que
él adquirió con la sangre de su propio Hijo” (Hech 20, 28-31).
La vigilancia y
la oración son inseparables. La vigilancia, que es espera perseverante del
reino de Cristo, debe ejercerse a todo lo largo de la vida cristiana en la
lucha contra las tentaciones que acechan continuamente al cristiano para que no
se reniegue de Cristo y no se abandone
la Iglesia y el camino que lleva a la vida eterna. La oración ha de hacerse con
fe, con esperanza y con caridad.
7. ¿Por qué tenemos que
orar?
·
Oramos por que Cristo oró, y porque somos hijos de
Dios y oramos como hijos. Oramos para estar unidos a Dios como sus hijos.
·
Oramos porque sólo Cristo da el crecimiento. El orante
reconoce su necesidad de caminar, de seguir adelante. Se reconoce proyecto de
Dios que necesita orar para pedir, dar gracias y alabar a Dios por las
maravillas que está haciendo en él.
·
Oramos para que nuestra fe se apoye en el poder de Dios, y no en
nuestras propias fuerzas. Sólo el orante podrá reconocer que lo que tiene es
don de Dios.
·
Oramos porque nuestra lucha no es contra los hombres,
sino contra los Poderes espirituales, frente a los cuales nuestras solas
fuerzas son insuficientes para derrotarlos (Ef 6, 10ss). La oración es una de
las armas más poderosas de los cristianos, Satanás sencillamente le teme a la
auténtica oración.
·
Oramos para ser ministros de la multiforme gracia de
Jesús. Somos sus canales, portadores de su Palabra, de su Luz y de su Gracia.
Quien ora está dispuesto siempre
para ministrar gracia divina a los hombres.
·
Oramos para poder ser cristianos aprobados. Cuando el
servidor pierde de vista a Jesús es
porque ha dejado de orar. Podrá estar trabajando mucho y sin descaso, pero, la verdad es que un
Ministerio sin oración, es un auténtico activismo, vacío de la verdadera
esencia de la Evangelización: Jesús.
·
Oramos para ser ofrenda a Dios por la salvación de
nuestros hermanos (Rm 12, 1).
Hagamos Oración.
3. Los Caminos de la Penitencia
Objetivo: Conocer y profundizar en los modos que todo creyente tiene a su alcance
para alcanzar la espiritual tan necesaria para caminar en la vida con un
corazón sano y con una mirada puesta en las promesas de Dios.
Iluminación. “El propósito de
esa orden es que nos amemos unos a otros con el amor que procede de un corazón
limpio, con una fe sincera y con una conciencia recta” (1Tim 1, 5).
1. ¿Cómo es
nuestra realidad esta Cuaresma?
Cuando nuestro corazón está enfermo, nuestra conducta casi siempre no
es la apropiada. Otras veces nos encontramos con la dura realidad que queremos
portarnos a la altura de hijos de Dios y no podemos. Hacemos el mal que no
queremos y el bien que queremos no lo hacemos. Descubrimos que nuestras
actitudes y nuestros criterios no son para nada cristianos, sino más bien,
mundanos, paganos o farisaicos: rigoristas, legalistas o perfeccionistas. El
fariseísmo no es grato a Dios, por eso Jesús dice a sus discípulos: “Si vuestra justicia no supera la justicia
de los fariseos, no entraréis al Reino de Dios” (Mt 5, 20).
“Ay de ustedes escribas y fariseos hipócritas,
porque pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, pero descuidan lo
más importante de la ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad.
Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera los vasos
y los platos, mientras que por dentro siguen sucios con rapacidad y codicia.
Fariseo ciego, limpia primero por dentro el vaso y así quedará también limpio” (Mt 23, 23-26). Junto a las enfermedades del
rigorismo, del legalismo y del perfeccionismo, encontramos la rapacidad y la
codicia que llenan el corazón de endurecimiento, individualismo y relativismo.
El corazón enfermo nos lleva a vivir en las apariencias usando máscaras y en
las demostraciones de amor a los demás, dando lo que no tenemos, o exigiendo lo
que no hemos dado. Somos personas oprimidas y a la misma vez opresoras.
Cuando nuestro corazón está enfermos, no sólo nos atrofia, también nos
incapacita para vivir la comunión con Dios, con la Comunidad y con los otros.
La Sagrada Escritura nos invita a salir de esta situación deshumanizadora y
despersonalizadora: “Por lo tanto,
despójense de toda clase de maldad, todo engaño, hipocresía, envidia y de toda
clase de chismes” (1 Pe 2, 1). A la misma vez, la Escritura nos invita a
buscar con ansia la leche espiritual pura, para que por medio de ella crezcan y
tengan salvación, ya que han gustado la bondad del Señor” (1 Pe 2, 2-3).
1. Los
caminos de la Penitencia.
Los caminos de la Penitencia,
son para todos, hombres y mujeres, pobres y ricos, buenos y no tan buenos,
pero, especialmente, son para gente que busca crecer en la fe y llevar una vida
digna de los hijos de Dios, Casados o divorciados, vueltos a casar, madres
solteras, personas viviendo en unión libre, pero con el anhelo de conocer al
Señor y experiemtar la fuerza de su Amor.
Estos cinco caminos son verdadera medicina para sanar las heridas del
pecado, decídete a usarlas y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte
confiado a la mesa del Señor y salir con gran gloria al encuentro del Rey de la
gloria, y alcanzar las gracias y las bendiciones necesarias para vivir en la
dignidad de los hijos de Dios, preparado para toda obra buena. Al hablar de los
“cinco caminos de la penitencia”, podemos a la vez hablar de “cinco piedritas”,
de cinco “armas poderosas” en la lucha contra el mal. Recordemos las señales
que han de acompañar a todo el que tiene una fe sincera.
a) El
primer camino de la penitencia es el perdón.
Pedir perdón a quien hayamos
ofendido, y dar perdón a quien nos ofendió: «Que si vosotros perdonáis a los
hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras
ofensas” (Mt 6, 14s) Lo primero es recibir el Perdón de
Dios; “Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y no
hay verdad en nosotros; pero sí confesaos nuestros pecados, podemos confiar en
Dios que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda
maldad” (1Jn 1, 8-9). También el profeta lo dijo: “Confesaré al Señor mi
culpa”, con la seguridad y confianza que Él perdonaría su culpa y su pecado.
Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta
confesión te obtendrá el perdón de tus pecados.
La medida del perdón que damos es la medida
del perdón que recibimos.” Perdonar
las ofensas a los que nos han ofendido,
de tal manera que poniendo a raya nuestra ira, perdonemos a nuestros hermanos.
En el Padre Nuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos
a nuestros hermanos”. Perdonar es la decisión de amar a una persona como es permanentemente, es
decir, siempre,
b)
El segundo camino de la penitencia es el
ayuno.
El ayuno unido a la oración y a la caridad es fuerza y poder para
destruir el “cuerpo de pecado” que nos oprime y nos gobierna. A la vez, es
poder de Dios que nos ayuda a profundizar nuestra fe, renovar los odres para
llenarlos del vino nuevo y renovar el vestido de la Gracia para no terminar
siendo estériles. La finalidad del ayuno, no es otra que estar con el Señor: “¿Pueden los invitados a una boda estar
tristes mientras que el novio está con ellos? Llegará un día en que les
arrebaten al novio y entonces si ayunaran” (Mt 9, 15).
·
Cuando
ustedes ayunen no pongan cara triste, como los hipócritas, que desfiguran la
cara para hacer ver a la gente que ayunan. Les aseguro que ya han recibido su
paga.
·
Cuando
tú ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo
vean los demás, si no, tu Padre, que está escondido; y tu Padre, que ve en lo
escondido, te lo pagará. Mateo 6, 16-18
Busquemos conocer el ayuno que es agradable al Señor: Rechacen el mal
y hagan el bien: Rompan con el pecado para negarle el alimento al hombre viejo,
mátenlo de hambre.
c) El
tercer camino de la Penitencia es la oración.
“Vigilen y oren”, “Oren sin desfallecer”.
Hablamos de la oración que brota de lo íntimo del corazón. Existen muchas
clases de oración, todas son buenas en cuanto vengan del corazón, pero quisiera
hacer referencia a la oración de alabanza unida a la oración de acción de
gracias como una oración poderosa. Para que nuestra Alabanza sea oración Poderosa, requiere:
1.
Reconocer que solo cuando damos a Dios el trono de
nuestro corazón;
2.
Aceptar que fuera de
Dios nada debe ser adorado;
3.
Poner la
Voluntad de Dios por encima de la nuestra y de la de cualquier otro ser humano.
4.
Buscar siempre la
gloria de Dios: solo a Él la Alabanza, el Poder y la Gloria.
5.
Que nuestra vida sea un Testimonio de las Maravillas
que Dios hace con sus hijos.
La Alabanza es oración poderosa porque es
Fuerza de Dios capaz de vaciar, de llenar y de trasformar; vaciarnos de todo
aquello que no es Dios; de todo lo que es incompatible con los designios
amorosos de Dios; de aquello que no sirve, que enferma, mata, divide; La
Alabanza es poder para llenarnos de vida, alegría, amor, paz; poder para
transformarnos en hijos de Dios; en hombres nuevos creados a su Imagen y
semejanza; en cristianos capaces de hablar lenguas nuevas; nuevas que bendicen,
dan gracias, alaban, y santifican el Nombre de Dios.
d) El
cuarto camino de la Penitencia es la limosna,
La limosna es
hoy llamada caridad o solidaridad. Jesús quiere sanar la lepra de nuestro
corazón: Lleno de compasión extendió su mana, tocó al leprosos y le dijo:
“Quiero queda sano” (Mc 1, 40). San Juan en su primera carta nos dice: “Todo el
que practica la justicia, es justo como Él es Justo” (1Jn 3, 7). “Todo el que ama
vive en la luz, y es de Dios” (1Jn 2, 10). La caridad posee una
grande y extraordinaria virtualidad: El Poder de Dios.
1.
“Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a
Dios” (1Jn 4, 7). Amar es practicar la justicia con
Dios y con el prójimo.
2.
“Cada uno aporte lo que en conciencia se ha
propuesto, no de mala gana ni a la fuerza, porque Dios ama al que da con
alegría. Y Dios puede colmarlos de dones, de modo que, teniendo siempre lo
necesario, les sobre para hacer toda clase de obras buenas” (2Cor 9, 7-8).
3.
“Cuando tú hagas limosna, no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha; de ese modo tu limosna quedará escondida, y
tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará” (Mt 6, 3-4).
e) El
quinto camino de la Penitencia es la humildad.
La soberbia unida con el
individualismo son los peores enemigos de la fe y de la salvación. “Se te ha dicho oh hombre como tienes que
vivir: que practiques la justicia, que seas fiel y leal y camines humildemente
con tu Dios” (Miq 6, 8). Si eres
humilde y obras con modestia tendrás en tus manos un hermoso instrumento para
destruir el pecado. Un ejemplo de humildad lo encontramos en el publicano, que
si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta presentó su humildad y se
vio descargado del gran peso de sus pecados. Tengamos también presente que la
“humildad es la casa de la caridad”.
Caminar humildemente con tú Dios es seguir a Cristo que invita a sus
discípulos a estar con él para un día enviarlos a predicar su Evangelio. (Mc 3,
13). Seguir a Jesús es la invitación a confiar en Él, obedecerlo, amarlo,
pertenecerle, y servirlo.
Estos son los cinco caminos de la penitencia para destruir el cuerpo
del pecado. No te quedes por tanto ocioso, antes procura caminar cada día por
la senda de estos caminos. Recuerda la exhortación de Pablo: Aborrece el mal y
ama apasionadamente el bien (Rom 12, 9). Que nada te impida hacerlo, ni
siquiera tu pobreza porque también los pobres pueden amar y caminar en la
humildad con el Señor. ¿Quién puede negar que la enfermedad nos impide
trabajar, o al menos trabajar con efectividad? Podemos entonces decir, que
nuestra labor espiritual en la familia y en la Iglesia depende de la salud del
corazón. Jesús, el Señor nos dice: “El afuera depende del adentro”. Si el adentro está sucio, el afuera y toda
nuestra actividad, llevarán la huella de nuestro egoísmo o de nuestro pecado
que nos impiden vivir el designio de Dios, que se vive en la fe, en la
esperanza y en la caridad.
“El propósito de esa orden es que nos amemos
unos a otros con el amor que procede de un corazón limpio, con una fe sincera y
con una conciencia recta” (1Tim
1, 5). El corazón se lava en la sangre de Cristo y se purifica en el “horno de
fuego” donde es probada la fe y cualquier otra virtud que pensamos poseer (cfr
1Pe 1, 7). Nuestro interior también se purifica en el desprendimiento de los
aspectos negativos que invaden el corazón humano y en dominio de las
concupiscencias de la carne. Sólo entonces podremos ofrecer a Dios un culto en
espíritu y en verdad que consiste en “ofrecerse como hostias vivas, santas y
agradables a Dios”. Este es el culto espiritual, es decir, que se hace en amor
y por amor a Dios y al prójimo (Rom 12, 1)
La mayor parte de la gente busca y espera de Dios una sanación
automática, como por arte de magia. Dios puede hacerlo de esta manera, pero
generalmente, Él, no quiere que lo tengamos como un ídolo mas, sino y sobre
todo quiere y espera de nosotros un crecimiento normal y sano en la vida
espiritual que ha puesto en nuestros corazones como semilla que se ha de
cultivar hasta que lleguemos a la edad adulta que corresponde a la plena
madurez en Cristo (Ef 4, 13). “Para que
no seamos como niños que cambian fácilmente de parecer y que son arrastrados
por el viento de cualquier nueva doctrina
hasta dejarse engañar por gente astuta que anda por caminos equivocados”
( Ef 4, 14).
“Vayan por todo el mundo
proclamando la Buena Nueva a toda la humanidad. Quien crea y se bautice se
salvará; quien no crea se condenará. A los creyentes acompañaran estas
señales”:
1.
En mi
nombre expulsaran demonios,
2.
Hablaran
lenguas nuevas,
3.
Agarrarán
serpientes,
4.
Si beben
algún veneno, no les hará daño,
5.
Pondrán
las manos sobre los enfermos y se sanarán.
Marcos 16, 15- 18
Los demonios son verdaderos obstáculos que podemos llevar en nuestro
interior que impiden el sano crecimiento del Reino de Dios en nuestras vidas.
Las lenguas nuevas hacen referencia a la “Glosalalia”, es decir, a las “lenguas
de Dios”. Lenguas amables, limpias y veraces que animan y motivan a los de
ánimo débil; además enseñan y corrigen a los extraviados; unen a los divididos
y consuelan a los de corazón triste. Agarrar serpientes es tener control sobre
los malos deseos, los deseos desordenados y el mal carácter; beber veneno y no
morirse, hace referencia al mal que viene de afuera, cuando hay el antídoto, el
contra veneno, permanecemos de pie; Imponer las manos sobre los enfermos,
equivale a poner el don recibido al servicio de quien lo necesite. “Extiende tu
mano” (Mc 3, 5), o “Comparte tu vida” nos ha de hacer recordar las palabras del
Señor:
1.
Tuve
hambre y me diste de comer,
2.
Tuve sed
y me diste de beber,
3.
Fui
forastero y me hospedaste,
4.
Estaba desnudo
y me vistieron,
5.
Estuve
enfermo y preso y me visitaron. Mateo
25, 34-36
Es una exhortación a compartir los valores o los bienes con los demás,
especialmente los más débiles o menos
favorecidos. ¿Qué podemos compartir?
1.
Compartir el pan: todo lo que el ser humano necesita para su realización como persona,
es compartir la responsabilidad, la libertad, la solidaridad.
2.
Compartir la casa: ser hospitalarios; saber dar acogida; abrir las puertas del corazón a
los otros, aún a los enemigos.
3.
Compartir el tiempo: romper con la comodidad para disponerse a prestar un servicio.
4.
Compartir el vestido: lavar pies, enseñar a los demás el arte de vivir siendo creativos,
cultivando los valores del Reino.
Éstas son señales que nos garantizan que estamos en camino de
poseer: un corazón capaz de hacer el
bien; capaz de amar con espontaneidad, con libertad interior. Un corazón que
refleja y expresa la vivencia de las “Bienaventuranzas”. Un corazón que ha
padecido la acción del Espíritu Santo. Su entrega por la causa de Jesús será
sin límites para la gloria de Dios y el bien de la Iglesia.
Oremos
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