Objetivo: Presentar a la persona de Jesús de Nazaret
como el Dios hecho hombre que viene a traernos la Salvación prometida a los
Padre de Israel para que creyendo en Él el mundo tenga vida terna.
Iluminación. “Bajo las estrellas del cielo, no se nos ha dado otro nombre, por el
cual podamos ser salvos” (cfr Hech 4, 12). “El salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1, 21).
1. ¿Quién es
Jesús para que tengamos que creer en Él?
Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten compasión de mí, que soy pecador. Examinemos
el contenido de esta profesión de nuestra fe cristiana. Lo primero que tenemos
que reconocer es la acción de Dios en los hombres para que lleguen al
conocimiento de la Verdad: “Nadie puede decir: “Jesús es el Señor, sino guiado por el Espíritu Santo” (1Cor 12,
3).
Jesucristo, un “nombre y una función”. Jesús es el
nombre que el Ángel del Señor revela a
José para el Hijo de Dios que nacerá de María. Jesús
significa Yahveh salva o salvación de
Dios (Mt 1, 21). Cristo significa “ungido y
consagrado” para una misión, para realizar la “obra del Padre” (Lc 4, 18ss):
“Arrancarnos de las tinieblas y trasladarnos al reino de la Luz (Col 1, 13),
mediante el triunfo de la cruz.
Sólo en Jesús hay salvación (Hech 4, 12). Su misión
es salvar a los hombres de sus pecados y hacernos hijos de Dios. La confesión
“Hijo de David”, es el reconocimiento que Jesús de Nazaret es el Mesías
prometido al pueblo de Israel, el pueblo de Dios (Mt 21, 1-9).
2. Jesús es el Hijo de Dios
Jesús es el Dios que se hizo hombre para amarnos con
un corazón de hombre. Decir que Jesús es el Hijo de Dios, es afirmar que Él es
de condición divina (Flp 2, 7), es Emmanuel: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre
Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros»” (Mt 1, 23). Es decir que Él es el Verbo eterno del
Padre; Pre-existente a su nacimiento en cuanto hombre (Jn 1,1). El Evangelio de
Marcos comienza diciendo: “Comienzo del
Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1). El Padre mismo en la
transfiguración confirma a Jesús como el “Hijo Amado” en quien tiene puestas
sus complacencias” (Mt 17, 5).
En Getsemaní
en una noche de intenso dolor y con el deseo profundo de hacer la voluntad de
su Padre Jesús oró diciendo: “Padre, si quieres aparta de mí esta prueba, sin
embargo, no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 2, 429. “Padre, Padre santo, Padre justo” (Jn 17,11.
25), “Mi
alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34). “Cuando ustedes oren digan: Padre nuestro” (Mt 6, 9). Cuando el Sumo sacerdote pregunta a
Jesús: “¿Eres Tú el Hijo de Dios
Bendito?”, Jesús responde: “Tú lo dices” (Mt 26, 64). Jesús tiene
conciencia de quién es y a que ha venido: “Viene a traer el don de la vida
eterna a los hombres: Viene a traernos el don del Espíritu Santo; es decir
viene a traernos a Dios (Jn 10, 10; Lc 12, 49)
3. Jesús es el Cristo de Dios
“Y vosotros
¿quién decís que soy yo?” (Mt 16, 15). Pedro tomando la palabra en nombre
de todos los discípulos y de la Iglesia misma dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo” (Mt 16, 16). Mesías es para los judíos; para los griegos Cristo,
que significa “ungido”. Pedro con su
respuesta confiesa a Jesús como el Mesías esperado. “El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” (Jn 1,
29). Cuando la respuesta de Pedro se
encarna en la vida podemos decir: Tú eres mi Salvador, mi Redentor. El Único
que puede darme vida eterna y llenar los vacíos de mi corazón. Pero, no basta,
Jesús quiere ser también nuestro Maestro; quiere que su Evangelio sea norma
para nuestra vida. Nos llama a ser testigos, amigos y discípulos para que
muchos lo conozcan, lo amen y lo sirvan.
4. Jesús es el Señor
Jesús es Señor de
todos los tiempos. “Sepa todo el pueblo
de Israel, con toda seguridad, que a este mismo Jesús a quien ustedes
crucificaron, Dios lo hecho Señor y Cristo” (Hech 2, 36); y “lo ha sentado a su derecha (Hech 7,
56), y se le dado el Espíritu Santo sin
medida”. La carta a los Filipenses presenta un Himno a Cristo Jesús: “Por eso Dios le concedió el Nombre que está
sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús todos se arrodillen, en los
cielos, en la tierra y entre los muertos” (en los abismos). “Que todos
reconozcan que Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (cfr Fil 2, 9-11).
Proclamar con las palabras y con la vida que Jesús es el Señor es ausentar al
demonio, que se aterroriza ante el señorío de Jesús.
“Los
profetas quisieron ver lo que ustedes ven, y oír lo que ustedes oyen” (Lc
10, 24).
5. ¿Qué vieron y qué oyeron aquellos hombres de Dios?
1.
Primero,
oyeron las palabras de Jesús. “A los pobres se les anuncia la Buena
Nueva”
(Mt 11, 5ss), y se les “proclama el año
de gracia del Señor” (Lc 4, 16-19).
2.
En
segundo lugar, los Discípulos miraron los exorcismos, que son interpretados
por el mismo Jesús: “Si yo arrojo los
demonios por el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc
11, 20); en efecto el enemigo ha sido vencido: “Yo veía a Satán caer del cielo como un rayo” (Lc 10, 18).
3.
En tercer
lugar, los milagros que dan testimonio que el reinado del mal ha llegado a
su término para los que crean en Jesús, y se ha entrado en una nueva era: “Los ciegos recobran la vista, los sordos
oyen, los ciegos ven, los leprosos quedan limpios y los muertos resucitan”
(Lc 7, 22).
4.
En cuarto
lugar ven el triunfo de Jesús. Con su pasión y muerte salvadora, Jesús es
el vencedor del pecado. Muere para que nuestros pecados sean perdonados. “En virtud de la sangre de Cristo nuestros
pecados son perdonados” (Ef 1, 7), y “nuestras
conciencias son lavados de los pecados que llevan a la muerte” (Heb 9, 14).
Jesús con su muerte de Cruz es el Vencedor del mundo, del Maligno y del Pecado
(Col 2, 14-15).
5.
Por
último, ven y dan testimonio de la Vida: “No os asustéis. Buscáis a Jesús
de
Nazaret, el crucificado ha resucitado” (Mc 16, 6).
“¡Ha resucitado, está vivo!”, “Ha resucitado para nuestra justificación” (Rom
4, 25).
6.
¿Por qué
creer en Jesús de Nazareth?
1. Porque
Cristo es el Mensajero de las Buenas Noticias, el Predicador del Evangelio, que
significa “Buenas Noticias”. Cristo es el Revelador del Padre; la Revelación de
los secretos mesiánicos (Cf. Mt 13,16; Lc 10,23ss)
2. Porque
bajo las estrellas del Cielo, no hay otro Salvador y Redentor. (Hech 4, 12) Al
sellar la Nueva Alianza con su sangre ha fundado el nuevo pueblo de Dios: la
Iglesia. Ahora es posible vivir como “Familia” teniendo unas relaciones
fraternas, humanas y sanas.
3. Dios
nos envió a su Hijo para que nos hablara, nos enseñara y nos redimiera (Jn 3,
16). Es decir, para sacarnos del pecado y para poner en nuestros corazones el Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios;
herederos del cielo. Hijos adoptivos de
Dios, a quien podemos llamarle “Abbá”,
tal y como Jesucristo le llamaba en sus oraciones.(Gál 4, 6-7)
4. Porque
estamos incorporados a Cristo por el bautismo (Gál. 3, 27), ya somos nuevas
criaturas (2 Cor 5, 17) Somos invitados a ser embajadores de Dios; sus
representantes y colaboradores en la Obra de la Salvación. (2 Cor. 5, 18-20)
5. Porque
Cristo murió en la cruz por nuestros pecados y los de todo el mundo. (Gál 3,
13; y resucitó por nuestra justificación (Rom 4, 25). Porque en su Pascua,
Cristo ha sellado con los hombres una Nueva Alianza para liberarlos del pecado
(Heb. 9,14; Mc. 14,22-24; Mt 26, 26-28; Lc. 22,15-20; 1Cor. 11, 23-25).
6. Porque
ha llegado el Reino de Dios a nosotros; Reino de amor, de paz y de justicia.
(Rom 14, 17). Ahora es posible volver a la Casa del Padre, y recibir el perdón
de nuestros pecados en el Sacramento de la reconciliación. (Lc. 15,11ss; Jn.
20, 2023).Podemos volver y vivir en el
Paraíso como hijos de Dios, como hermanos de lo demás y ser amos y señores de la cosas (Plan de Dios).
7. ¿Qué es entonces creer en Jesús?
1. Creer
en Jesús es aceptar a Dios como Padre que nos ama, que nos perdona, que nos
salva y que nos da su Espíritu Santo.
2. Es
“aceptar a Jesús como nuestro único Salvador personal”: “me amó y se entregó
por mí” (Gál 2, 20). Es mi Redentor (Ef 1, 7): con su sangre me ha comprado
para
Dios: “Me ha sacado del reino de tinieblas y
me ha llevado al reino de la luz” (Col 1,
13). Creer en Jesús implica: reconocerlo como
nuestro Salvador personal, Señor de nuestras vidas, consagrarle nuestra persona
y nuestra vida.
3. Creer
en Jesús es adherirse a su persona: hacerse uno con él, buscando su rostro, su
mirada, tener sus pensamientos, sus sentimientos, sus intereses, sus
preocupaciones y sus luchas. Para Pablo lo primero es la “justificación por la
fe”, pero lo esencial, la meta de su vida es “El vivir en Cristo” (Gál 2, 19s)
“Ser de Cristo” (1 Cor 3, 23), para que todo lo de Cristo sea también suyo.
4. Creer
en Jesús es aceptar su Palabra como “Norma” para nuestra vida: Vivir según el
Evangelio es vivir como hijo de Dios, hermano de los hombres y servidor de los
demás. “Vivan según el Evangelio de Jesucristo (cfr Flp 1, 27)
5. Creer
en Cristo es sin más, seguirlo, configurarse con él en su muerte y en su
resurrección para que la obra de la
salvación crezca siempre en nosotros (Lc 9, 23).
7. ¿Qué implica el creer en Jesús?
1. Una
confianza incondicional en Dios y abandono en sus manos. “Yo sé en quien he
puesto mi confianza”. “Quien pone su confianza en Él, no queda defraudado” (2
Tim 1, 12).
2. Obediencia
a su Palabra: “Haced lo que os diga” (Jn 2, 5). “Ustedes me aman si hacen lo
que yoles diga” (Jn 15, 15).
3. Sentido
de pertenencia: somos del Señor, de Aquel que nos ha redimido, que ha pagado el
precio por nosotros (1Co 3, 21; Ef. 1, 7). “Todos los que son de Cristo ha
crucificado sus instintos y pasiones para vivir según el Espíritu” (Gál 5, 24-
25).
4. Amor
a Cristo y a su Iglesia (Jn 14, 21. 23; Ef 5, 25).
5. Disponibilidad para servirle: “No he venido a ser servido,
sino a servir y dar mi vida por muchos” (cfr Mt 20, 28).
Confianza infinita en Dios es creer que el amor de
Dios se ha manifestado en Jesús, su Hijo amado, que se entregó a la muerte por
nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación
(Rom 4, 25). “El hombre es justificado por la fe sin
las obras de la ley” (Rm 3, 28; 5,1; Gál 2, 16). Significa que la salvación
nunca es algo debido, sino una gracia de Dios acogida por la fe. De esta manera
el creyente nunca puede gloriarse de sus obras o de su propia justicia ni
apoyarse en sus obras, sino más bien como lo enseña Pablo:
Creer con el corazón y confesar con la boca. “Porque, si confiesas con tu boca
que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los
muertos, serás salvo” (cf. Rom 10, 9).
8. Por su
Resurrección, Jesús es el Primogénito de entre los muertos
Jesús en vida resucitó varios muertos como un
preludio de su propia resurrección: a la hija de Jairo (Mc 5, 21-24); al hijo
de la viuda de Naím (Lc 7, 11-17), a su amigo Lázaro (Jn 11,1ss). Jesús habló
con toda claridad de su resurrección: “El
Hijo del hombre debe morir y resucitar al tercer día” (Mc 8, 31). En Mateo
es el signo de Jonás “El Hijo del Hombre estará tres días y tres noches en el
seno de la tierra” (Mt 12, 40). “Destruid
este templo y yo lo edificaré en tres días”, ahora bien “hablaba del templo
de su cuerpo” (Jn 2, 19ss).
Jesús resucitado no se muestra al mundo, sino a los
testigos que Él había elegido de antemano y que hace sus apóstoles; se les
muestra a ellos y no al mundo que está cerrado a la fe (Jn 20, 20.27ss). Los
apóstoles lo ven y lo tocan (Lc 24; 36. 40). Comen con Él (Jn 21, 9-13). Por su
resurrección Dios sella el acto de la encarnación y consumado en la Cruz. Por
ella, Jesucristo es constituido “Señor y
Cristo” (Hech 2, 36), “Cabeza y
Salvador” (Hech 5, 31), Juez y Señor de vivos y de muertos” (Hech 10, 42).
Hijo de Dios con Poder” (Rom
1, 4).
“Quien crea en
Jesús, aunque hubiese muero vivirá” (Jn 11, 25). Por lo tanto, la salvación
depende de la fe en la resurrección. La Iglesia nace de la Pascua del Señor
Jesús; en efecto, todo lo que se mueve dentro de la Iglesia: sacramentos,
predicación, instituciones, saca su fuerza de la resurrección de Cristo.
Resucitaremos todos porque Jesús ha resucitado (Rom
8, 11), “Cuando
creemos que el Poder de Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos,
resucitamos también nosotros” (cfr Col 2, 12). Somos el Pueblo de la Nueva
Alianza.
Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la
vida (1Jn 3, 14). Por la participación real de la vida de Cristo Resucitado
(Rom 6, 4ss). La pascua de los cristianos consiste en creer en la resurrección
de Cristo. La pascua es el paso de la muerte a la vida, de las tinieblas a la
luz). “Si Cristo nos resucitó, vana es
nuestra fe” (1 Cor 15, 14). Jesús murió y resucitó y por él Dios, aporta
una salvación gratuita para los hombres. Jesús es el santo a quien Dios libra
de la corrupción del Hades (cfr Hech 2, 25-32).
9. La Resurrección de Jesús es el Amén del Padre a la Obra de su Hijo
La resurrección es la glorificación del Hijo por el
Padre. Es el sello que el Padre pone sobre la vida y la muerte, las palabras y
los hechos de Jesús. Es su “Amén”, su “si”. Al morir,
Jesús dijo
“sí” al Padre, obedeciendo hasta la muerte, el Padre dijo “sí” al Hijo
haciéndolo Señor. Todo en el cristianismo depende de la Resurrección, esa es su
importancia, sin la resurrección nuestra fe está vacía de su verdadero
contenido, no tiene sentido. ¿De dónde viene la fe?, ¿De dónde se saca? La
respuesta de san Pablo es muy clara: “La fe surge de la proclamación de la
Palabra de Dios” (Rom 10, 17). Desde el día de Pentecostés se convierte
la resurrección en el corazón de la predicación apostólica, porque en ella se
revela el objeto esencial de la fe cristiana” (Hech 2, 22ss). Si la fe, procede
de la escucha, ¿por qué no todos los que escuchan creen? La fe es un don y una
respuesta. Escuchemos a San Pablo
decirnos con tristeza: “Pero no
todos han obedecido la Buena Nueva” (Rom 10, 16).
10. Fe y Obediencia.
No todos están dispuestos a obedecer e inclinarse
ante Dios. La raíz del problema es la libertad humana, que puede abrirse a
cerrarse a la voluntad del Señor. En esto existen grados de responsabilidad.
Algunos no han escuchado el anuncio, o porque, quien les ha trasmitido el
anuncio lo ha deformado o lo ha vaciado, con su falta de fe o de coherencia,
mientras que otros no creen en la resurrección por orgullo. El anuncio fiel que
no falla es el de los propios Apóstoles: “Nosotros
y el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que obedecen somos testigos de todo
esto” (Hech 5, 31). Desde Pentecostés los Apóstoles no se cansan de
repetir: “Dios lo ha resucitado de entre
los muertos y nosotros somos testigos” (Hech 3, 12). Pero dicho testimonio
no es suficiente para creer; se puede admitir como digno de fe, pero, no creer
en él. Al testimonio externo de los Apóstoles, se le ha de añadir el testimonio
interno del Espíritu Santo. Esta gracia, Dios no se la niega a nadie, pero de hecho
solo la reciben los que se “someten a Él”, es decir, los que tienen un corazón
dócil, dispuesto a obedecer a Dios: disponibilidad para hacer lo que a Dios le
agrada, disponibilidad para rendirle homenaje y reconocerle el derecho de ser
Dios.
“Porque si
proclamas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees con tu corazón que Dios lo
ha resucitado de entre los muertos, te salvarás. En efecto, cuando se cree con
el corazón se consigue la justicia, y cuando se proclama con lo boca se alcanza
la salvación” (Rom 10, 9ss). Pablo nos muestra el camino de la Palabra: a
los oídos de un hombre llega el anuncio: “Ha
resucitado”; de los oídos pasa al corazón, donde se produce el milagro
siempre nuevo de la fe, el encuentro entre la gracia y la libertad: el pecador que
abre las puertas de su corazón a Jesús resucitado, y entonces aparece el tercer
momento: desde el corazón la palabra sube a la superficie, y en los labios se
convierte en gozosa profesión de fe en el señorío de Cristo.
11. Cristo Jesús es mi Salvador personal.
A la luz de la experiencia en la Resurrección de
Jesucristo, una nueva presencia anima y fortalece nuestra fe en Dios Padre y en
Cristo Jesús que es reconocido y proclamado como el Hijo de Dios, el “regalo de
Dios a la humanidad”; es aceptado como Salvador personal (Gál 2, 20); como el
Hijo único de Dios (Jn 3, 16); como el vencedor del pecado y de la muerte. Como
el único que puede llenar los vacíos del corazón humano y darle realmente
sentido a nuestra vida. Podemos decir con Pedro: “Sólo tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído que Tú
eres el santo de Dios” (Jn 6, 68-69).
No podemos decir que creemos en Jesús y seguir siendo esclavos del pecado y
sumergidos en la muerte existencial (Rom 6, 23). La experiencia de encuentro
con Cristo resucitado nos debe llevar a decir y confesar que Él, es renuncia y
protesta al pecado. De la misma manera no podemos decir que tenemos fe y no
amar a Cristo y a los hermanos. La fe en Cristo llegada a su madurez es amor
fraterno, es caridad (cfr Gál 5, 6).
12. Cristo
Jesús, Maestro y Señor de sus discípulos.
«¿Comprendéis
lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y
decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los
pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado
ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que acabo de hacer con vosotros”
(Jn 13, 13s) El señorío de Cristo lo viven los que se dejan primero lavar los
pies, para luego hacer con oros lo que el Señor Jesús ha hecho: lavar pies es
servir, es compartir, es darse y donarse para ayudar a otros a llevar una vida
más digna. Lavar pies es compartir el pan de la vida.
Publicar un comentario